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martes, 26 de abril de 2011

Gestos

Agitas la mano para romper el traje que te aprieta hasta los huesos. La sonrisa se te hace entonces -como un gesto sucesivo en que se amalgama tu existencia al instante de esa hora- y rasguñas el cuello pensando en dromedarios. Cabeceas. Con esto has querido evitar la cuerda que pende a la vuelta de esa calle. Cambias de mano la maleta y, como no queriendo, sientes cómo la muerte toca tus rodillas, al tiempo que vuelves a sacudir los dedos, pero esta vez lo haces con otro ritmo y para desbaratar la imagen de aquellos otros días -otros años- en que caminar era experimentar algo distinto. Había desaparecido definitivamente el gozo que se te hacía en el cuello al caminar. Ya no había más que atoramiento, resequedad y la pestilencia del muerto que te acompañaba desde hacía meses. Una vez más, turnas la maleta en la otra mano. Ya no palmeas el aire; nada más experimentas la sonrisa que te surge. Descansas. Sientes que descansas en la brevedad con que tus dedos se deshacen del fantasma.

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