En el
espejo no estás. En otra época, quizás, te habrías asustado. El rostro que ves
en el espejo no guarda ninguna relación con el rostro que hay dentro de ti. El
que hay dentro de ti sólo se asemeja a una sensación de cansancio. El cansancio
no tiene rostro. Pesa y te duele. Es una sensación que duele.
A veces el día podía tener lunares en
el aire. Hoy el día amaneció con lunares. A donde fijaras la mirada, escurrían
los pequeños puntos negros sobre las cosas. Mientras fue avanzando el día, los
lunares fueron cediendo el lugar a ciertas grietas de luz. Eran filosas uñas
luminosas flotando en el aire. Cortaban la calma. Herían el instante hasta
punzar toda tu carne.
Cerraste los ojos para contemplar el
fondo oscuro por el que iban y venían las imágenes de tu pensamiento. Decir tu
pensamiento era decir el cansancio en el que vivías dentro de ti.
Tu
pensamiento es el cansancio que se niega a reconocer la existencia de quien
aparece en el espejo. Abres los ojos. La respiración es lenta y superficial.
Inhalas con más profundidad y sueltas el aire a un ritmo suave. Lento el
parpadeo. Supones que el cansancio podría desaparecer si atiendes el ritmo de
tu respiración pausada, profunda y con exhalaciones hacia el infinito.
El
espejo ha desaparecido.