Era quien manejaba en una carretera blanca, custodiada por interminables hileras de pinos en la densa oscuridad de la madrugada. La música era de Bohren & Der Club of Gore; la obra era Nightwolf.
Ni una voz que orientara el rumbo; sólo destellos de vez en vez que raspaban la nitidez de la imagen. Era un lugar desconocido para mí; no para quien manejaba el automóvil.
La música y el paisaje desolador, arrumbados por el saxofón y el piano eléctrico, dirigían los murmullos que en mi pensamiento ocurrían.
Parecía un viaje sin fin, sin objetivo. Un viaje al fondo de la madrugada.
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