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viernes, 30 de diciembre de 2011

Reacción de Znhada


Lezguievo Znhada leyó el texto en que hablo de su persona y del texto que le rechazaron en la revista cultural  Blue Sound. Como reacción a ello, me ha pedido que muestre un texto suyo. He aquí lo que me entregó y que quiero compartir con ustedes.

SIN CERO EN LAS PUPILAS

78 millones de ventanas abrimos
al cielo de polvo seco,
negro como la memoria de un muerto
78 millones de bocas callaron
ante la muerte de tantos niños
de tanto tiradero de comida
en los países de primer mundo
78 millones de perros mordieron
y tragaron el cuerpo de mis sueños
el cuerpo de los niños que me acompañaron
hasta el otro día, cuando 78 millones de pajaritos
temblaron de frío en las ramas de los árboles
amarillentos de mi calle encerrada en sus paredes
de madera vieja sin balcones al cielo de mi madre
78 millones de palabras no pudieron
quitarme la vergüenza ni el coraje
de saber, a ciencia cierta,
de todos los que murieron por el hambre y por el frío
78 millones de puertas cerramos a la belleza
de los ojos que  nos miran para preguntarnos
la hora en que acabará la fiesta de los dioses
78 millones de veces callamos para el día
para la noche que  nos raspa el esqueleto
y asomamos la mirada al desierto cielo
que nos escupe todas las estrellas en la cara.

Lezguievo
Austin, TX. 2011 



sábado, 17 de diciembre de 2011

Con Lezguievo Znhada



“Es ininteligible lo que me has entregado. No está claro el género. Esto ya no es posible publicar. Hay demasiado enredo en el mundo de las letras como para añadirle este cuerpo amorfo de palabras hilvanadas al socaire”.
     Tras escuchar esto, le pregunté a Lezguievo Znhada:
     -¿No estarás exagerando, Lezguievo? ¿Fue así, en verdad, con tal contundencia como te lo dijo el director de Blue Sound?
     -Literalmente así fue, Bocanegra. Mis exageraciones no las suelo poner en tales cosas. Te cuento esto porque así fue como me devolvió el manuscrito Mr. Sánchez Olmos. Esas fueron sus palabras, tal como te las acabo de citar.
     -¡Terrible, Lezguievo, saber que te han rechazado ese texto tuyo! Lo peor fue que yo te convencí para que lo presentaras en esa revista que yo creía open cultural mind. Cuando leí tu ensayo, me pareció tan diferente a lo que había estado leyendo, tan singular, que pensé que sin duda te lo publicarían en Blue Sound.  Pero bueno: portadas vemos,  ideologías no sabemos.
     Enseguida, como ocurría con nuestras habituales charlas, continuamos un rato abandonados al blanco ruido de las voces que había en el café, mirando a los singulares personajes de esa zona de Austin que entraban y salían, meditando cada cual en lo que se mostraba interiormente. Era como si en la suspensión de nuestras palabras halláramos, en ese preciso momento, el lugar desde el cual se podía admirar el mundo de las horas sin historia ni crónica ni documento que las registrara en toda su vitalidad. Mundo inexistente para el mundo de los mass media. Mundo de un mundo sin explorar realmente ni por la academia ni por nadie.
     Después de tal paréntesis, Lezguievo comenzó a decir:
     -Pero tampoco es como para ponernos lúgubres, Bocanegra. Te lo he querido comentar para que sepas de qué va la revista esa; por aquello de que si vas a proponer algo tuyo, sepas dónde estarías metiendo las cosas por las que has tenido que pasarte la noche entera modelando hasta el amanecer. Cosas verdaderamente importantes para ti. Son las cosas tuyas de tu vida.
     Después de oirle decir esto a Lezguievo Znhada, me propuse escribir un cuento en torno a su manera particular de decir sus pensamientos, y entonces se me ocurrió hacerle una pregunta -con la intención de que la extendiera en los terrenos académicos en que laboraba: psicología social.
     Imposible dejar de mencionar que Lezguievo Znhada, además de trabajar como profesor universitario, es poeta y es un exiliado desde hace varios años en Austin. Al igual que yo, es un transterrado de vida bifronte: académico diurno y creativo nocturno.
     -Oye, Lez –dije con el hipocorístico familiar que utilizaba para convencerlo de algo-, quiero hacerte una pregunta que traigo en el paladar desde hace varias semanas –y entonces interrogué: -¿Qué cosas son las que más tiempo ocupan tu pensamiento?
     Lezguievo Znhada se me quedó mirando como quien acaba de despertar de un sueño largo, con la mirada propia de los sonámbulos. Después de un minuto de silencio se quitó las gafas de cristales gruesos, acomodó con dos dedos los pelos grises de las cejas que se habían enredado  en las pestañas, y luego, sin devolver definición ni concentración a su mirada (es estrábico y miope en grado superlativo), con las gafas flotando en una mano y dejándome abismar en la acuosidad verduzca que había entre sus párpados enrojecidos, debajo de  los cuales había dos esféricas manchas verdes bailando y esquinándose, como si el mundo para ver estuviera a los lados de la cara, habló:
     -Lo siento, Bocanegra, pero no acabo de comprender tu pregunta. ¿Podrías aclarar mejor lo que quieres saber?
     -Bueno, antes de aclarar la cuestión, me parece conveniente darte a conocer cómo fue que nació esa pregunta. Desde hace tiempo me trae colgado la idea de saber lo que sucede en la mente de los otros, sobre todo cuando no están dormidos. Me gustaría conocer qué es lo que verdaderamente sucede en su pensamiento mientras trabajan, mientras comen, mientras hablan, mientras everything… Desde luego que hacer una pregunta directa al corazón de un desconocido, con la cual uno pretende hurgar en lo más íntimo, sería exponerse a que te escupan la cara, a que se rían de ti o a que, en el mejor de los casos, te ignoren o te tilden de idiota. En fin, Lez, que me interesa conocer qué cosas carga un poeta como tú en el magín la mayor parte del día. Pensé que sería interesante saber cómo vives en tu inconsciencia.
     -De acuerdo con lo que has dicho, Bocanegra, me has puesto el rifle en las manos; sea para dispararte a ti o para ponerme el cañon debajo de la barbilla y jalar el gatillo ante tus enigmáticos propósitos. No olvides que, además de poeta, soy psícologo, especializado en el campo de la psicología social. Oyendo cómo has planteado tu preocupación, me haces que piense en la posibilidad de colocarte en una de las casillas que tienen que ver con un determinado grupo social.  Pero preferiría no hacerlo. Mejor es que sigas ocupando la carpeta amarilla donde guardo los mejores amigos. Sin embargo, volviendo a la cuestión que me lanzaste, te confieso que es muy interesante, sobre todo para quienes gustamos de explorar en la mente social. Por lo tanto, my friend, preferiría no contestarte dicha pregunta. No obstante, me gustaría apropiármela para iniciar un documento de exploración. ¿Te molestaría si me quedo con tu idea?
     Le dije que no me importaba, y añadí:
     -¿Podrías decirme en cuál zona implementarás dicha cuestión de trabajo?
  -Bueno, sería utilizada junto con otras interrogantes de exploración en dos grandes colectivos. Uno sería el de los estudiantes que están a un paso de graduarse del college, y el otro colectivo sería el de jóvenes que se han graduado del college pero que están sin empleo…
     Continuó explicando más cosas sobre uno y otro colectivo, pero no tiene mucho sentido poner aquí los detalles con los que Lezguievo expuso en términos psicosociales.
     Finalmente, sin que me lo esperara, Lezguievo lanzó la cuestión siguiente:
     -Y tú, Bocanegra, ¿podrías decirme qué cosas son las que más tiempo ocupan tu pensamiento?
     O sea que my friend decidió apuntar con el rifle y disparar la misma bala en menos de una hora. Pero entonces yo, usando el mismo chaleco antibalas, aunque sin el estilo que había usado y que me hizo acordar de Bartleby the Scrivener, reaccioné:
     -Te lo diré hasta que me des a conocer los resultados de tu documento de trabajo. Mientras tanto, hablemos de libros y otras ondas.
     Hablamos de la poesía de Alejandra Pizarnik así como de sus diarios, y de otros poetas que no han recibido premios ni distinciones pero que han escrito cosas tan auténticas y tan originales como han de ser los  poemas de los outsiders.
     Después de varios cafés sin pastelitos ni tabaco negro, apenas alternados con algunos tragos de agua clara, Lezguievo Znhada prometió entregarme un texto poético para publicarlo en Instantario.
     Ya estará dándomelo en un tiempo indefinido. Con Lezguievo Znhada es imposible saber cuándo te muestra o te deja leer sus últimos cantos nocturnos; en él no existe ni nunca ha existido la prisa de publicar nada suyo, de hecho, ni siquiera se ha interesado en hacer un blog para enseñar sus textos poéticos. Alguna vez le propuse que lleváramos un blog juntos, pero su respuesta fue: my friend, I would prefer to be an invisible being.


(((Estimado lectorio, Bocanegra dejará de alimentar el Instantario por dos semanas. Si los dioses le siguen dando un poco de sus sueños, este blog continuará el próximo 2012.  ¡¡¡¡¡¡Felices fiestas a todos los que se han asomado en estos renglones de Instantario!!!!!!)))

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Del otro lado







Cuanto más frío más caliente 
el cuerpo
más lleno de esa ausencia 
de caricias
más alejado de su boca 
en tu oreja
espesor de negras mallas 
en torno a las piernas en que flotaba 
acariciando la espera detrás de los fríos 
cristales de la ventana.


Cuanto más lejos más cerca 
de tus manos
más segura en su alejamiento 
de tarde
más triste de noche en la penumbra 
de sus ojos
silencio de cabellos 
de madera añeja en que mojaba 
el susurro de su espalda tan perfecta 
en el espejo que la mantenía quieta

Cuanto más frío más caliente 
el cuerpo
más trabado en el deseo loco 
de alcanzarla
más fuerte el gusto 
de romper el vidrio 
la claridad del vidrio 
llena de su piel suave 
en el movimiento lento 
de la tarde como cuando fue perfecta 
en el espacio de otra hora

Cuanto más noche más día 
la punzada en el mirar
más comezón el deseo de 
estrecharla por la espalda
más gajo helado que agua tibia 
entre las yemas
durazno de piel suave toda ella
toda ella desnuda al otro lado 
de la puerta 
tan cerca de tus ojos 
y ajena a las palabras

domingo, 11 de diciembre de 2011

Cosas que a veces pasan



Yo era el principal incrédulo. A éste había que ponerlo de rodillas para hacerlo creer en la verdad de las cosas. Pero la verdad de las cosas, que era de luz, si no era expuesta en su exacta intensidad, se corría el riesgo de que se apagara y, en consecuencia, el incrédulo yo se mofara de lo que habíamos querido hacer y no habíamos podido lograr: convencerlo de que la verdad de las cosas era la única luz que salvaba de las horrorosas pesadillas en que estaban atrapados muchos locos en el mundo. Se sobre entiende que ponerlo de rodillas era una manera retórica para subrayar la fuerza que subyace a las disciplinas que viven gracias a la verdad de las cosas; que en tal forma de colocar al yo no había la intención religiosa ni mística, ni mucho menos, la intención de humillarlo ante todos los que creen que la verdad de las cosas se ha de enseñar a base de crueles castigos. No, la verdad de las cosas es que su luz debía ser protegida con todas las manos que han trabajado incesantemente, sin más propósito que iluminar los caminos que en la noche aparecen cuando todo, de repente, parece posible de llevar a cabo.
     Todo inició cuando uno de esos creyentes fieles a la verdad de las cosas escuchó decir al yo que viajaba en el mismo autobús: “Es de gran ayuda saber que la muerte está todo el tiempo muy cerca de nosotros. Que bastaría con dar un tajo en la garganta para que desaparezca todo esto que tanto muele y asfixia”.
     El fiel creyente giró la cabeza hacia donde estaba el murmurante, quien, mirándose las manos continuó diciendo: “No es muy divertido llevar la misma sonrisa pegada a los labios, toda vez que el jefe te llama para que le revises la correspondencia que ha ido acumulando en varios días. Si supiera el déspota lo que me importan las cosas que le vienen con todos esos papeles…”
     Ante tanta imprecación chorreante, el fiel creyente soltó la vulgar tosecita con la que buscaba comunicar o dar a saber de su existencia al incrédulo yo, pero éste, tan metido estaba en su soliloquio que ni oyó cuando el fiel creyente tosió e hizo el amague de callarlo. Los otros vecinos que iban también en el mismo carro, apenas si se enteraban de lo que iba murmurando el incrédulo yo. Iban tan pendientes de sus propios pensamientos, o tan animados con la música de audífonos que llevaban puestos, que el fiel creyente se sintió más solo y abandonado en medio de tanta indiferencia.
     “Luego sucede que no queda contento el déspota. Se queja de que no revisaste convenientemente el bonche de sobres y paquetes, y tú, que has de conservar el trabajo si no quieres verte en medio de una guerra sin cuartel con Marichuy, sólo tienes que agachar la cabeza y esperar la andanada de regaños, y por esto y tantas otras cosas, qué sabe Marichuy de las humillaciones que tienes que padecer porque te pasaste en las cucharadas de azucar que pusiste en la taza de café de Perla, la consentida del jefe, la que se siente más jefa de todos que el jefe mismo, tú que debes todo el tiempo mantener la estúpida sonrisa hasta cuando contestas el teléfono, cómo se puede creer en nada verdaderamente humano, si todo no es más que una fábrica de engaños a todas horas”.
     Sin tolerar más la hemorragia de pus negra que se le había venido encima de su asombrada jeta -usaba un mostacho espeso espeso, semejante al de Nietzsche-, el fiel creyente estalló en manotazos contra el asiento que había delante suyo. Ya no soportó seguir oyendo tanta podrida queja. Agitado por la desesperación y por la cantidad de manotazos en que había desquitado su furia, miró cual perro bravo al incrédulo yo, limpió con el dorso de la mano la saliva que se le había chorreado bajo la espesura negra del mostacho, y dijo, amenazante, con las manos empuñadas:
    -O dejas ya de soltar tanta pus o te cierro la trompa con estas dos llaves –ordenó al tiempo que levantaba las dos manos, listas para el ataque.
     El incrédulo yo, en vez de sentirse amedrentado, lo que hizo fue gritar que lo dejara en paz, que no tenía humor para matarlo, que si estaba molesto se parara y se fuera a sentar en otro asiento, o de lo contrario él no le cerraría la trompa sino que le clausuraría la vida misma con tres balas en la cabeza -dijo esto último mientras se palpaba el pequeño bulto que había en el lado izquierdo de la cadera.
     El fiel creyente abrió las manos y se cubrió la cara con ellas, y se soltó llorando como un crío. El incrédulo yo no soportó ver esto. Se levantó y fue a sentarse en el último asiento de atrás del autobús.
     Los otros pasajeros nada vieron, nada oyeron, ante ellos la verdad de las cosas era apenas la luz mortecina de una mañana nublada que hacía más triste el espectáculo que se mostraba detrás de las sucias ventanillas del autobús. Ante ellos la única cosa cierta es que ya iban llegando al centro de la ciudad, donde se bajaría la mayoría, y también el incrédulo yo, quien había continuado soltando pestes contra todos los compañeros del trabajo, sin dejar de lado la existencia de Marichuy, su mujer, desde hacía veinte años.


jueves, 8 de diciembre de 2011

Con la música en la piel



con la música en la piel de la noche, mecido por las manchas que se fueron haciendo junto al recuerdo de tus palabras en el cuerpo,
con todo el cuerpo de tus palabras para oírte con mis dedos,
con las yemas de mis dedos en el suave filo desbordado por tus labios,

(((hasta el último hilo de día escucharé la respiración de tu página abierta, llena de ese tibio olor que en la madrugada sabe a luna
y a silencio de cálidas sombras)))


con la música en la piel de la noche, pusiste a cantar tus pechos de flores negras,
una trompeta,
un piano,
una voz azulosa
fueron abriendo paso a las palabras de mis manos,
fueron haciendo que tus labios también tocaran el silencio de la madera oscura,
el metal del latón rendido al juego de los dedos,


con la música en la piel de la noche, tus ojos fueron dos puertas abiertas al murmureo de la lluvia
y del viento bajo que atravesó la caída de las nubes,
tonos blancos y negros bajo ese cielo bruno fue el crepitar de tu corazón en mi boca,
tonos encarnados fueron los besos que amanecieron en mi cielo,


con la música en la piel de la noche, fue muriendo otra madrugada en la suavidad de tu página
abierta a mis labios y
a mi lengua encantada por la música.



lunes, 5 de diciembre de 2011

Interminable fiesta



Casi dioses, olvidados ante los manteles blancos de una interminable fiesta. Dentro de todos los olvidados había el coro de las voces ejecutando imágenes que hacían de la fiesta el carnaval supremo. De una parte a otra la iluminación era una especie de acumulación de cortinas que mediaban con sus transparentes luces de color, hasta el extremo de invitar al roce discreto en todos esos cuerpos que paseaban concentrados en su piel.
     Todo estaba al punto preciso de la exquisitez. Un parpadeo era como el aleteo de mariposas adheridas al hueco en que las miradas se buscaban ansiosas, imposibilitadas para esconder los deseos que las mostraban rutilantes. Un abrir de labios era el sueño en que los casi dioses murmuraban el delicioso encanto del humedecido beso que bien habría sido llevado hasta el extasis. El  zumbar de telas, por las manos que se pronunciaban prontas al delirio, no hacía sino apuntalar, o mejor, asegurar todavía más el gozo que inundaba la interminable fiesta. Y el coro que no dejaba de entonar las oscuras letras de iluminados poetas, apenas si fijaba su interés más allá de lo que expresaban las gargantas. El canto, entonces, era el gran temblor que se iba sobre racimos de cabezas que flotaban por la magia de las luces. Canto inolvidable para quienes untaban el deseo a la esperanza de yacer próximos, murmurando todo el esplendor a ritmo de su sangre.
     Cuento breve el que se pronunció, finalmente, a esa hora en que nadie estaba para comprenderlo sin caer en los falsos escenarios de otras tramas. Un trago: una imagen; un soplo: un recuerdo. En las diástoles como en las sístoles quedaría siempre el sabor amargo y áspero de lo que se había ido por el rumbo incierto de quienes estaban condenados a olvidar los casi dioses. Con ellos se harían otras historias mucho más efímeras, pero no menos ciertas que el canto del coro y las letras oscuras de los iluminados poetas caídos en el abandono. Así, pues, todo había sido expuesto para ser desbaratado por la fascinación. Cada cuerpo se haría según la suma de miradas recortadas por los dividendos que el pensamiento incurría con su razonamientos, sin olvidar, desde luego, la pasión a que habían llegado todos aquellos cuerpos concentrados en su piel. En el bullicioso silencio de su piel. Racimos que habían sido logrados por el entramado de incontables renuncias. Después de esto, lo que seguiría estaba en la clave de alcanzar todos los desdibujamientos por los que ningún dios se salvaría. Así, tras haberlo previsto, la fiesta llegaría plenamente a expandirse con todas sus consecuencias.

jueves, 1 de diciembre de 2011

La casa de tus noches y tus días



Cuando escribo, sueño las fantasías provocadas por el sol o por la luna. Es de este modo que entre los dedos y el mundo que está ocurriendo en las esferas de lo gris, sobresale el enigma de tus labios. Allí están ellos perfectamente intocados por la oscuridad de la noche, entreabiertos por algo ajeno al temblor de mis dedos.
Cuando escribo, pienso en las manos que ahorcarán el silencio. No habrá después de esto más que sangre coagulada y piel amoratada en el cuerpo extraño de tus días. Querrás saber por qué apretamos tanto en la zona donde las palabras nacen para el grito. Pero no habrá nadie que lo sepa decir mejor que la muerte. Hay que estar verdaderamente muertos para saber todo lo que la muerte sabe.
Cuando escribo, presiento las abundantes formas del desconocimiento. Sucede un rasguño -en el ojo izquierdo- que me avisa cuándo la noche se llevará las cosas que no acepté guardar en los bolsillos de mis horas de ocio. Serán las manos de tus sueños las que palparán en tales cosas, pero no habrá quién pueda convencerte de que las devuelvas al lugar que les corresponde: el desconocimiento de mis horas de ocio.
Cuando escribo, huelo los cadáveres que se apostan a orillas de mi sombra. De esto, sólo saben mis ojos, pero no mis manos. Son mis manos las que ponen casa a las letras que se dejan ver en el fondo de noches estrelladas. Los cadáveres ignoran esto, exactamente esto que los ojos palpan. Para ellos mi cuerpo es un edificio que se ha ido cuarteando con las lluvias, donde, de vez en cuando, lo visitan personajes singulares, en absoluto preocupados por el fuego o por las bestias enfermas que deambulan en estas calles.
Cuando escribo, se me olvida todo. Deben pasar varios días para que mis ojos vuelvan a ser mis ojos. Mientras tanto, mientras voy hacia allá, o cuando vengo de tan lejos, hay un vacío helado, como de tundra, en que mis pies no acaban de acostumbrarse nunca. Después sé que estarás allá, del otro lado del vacío helado, y serán mis ojos los ojos que tú verás con la certeza de que he vuelto a la casa de tus noches y tus días.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Las horas de Clara



Estaba Clara en el water, ensimismada, paseando la uña de su dedo pulgar en el filo de la pantaleta, donde acostumbraba entretenerse columbrando ciertas rutas de un porvenir posible. Allí podía estar durante media hora o más, esperando el instante iluminatorio que la sacaría de las dudas con que había entrado a defecar. A veces ocurría que el tiempo no estaba para ser asimilado en toda su transparencia, y entonces Clara salía del cuarto de baño con la sensación de no tener pies o de no tener labios. Sentía como si flotara en un mar de telas suave e imposible de escapar. Toda la realidad para ella, en esos momentos, se hacía presente mediante la nariz y los ojos, y si alguien de su casa le preguntaba dónde había estado escondida, ella no hacía más que levantar los hombros y mirar a su interlocutor en la zona donde estaba la boca, como si en esto encontrara el alivio de saber que, una hora más tarde, ella recuperaría la emoción de tener voz y boca para besar otros labios.


     -¿Por qué no me habías llamado? –preguntó Clara a su novio.
     -He tenido mucho trabajo de la escuela, y además, a papá se le ha metido en la cabeza que sea yo el que diseñe el próximo slogan del nuevo estilo de calcetines que estamos fabricando.
     -¿Y ya lo tienes? –preguntó Clara, recostada en la cama mientras miraba los dibujos estampados en las cortinas de la habitación: unicornios en color magenta que corrían sobre campos amarillentos manchados de café y verde para sugerir árboles; pero sin ningún cielo azul o negro.
     -No. Todavía no. Apenas papá me ha dado el encargo ayer en la noche. ¿Y tú, cómo van las cosas en tu casa?
     -Van como han sido siempre en nuestra casa. Papá trabajando como loco. Mamá divirtiéndose de lo más lindo con sus amigas los viernes, jugando canasta en casa de una de ellas y bebiendo brandy hasta alcanzar la alegría conveniente para olvidar o para no acordarse que tiene marido. Mis hermanos haciendo como que estudian y yo haciendo como que vivo tranquila y contenta con todo, dentro de este estilo de vida irrelevante.
     -Oye, Clara, habrá una fiesta en casa de mi primo Alejandro, ¿quieres ir?
     Clara se levantó de la cama y fue a mirar el jardín que había del otro lado de la ventana. Miró un cardenal volando y desapareciendo a la velocidad de las libélulas. Después de haber percibido el temblor de las ramas de un ciprés, escuchó en el teléfono la voz de su novio:
     -Será este sábado. Será una fiesta de amigos y amigas. No habrá papás ni mamás ni tíos ni tías ni nadie que pueda quitarnos libertad. ¿Qué me contestas?
     -Sí, sí me gustaría ir. Pero con una condición –se hizo enseguida un paréntesis de suspiros y de sombras rojizas resbalando en fondos negros.
     -¿Cuál? –interrumpió el novio la ensoñadora caída por la que se estaba yendo Clara-. ¿Dime cuál es la condición?
     -Que no acabarás vomitando en mis piernas.
     -¡Por favor, Clara! Aquella vez ocurrió eso por todo lo que comí, mas no por lo que bebí.
    -Yo diría al contrario: que fue por la cantidad de alcohol que bebiste, mas no por lo que masticaste.
     -Bueno, acepto que se me pasaron las copas. Pero vuelvo a preguntarte, ¿voy por ti o no voy por ti?
     -No has respondido a la condición que he puesto –insistió Clara.
     -Si la condición es que te prometa que no beberé ni una gota de ginebra, te contesto que no estoy seguro de cumplirla. Yo no puedo estar en una fiesta sin tomar unos tragos. Además, mal haría en prometer una cosa que de antemano sé que no cumpliré.
     Clara regresó a la cama, se sentó en el filo y vio la imagen que había en el espejo del tocador. Cerró los ojos para no caer en los desequilibrios que se le venían toda vez que enfrentaba la mirada de la muchacha que aparecía en el espejo. Después de varios instantes, desde la pálida oscuridad que se hizo detrás de los párpados, contestó a su novio:
     -No he pedido que no bebas ni una gota de ginebra. Lo que quiero es que me digas que no vomitarás en mi cuerpo. Que cuando ya estés borracho o más que borracho, perdido en tu locura etílica, tendrás la fuerza para sostenerte por ti mismo. Que no seré yo tu pared ni seré tu lavabo para que allí vacíes tus desechos. Es nada más que esto lo que pido que me prometas. ¿Lo harás?
     El novio cayó en un silencio inquietante, del que parecía que no iba a escaparse nunca; pero finalmente dijo, con la voz de quien no ha terminado de cruzar la adolescencia, voz ambigua en la tesitura, rota y zurcida en el nerviosismo:
     -Haré hasta lo imposible, Clara, en no perder piso. Prometo que no haré ningún circo. Te quiero tanto…
     Clara, luego de escuchar esto, sonrió sin despegar los párpados, contenta de mirar lo que adentro de ella se había producido, y sin mostrarse eufórica, aceptó ir a la fiesta.
     Después de apretar la tecla roja del celular, Clara acomodó el cuerpo a lo largo de la cama y se abandonó al mundo de los ensueños, donde podía quedarse el día entero sin que nadie la obligara a salir de allí, como ocurría cuando estaba haciéndolo en el cuarto de baño.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Entre otras cosas



Muchos nombres para indicar la existencia de algo.
Algo seguía allí, no obstante, en esa zona tocada por los diversos nombres.
Muchas formas para representar la existencia de algo.
Algo estaba allí, sin embargo, en esa área sosteniendo la forma en que había sido representado algo.
Alguien dice muchas cosas acerca de algo. Dice que algo es importante, por ejemplo, y en efecto, algo es importante para quien ha dicho tal cosa.
Alguien cuenta una breve historia de algo. La pone de un modo que hace pensar en otras tantas historias. Cuenta por ejemplo que algo estaba sucediendo en la plaza principal de la ciudad, mientras otros, como si nada, pese a estar desplazándose en el lugar donde había estado ocurriendo la historia de algo, ni se dieron cuenta de todo eso que alguien había estado contando alrededor de ellos.
Al tiempo en que alguien contaba esa historia –y otros ni se enteraban de nada- había un corro de formas y colores danzando alrededor de las cosas que se decían de algo.
Pero como en toda historia más o menos similar, no faltaron las voces y los gritos que hicieron posible que algo se perdiera en el mundo de nadie.
Ojalá otros cuenten cosas menos definitivas que hagan posible tocar la fantástica sombra en que algo se dice con tantos nombres, de este modo, quizás, el sinsentido tendrá todas las consecuencias que hasta ahora ha sido valor añejo de los que cuentan las cosas como buenos ciudadanos de la república de las letras.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Apagando miradas



NO ERA CALLE para ojos ni escalera para pies
no estaban flores en balcón
HABÍA CIELO moviéndose con grandes nubes blancas
en amplio y ahumado vidrio de ventanas
NO ESTABAN voces de niños gritando alrededor de esferas anaranjadas
con surcos negros ni había perros ladrando atrás de casas chicas con techos grises
NO HABÍA árboles ni enredaderas ni charcos de agua por lluvias
o por señoras lavando en tardes
HABÍA UNA torre dos torres tres torres muchas torres
había rumor de helicópteros todo el tiempo
TODA LA TARDE toda la noche toda la madrugada
había soldados en guerra
HABÍA MAÑANAS con cuerpos tirados en bolsas negras
HABÍA CABEZAS metidas en hieleras blancas sobre parques y avenidas
había periódicos hablando de muertos importantes en esquinas y otros cubos
HABÍA FERIAS de libros premios internacionales adentro de edificios modernos
alfombras rojas y actrices y actores contentos en teatros de mucha fama y esplendor
HABÍA VIDA ALEGRE aplaudiendo en el silencio inmortal de los cuerpos de cartón piedra
había risa de bocas llenas de color
llanto de otras noches
tantos destazamientos
tantos deseos de matar a todos
tantas torres tantos helicópteros
TANTOS GRITOS de fuego y piedras y explosiones
NO HABÍA campo de fútbol ni pelota ni muchachos corriendo
ni muchachas caminando guapas creyendo estar en pasarelas
NO HABÍA señoras platicando acodadas en barandales blancos
HABÍA patrullas militares y hombres armados hasta los huesos
había NO HABÍA
no había
HABÍA
UN NIÑO solo atrás de un vidrio sucio de ventana rota
una moneda junto a latas de cerveza a media tarde
UNA LOCA apretando la muñeca como a su hija
había no había en fin otra carretera OTRAS MUERTES
de noche de madrugada de mañana de día de tarde
olor a sangre OLOR A MIEDO olor a muerte olor a mierda
una hora un secuestro dos horas MÁS SECUESTROS
tres horas más muertos cuatro horas más secuestros
un día y otro día y más días y
había
no había
no había más corazones contentos
había
llanto
silencio
ANGUSTIA
no había no había NO HABÍA CALLE PARA SEGUIR VIVIENDO
había
no había
HABÍA MUERTE A TODAS HORAS
a todas horas a todas horas a todas horas muerte
no había vida no
no había no
había muerte solo muerte solo muerte había
nada más que muerte
pero YA NO FLORES DE OBSIDIANA
ya no caballeros águila
ya no chillar de dardos ni escudos abriéndose como flores
ERA OTRA MUERTE la muerte de estos días
otros corazones en otras torres
otras torres para otro cielo
OTRAS ÁGUILAS OTROS TIGRES
sólo helicópteros  en vez de luna
sólo silencio apretando gargantas
y una astilla de fuego apagando miradas
CON TODA LA AUSENCIA DE CANTOS Y FLORES
apagando miradas
MIRADAS APAGADAS

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Adentro de un sueño


Hubo un día en que durmió y ya no salió del sueño.
     Fue su padre quien primero se dio cuenta que no estaba o no parecía ser el mismo que antes. Un día, durante el desayuno, le había preguntado una cosa tan simple como las que se acostumbra decir a diario.
     Pero el muchacho, quien estaba adentro de un sueño, lo que hizo fue ponerse a saltar cual si fuera un canguro.
     Otro día, poco antes de oscurecer, su padre le gritó que dejara de hacer el loco, que le dijera de una vez por todas qué estaba sucediendo.
     El muchacho se levantó de la mesa y se tiró al suelo, y como un gusano comenzó a arrastrarse hacia su habitación.
     Madre e hijas, contrarias a la actitud del padre, soltaron la carcajada y se pusieron a perseguir al muchacho como si se tratara de una víbora a la que hubiera que estar vigilando y cuidando para que no pasara a ninguna de las habitaciones.
     Apenas había entrado en el cuarto, el muchacho cobró la posición de los vertebrados y se echó a aullar como un lobo. Fue en ese momento que las mujeres dejaron de reírse y se miraron las unas a las otras como preguntando: “¿Qué está pasando con mi hermano; qué está pasando con mi hijo?”
     Regresaron a la mesa, serias y consternadas por lo que acababan de ver y escuchar.
     Papá preguntó a mamá:
     -¿Habrá usado droga y por eso se ha vuelto así?
     La madre no dijo nada. Fue una de las hijas quien habló.
     Dijo:
     -Más bien creo que los libros que lee lo han trastornado.
     -Es una tontería creer eso –reaccionó la madre.
     -Y entonces ¿qué piensas tú que es? –cuestionó papá.
     -No lo sé. Pero lo que sí sé es que hay que llevarlo mañana mismo a con el psiquiatra.
     Después de llegar a esa conclusión, continuaron cenando en silencio y sin buscarse la cara.
     Mientras tanto, en el cuarto del muchacho, la vida proseguía adentro de un sueño.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Gestos



En el vacío la escritura que el silencio
descansa. Voz de una palabra en varios gestos:
ritmos de luz y polvo
de eso que surge por una renuncia
y por el sinuoso deseo de encontrarse lejos.

Lóbregos pensamientos que se abisman hasta lo
insoportable. Casualidad de rotos zapatos que lo llevan a un paso
intranquilo de romper la idea. La idea que lo sacaría del pozo
hasta quedar sin ganas de emprender la fuga
en la quieta mañana de otro día.

En el vacío la escritura que el silencio
insoportable. Lóbregos pensamientos que se abisman hasta los
ritmos de luz y polvo. Casualidad los rotos zapatos que lo llevan a un paso
por el sinuoso deseo de encontrarse en todo.
Voz de una palabra en varios gestos:
hasta quedar sin ganas de emprender la fuga.

Intranquilo de romper la idea que lo lleva a un paso
insoportable. En la quieta mañana de otro día:
ritmos de luz y polvo. Voz de una palabra en varios gestos:
la escritura que el silencio descansa de eso
que surge por una renuncia hasta quedar sin ganas
por el sinuoso deseo de encontrarse lejos.

Voz de una palabra:
Gestos de escrituras distantes.
Silencio:
ritmos de luz y polvo.
Sinuoso deseo de encontrarse lejos.

lunes, 7 de noviembre de 2011

El viejo



Estábamos equivocados. No lo supimos hasta que apareció el viejo. Es verdad que hicimos cosas en el acierto, pero la mayoría de ellas fueron hechas en el error de pensar que sabíamos qué era lo que estábamos haciendo. El viejo entró en nuestra vida como agua que moja y refresca el cuerpo que ha estado expuesto, durante dieciocho horas, a un sol sin nubes ni sombra.
     -¿Desde cuándo viven así, en estas condiciones de muerte? –preguntó el viejo.
     -Desde hace mucho tiempo –respondió uno de nosotros.
     El viejo cabeceó tras escuchar la respuesta y se puso a mirarnos, enseguida, directamente a los ojos, como si al mirarnos así fuera posible localizar o encontrar el error que había adentro de nuestra cabeza. Luego, mientras rascaba una oreja del tamaño de una pera, volvió a decirnos:
     -¿Pueden imaginar los años que tengo de estar vivo?
     -Sí –afirmamos con la testa, temerosos de que si decíamos lo contrario, el viejo sacaría un cuerno de chivo y nos mataría sin remordimiento alguno.
     -¿Cuántos imaginan, entonces, que tengo?
     Pasó un tiempo destrozado apenas por toses breves, nerviosas, que sucedieron aquí y allá. Finalmente uno de nosotros dijo:
     -Ochenta.
     -No. Tengo noventa y nueve años, y no dudo que viviré otros muchos años más.
     Después de aclarar la edad que tenía encima, el viejo comenzó a contarnos la historia de su vida. Pero antes de empezar, nos hizo jurar que jamás saldría de nuestros corazones, es decir, que no la diríamos a nadie ni la olvidaríamos nunca.
     Fueron poco más de seis meses –cada noche un capítulo- los que tardó en contarnos el viejo, gran parte de su vida. Durante todo este tiempo nos enseñó a ver las cosas de otra manera. Nos enseñó a conducir el cuerpo de acuerdo con las formas que en cada día se mostraban.
     -Es falso que los días son iguales –nos aseguró el viejo, un lunes por la tarde-. Los días que la vida ofrece no son los días que el hombre cuenta en sus historias. Los días con historia son apenas instantes exagerados por la palabra, mostrados con el ropaje de quienes hacen todo a la medida y gusto de algunos soberanos. Si somos atentos, son los tales personajes siervos de soberanos indiferentes y esclavos de historias que acaban aprisionadas en bibliotecas. No. La vida es mucho más que soberanos indiferentes, mucho más que historias bien vestidas con palabras al gusto de voraces paladares, mucho más que bibliotecas y que mercadeo industrial.  
     Antes de llegar la noche en esa tarde de lunes, el viejo se preparó  para hacer su paseo crepuscular, sabiendo que a su regreso estaríamos todos acomodados y dispuestos a continuar escuchando un capítulo más de su historia.
     Fue imposible no meditar en lo que acababa de decirnos el viejo. Con su arenga había dejado en nosotros el malestar de no poder tragar otra historia. Nos preguntábamos sobre el sentido que había puesto en sus palabras al referirse a los contadores de historias como a “siervos de soberanos indiferentes”.
     -¿Qué es entonces él? ¿Qué es él para sí mismo cuando está contando un capítulo de su vida? ¿Estará insinuando que somos nosotros, entonces, un puñado de orejas indiferentes?
     -En absoluto. Lo qué ha querido enseñarnos es que debemos aprender a distinguir lo que las palabras dicen –y que no dicen nunca lo que realmente ocurrió en la vida de quien las usa- y la vida en que se ofrecen, puesto que, al parecer, no siempre o casi nunca están en una relación auténtica respecto de los hechos que dicen contar.
     -Yo más bien creo que el viejo, en ese momento en que nos decía todo eso, estaba molesto con la existencia de las palabras. En no pocas ocasiones he podido ver que el viejo quisiera decirlo todo en un parpadeo. Pero hay otras veces en que, por el contario, el viejo quisiera utilizar todas las palabras de la lengua para hacernos comprender el misterio de ser cuerpo y pensamiento, de ser memoria y destrucción, de ser olvido y creación.
     Estábamos en pleno debate sobre otras tantas cosas que el viejo nos había enseñado y que hasta entonces no habíamos notado el cúmulo de contradicciones que surgía toda vez que relacionábamos distintos momentos de su discurso con los distintos capítulos de su vida, cuando apareció y nos dijo, sin alterar la voz ni abrir los ojos como lo haría un ser poseído por la furia; nos habló como si fuera a contarnos un chiste, con su sonrisa de niño viejo:
     -Era de esperar que esto sucedería –nos advirtió, riendose con suavidad-. De continuar pensando así, acabarán adentro de ustedes con lo más fantástico que hay en el ser humano: el desconocimiento de vivir con el extrañamiento de los amorosos. Si ustedes se obstinan en analizar lo que digo con todo lo que cuento que he vivido, acabarán despreciándome con todo el odio que ha sido capaz de enseñarles el soberano al que ustedes sirven desde hace tanto tiempo.
     Después de asegurarnos que acabaríamos odiando hasta nuestra propia vida, el viejo se acomodó en el lugar sobre el que contaría –sin nosotros saberlo- el último capítulo de su historia. A diferencia de los capítulos anteriores, éste nos llevó a escucharlo hasta muy entrada la madrugada. Al finalizar el relato, el viejo pidió que le ragaláramos un vaso de leche tibia: “Cuando se ha hablado durante tantas horas sin descanso, no hay nada mejor que beber un vaso de leche tibia”. Después de esto, el viejo se fue y desapareció para siempre de nuestros ojos.
     Han pasado varios años. Desde entonces hablamos entre nosotros apenas justo lo necesario. Hemos asimilado y apreciado los alimentos que nos da la vida, por sobre la gran cantidad de cosas que el soberano buscó imponernos desde siempre. Hemos aprendido a vivir en la lentitud de los instantes, en el descanso de las horas y en las enseñanzas de los sueños que viviremos por muchos años -si no tantos como los que dijo el viejo que viviría, sí los suficientes para estar contentos hasta el último sueño. 

No había espacio

quería sonar como a eco de palabras sueltas como a sensaciones que se intensifican y  desaparecen  en el infinito tiempo no había espacio ni...