Alrededor de la casa de piedra había un anillo de agua, y más arriba, los niños jugaban a tirarse flechas. Eran flechas con punta de metal. Había un niño que se divertía matando a los compañeros que corrían; cada uno de ellos terminaba cayendo en el anillo de agua.
Era otro tiempo. Vivía en otra parte. Hablaba otra lengua. Escribía historias con finales tristes. No había más que sentarse a escuchar música y ver cómo en el pensamiento acontecían imágenes, en las que había personajes. Luego miraba (o imaginaba) cómo todos ellos iban cobrando vida en los espacios transparentes. La música continuaba. Continuaba. Y el instante de vida en los personajes se convertía en un texto mucho más extenso. La historia está en cada palabra; cada palabra es la historia de un instante de vida y muerte. La música llega después. Dar la última palabra a la palabra que acabó atorada en los despeñaderos del silencio.
El silencio.
El silencio acompañará los instantes en esta sala de mi pensamiento.
( ( ( Buenas tardes. Buenas noches. Hasta entonces.