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viernes, 3 de diciembre de 2021

y salvaje



MALO

malo malo

MALO

MALO

malo malo


hombre malo

abuelo malo

padre malo


MALO

malo malo

MALO

MALO


hermano malo

tío malo

primo malo


MALO

MALO

malo malo

malo malo


esposo malo

cuñado malo

suegro malo


MALO

malo malo

MALO

malo malo

Y SALVAJE


SALVAJE

SALVAJE 


HOMBRE

NI QUÉ DUDARLO

SALVAJE


malo malo

MALO






domingo, 28 de noviembre de 2021

En la mente de Equistrá

 

 

Oscuridad y asfixia. Ni la voz de Kaelan Mikla lo impulsaba a salir. Eran días de despertar sin sueños en la memoria. Despertar con el cuerpo cansado. Con la mente llena de ruidos; con moscos y sirenas cuajando el silencio al lado izquierdo de la cabeza.

Creían que el arte debía curar.

Decían que el arte debía desordenar los sentidos.

Afirmaban que el arte debía ser inútil.

Proponían que el arte debía diseñar otra realidad.

Otra realidad. ¿Qué puede ser otra realidad? ¿Cuál puede ser esa enfermedad que cura el arte? ¿Cómo ha de ser ese arte inútil? ¿Cuándo los sentidos han mantenido un orden estable? Pensaba Equistrá. No hacía más que pensar. Sólo pensaba. ¿Qué pensaba? A veces no pensaba ni le importaba lo que sucedía al otro lado de la puerta. Cuando pasaba una semana encerrado en su habitación, el tiempo de oscuridad y asfixia transitaba por sus venas como un veneno. Lo envenenaba vivir así.

Sin estrellas; enorme peso el de la noche. Sin aire fresco, espacio seco, polvoso. Casi un desierto en Equistrá. Punzadas en la frente. Ardorosa comezón a orillas de los párpados.

            Que estuviera en ese estado de ansiedad durante días, o peor, que permaneciera tumbado en la suma de todos los segundos que cabían en un día, era como enfrentar al idiota que se le pronunciaba sin tregua. Idiota que no se cansaba de repetir: “Todo pasa. Nada es permanente. Todo pasa. Nada es permanente”. Hasta el hartazgo. Hasta trepanarle las sienes. Durante algunos instantes dejaban de sonar en su cueva mental las sentencias de piedra.

Cerraba los puños. Abría los ojos. Giraba el cuerpo Equistrá de un lado a otro de la cama. Decúbito. Ni supino ni prono servían para quitarle el agobio de ser y de estar en el mundo. Seco y agrio el sabor de los instantes. Amargo el paladar. Frío el pecho. Una piedra golpeaba la frente. Cerraba los ojos y abría los dedos y colocaba ambas manos sobre el pecho. Pensaba. Sólo pensaba Equistrá en cómo desbaratar el bloque de hielo que se le había atorado entre los pulmones.

            Que la realidad supera a la ficción, decían las murmuraciones de una tradición ideológica.

¿La realidad? ¿La ficción? Desperdicios de la realidad como gusanos catalizando otredades. Desperdicios de la ficción como palimpsestos imposibles de aprehender. La realidad del pensamiento como ficción. La ficción como trayectorias sin sentido; como la realidad misma. Ambos: pensamiento y ficción, en cuanto actividad enzimática, callada como la muerte de una estrella, alterando el organismo con minúsculas realidades, hasta ilustrar que desde hacía tiempo la realidad y la ficción habían dejado de ser órdenes excluyentes en las dimensiones del vivir.

            Clarice Lispector, en Agua viva:

Te escribo en desorden, ya lo sé. Pero es como vivo. Yo sólo trabajo con encuentros y pérdidas.

Un fragmento de noche oscura necesitaba Equistrá para estimular el viaje en otras dimensiones. Un aroma de polvo en madera, un rasguño de misterio en la espalda, un sabor completo de palabras como lluvia… en silencio, en paz de madrugada, para levantarse y asomar la cara por la ventana. Sin pensar en lo que los ojos miraban. Sintiendo nada más que el aire. Y así, tocando con las pestañas la inmensidad de sentirse vivo, sonreírle al muerto que había estado postrado bajo el peso de otras noches, de otras oscuridades.

            Don DeLillo, en Zero K:

We want to do whatever we are capable of doing in order to alter human thought and bend the energies of civilization.

            ¿A partir de qué pruebas o de cuáles procesos se ahuyentaría “el fantasma de imposibles” que habitaba en la mente de ciertos personajes? Murmuró Equistrá, con la ruda concepción de quien sabía que las personas –a diferencia de los personajes- son entes reales que forman parte de una totalidad imposible de conocer. Concebir la ficción como la evidencia de un imposible, o también, como la evidencia de todo eso que acaba siendo improbable, conllevaría a colocar la realidad dentro de un pensamiento insustancial, allanado y moldeado mediante prácticas emparentadas con lo baladí. En caso de aceptar que la realidad supera a la ficción, las artes narrativas no serían más que compendios de instrucciones para situarnos en consonancia dentro de una cierta sociedad que garantiza que el orden de las cosas ha de mantenerse intocable, inmutable, inmune, permanente hasta conseguir el hastío de saber que actuamos entre figurantes de un guion falaz.

           


jueves, 30 de septiembre de 2021

Perturbaciones

 

 

 

Cansado de estar paseando los dedos en lomos de libros, buscando infructuosamente el volumen que le sacaría el malestar de tantas horas de trabajo diario e inútil, permaneció el hombre de pie, atento al silencio que escapaba del cuadro que colgaba allí, a un par de metros de su cara. Desnudo de mujer con tinta china, podría ser el título del cuadro. O también: Obsesiones oníricas.

“Muchas horas de trabajo para producir nada importante”; murmuró el hombre mientras la desesperación y la rabia, luego la tristeza, se habían mantenido paseando por su nerviosa catadura, al tiempo que leía en silencio el título de los diferentes libros. “Cuánta pérdida de energía para no llegar a nada. Cuánto presente expandido sobre la basura de proyectos”; acabó diciendo con los ojos tirados en el desfigurado tapete que descansaba bajo la mesa de madera.

El libro se mantendría oculto, a la sombra de lo infranqueable, hasta que sin pretenderlo aparecería semanas después ante la mirada de ese hombre atiborrado de tinnitus; quien para ese entonces, probablemente, ya estaría padeciendo la necesidad de otras ideas, muy distintas a las de esa noche. “La desaparición de las cosas que importan”... Salieron estas palabras de sus labios secos: “¿ha de ser para siempre?”

Con murria, fue a prepararse un café helado y un emparedado de mermelada de durazno. Mientras untaba la coruscante sustancia en el pan, lo electrizó un nuevo proyecto de búsqueda terapéutica. Entraría a internet y navegaría en páginas hipertextuales que lo embriagarían hasta el colmo de la ansiedad. Fue así que se topó con un ensayo donde se hablaba de realidades fascinantes, increíbles; ideas en las que la realidad resultaba imposible de aceptar con el gusto de la razón y de las manidas filiaciones culturales. Se encontró con que los datos que había para consultar y extraer, estaban registrados en páginas numeradas cuyas cifras alcanzaban el millón –incluso, hasta varios millones más. Era el libro del universo, del cosmos, del espacio sideral.

“Hasta parece una broma”, se dijo el hombre, luego de beber un trago de café helado: “Ha de tratarse de un ensayista que juega con la realidad de una novela inexistente”.

Lo impredecible aparece como una condición de inesperada fuerza cognoscitiva; pensó el hombre, al estar leyendo el ensayo que él suponía producto de una triquiñuela. Continuó leyendo y meditando con el fresco, artificial sabor del durazno en la lengua: En esta condición, el asombro del lector brotaría como la idea vaga de algo que habrá de convertirse en conocimiento. ¿Conocimiento de qué? De posibles ideas incomprensibles en un primer momento; de abstracciones que paulatinamente irían obteniendo la concreción en palabras precisas; morfogénesis de poderosas fuerzas inconscientes que habrían de capturar el concepto en un instante de embrujamiento.  Concluyó así su reflexión el cibernauta.

Pinchado de curiosidad, el hombre escribió en la pantalla del ordenador el nombre del novelista y el título de la obra tratada en el ensayo. Las ideas que fue obteniendo en el documento lo condujeron a un estado frenético. No era esta la primera vez que le sucedía. Las ideas habían alterado su consciencia.

“Necesito más café helado y más pan con mermelada”; le reclamó al que se encontraba leyendo en la pantalla.

Se levantó del sillón y fue a pasearse por los alrededores de la sala, sin ver nada que no fuera más que la punta de sus añejos mocasines. Entró a la cocina y preparó el emparedado, sirvió más café del termo que guardaba en el refrigerador y regresó al espacio de las conmociones indefinidas.

Con el fin de preservar cierta sensación de misterio, aún no se harán revelaciones concernientes a la persona que sufrió magulladuras en el antebrazo. Este hecho puede convertirse con toda seguridad en tema de suspense porque no tiene importancia alguna (Douglas Adams: Guía del autoestopista galáctico).

Era como si, al comer y al beber, el cerebro y la mente se proyectaran desde los campos de energías potenciales hacia un espacio de turbulencias oníricas. La mermelada y el café terminarían fusionando realidades poderosas. El pensamiento avanzaría a velocidades insoportables y provocaría que las dolencias musculares y el entumecimiento fueran la evidencia de un viaje insospechado.

“¿No te parece perturbador” –musitó el hombre ante la borrosa cara que había en la pantalla oscura- “saber que habitamos el cerebro de una súper máquina cibernética llamada Pensamiento Profundo?”

viernes, 20 de agosto de 2021

En otro lado

 



 

Lo que te estoy escribiendo no es para leer;

es para ser.

Clarice Lispector

 

Hay escritores que narran sobre lo que más aprecian, sobre lo que más les apasiona, sobre lo que más admiran. Hay otros, por el contrario, que escriben sobre lo que más odian, sobre lo que más desprecian, sobre lo que más ira les provoca. Están también los que hacen literatura a partir de lo que narraron unos u otros de los escritores antes señalados. Son ellos unos narradores inhibidos, temerosos, muchas de las veces carentes de personalidad narrativa y, por supuesto, muy respetuosos de la gramática y hasta de un cierto “lenguaje literario”. El mundo del mercado editorial está lleno de todos ellos.

            Hay, desde luego, los escritores que viven y narran en mares de tristeza o de nostalgia, los que juegan a atrapar la eternidad y la trascendencia, los que piensan que después de ellos, habrá muy pocos, y antes de ellos, nadie. Son escritores de páginas trabajadas en las montañas de la megalomanía. Hay también, desde luego, los escritores que compusieron sus textos teniendo en su origen la locura.     

Están las escritoras. En ellas es otra la historia. O mejor, entre muchas de ellas podrían establecerse diversos posicionamientos. Por sus obras no podría hablarse únicamente de fobias o de filias, sino de algo más profundo, algo que se esconde en la superficie de sus estructuras sintácticas, en las cuales se expresan los signos figurados de una mirada crítica en una aparente normalidad textual.

En no pocos casos, para ingresar a los códigos de la literatura escrita por mujeres, habrá que quitarnos las gafas de la tradición y de los cánones literarios.

Claro, están también las escritoras que se acomodan mejor a la continuidad de los cánones. De alguna manera, son escritoras que quieren consolidarse como modelos de escritura o que se obsesionan por asegurarse un lugar en las categorías diseñadas por los críticos y los historiadores de la literatura.

Con muy pocas dudas, expreso que el escribir presenta la marca de un origen social. Los escritores y las escritoras no escriben sólo y nada más para sacudir consciencias, sino que lo hacen también con el afán de conformar y consolidar maneras de pensar y de sentir.

Con todo lo que ha venido ocurriendo en los últimos años, resulta innegable que las mujeres están exponiendo y haciendo valer su voluntad de poder. Que cada vez haya una mayor presencia de escritoras en el mundo editorial, significa que estamos ante las puertas de una mirada cuya comprensión resulta, en ciertos casos, muy diferente de la que los escritores venían introduciendo en sus tramas.

Pensar no tiene que ser privativo de un único género; sentir tampoco ha de ser reducido a una manera de ser genérica. Pensar y sentir son los dos grandes complejos epistemológicos que en el ser humano concurren; tanto en hombres como en mujeres.

No ganamos nada con explicarlo porque la explicación exige otra explicación que exigiría otra explicación y que se abriría otra vez al misterio (Clarice Lispector: Agua viva).

Jugar con el lenguaje de la vida –más allá de toda explicación- sería tanto como cobrar consciencia de lo que somos en el texto social, así sea esta consciencia una mano por la que se escapa el agua, y de la cual nos queda nada más que la mojadura de eso que se resiste a ser apresado.

En literatura, la vida es mojadura de palabras.

La existencia en la modernidad se caracteriza por una disolución cada vez más dramática de la experiencia, agravada a cada paso por una radical devastación de la experiencia (Florencia Garramuño: “La opacidad de lo real”)

Por lo que parece, y a partir de considerar todas las mediaciones electrónicas que nos contienen y nos mantienen ocupados la mayor parte de los días, cada vez se torna más difícil comprender qué es eso a lo que llamamos “experiencia”. Es tanto lo que acontece en las pantallas electrónicas que, la realidad inmediata que nos circunda, se nos ha vuelto extrañamente irreal, tan irreal como nosotros ante nosotros mismos.

Si en otras épocas “la experiencia” era una condición existencial para comprender las formas de hacer literatura, hoy, con tal devastación de la experiencia, ¿cómo es que acontece el fenómeno literario? 


jueves, 12 de agosto de 2021

ENTRE SOMBRAS

 



Tiró la licencia. 

Cortó en pedacitos la credencial del IFE. 

Quemó el pasaporte. 


Ya no quería tener un nombre ni un documento de identidad. Sabía que en los sueños su existencia carecía de rostro y de voz. En los sueños era sólo una sombra vagando entre otras sombras.





lunes, 12 de julio de 2021

Con-tactos diversos

 

 

[…] la belleza, la verdad y el bien

son invenciones para mantener un orden opresivo;

lo abyecto es tan constitutivo de nuestra vida como lo sublime […]

Gonzalo Aguilar

 

Después de varias páginas de lectura, la mirada y el pensamiento se atoraron en el siguiente fragmento de la novela Nefando, de Mónica Ojeda: “El Cuco había leído en una revista femenina online el nombre de Leche de Virgen Trimegisto. Bajo el subtítulo de “Abre tu culo y se abrirá tu mente” se describía, con abrumadora soltura estilística, su arte como uno que giraba en torno a lo abyecto, lo escatológico, la filosofía del horror, el performance, el cuerpo como terreno plástico, la teoría queer, el contrasexualismo, la postpornografía, la patafísica, el esperanto, la ultraviolencia, el teatro de la crueldad, el pánico efímero, la transgresión, lo onírico, la contracultura, el espacio simbólico, la distopía, los nuevos lenguajes estéticos, para finalizar con el sintagma-enigma “entre otros””.

            A continuación el pensamiento, funcionando como una máquina registradora, comenzó a hacer la suma de los sintagmas enunciados en el personaje de El Cuco; el resultado que obtuvo fue un archivo heteróclito con sensibilidad hipertextual. Por otra parte, la mirada se extravió entre las zonas de los puntos ciegos. Antes de continuar leyendo Nefando, la marcha de los extraños se bifurcó por las rutas del sinsentido. Fue así que el pensamiento se interesó por saber más en torno a la existencia de la referida revista online. En su búsqueda, la mirada se topó con varios links.

Después de una hora, o más, de haber estado explorando en los artículos de la revista Leche de Virgen de Trimegisto, la mirada y el pensamiento se entretuvieron con un texto que mantenía el tono de la novela de Mónica Ojeda. Era un artículo de Óscar David López, con fecha del 28 de julio de 2014, donde se hablaba del performance:

No hay nada tan inmediato como "hacer" ocurrir el arte, es el mismo método que un tiempero [sic] utiliza para hacer llover. El "arte", si es que existe, ocurre como la magia. Mi cuerpo es un canal, un medio a través del cual el fenómeno se materializa, me fundo con él, en el microsegundo donde ocurre, somos uno solo […]

Yo vi un performance de Lukas Avendaño apoyado en tu texto "Pensamiento puñal" en diciembre de 2013, y me quedé con la duda de si había una representación anal de lo "puñal".

            Por cuestiones de múltiple respuesta, el oído tuvo necesidad de escapar del ruido blanco, y entonces indujo al pensamiento y a la mirada para que lo acercaran a la zona de los textos sonoros de YouTube. Allí comenzó a escuchar Maléfices de Pierre Henry. Mientras el oído se ajustaba a la realidad misteriosa de ese texto sonoro, el pensamiento se separó de la mirada y se interesó en la configuración del hombre viejo, y flaco. En la imagen el hombre -que más parecía un vagabundo que un investigador de la realidad periódica- estaba sentado en una de las mesas del rincón del café D´Val. Acostumbraba llegar poco después del mediodía y salir luego de pasar las horas haciendo recortes de periódico. No era uno sino una pila de periódicos que estaban sobre la mesa, junto a un vaso de espumante chocolate helado. Los abría en zonas específicas y, sin muchas dudas, comenzaba a recortar lo que allí estaba publicado.

La mirada se fascinaba en las incontables imágenes que sucedían al tiempo que el pensamiento se agitaba por el avispero de preguntas que lo afectaban. Las preguntas tenían que ver con los recortes de periódico que el viejo realizaba. ¿Qué había en esos textos que merecieran ser guardados en el interior de esa bolsa de ixtle, en la que una hora antes había servido como portaperiódicos? ¿Qué haría el viejo, posteriormente, con todos esos recortes textuales?

En un descuido del investigador, cayó un recorte de periódico al suelo, que decía:

Apedreada: así quedó la combi que trasladaba al presidente

 

            De regreso a Nefando, el pensamiento y la mirada se abandonaron a los influjos que expresaba la virtualidad de la siguiente pregunta: “¿Cuál era el cuerpo de su yo sumergido en el interior del sistema de un ordenador?”

Y entonces, el pensamiento exploraría...

 


sábado, 26 de junio de 2021

Ambientes activos

 


 

Era una palabra sensación. El cuerpo era su caja de resonancia; también, los márgenes de un poderoso río.  En esa palabra se fusionaban tiempo y espacio.

Tiempo: un frío cósmico.

Espacio: mudez que golpeaba más fuerte que un puñetazo.

            Los ambientes no constituyen envolturas pasivas sino, más bien, procesos activos invisibles (Marshall McLuhan).

            La palabra se dirigía sola, como una luz callada, tenue y vibrátil. El cuerpo, sin saberlo, desglosaba los humores y las sustancias de esa realidad intransferible. La sensación estaba en todas sus sílabas; de cuerpo entero. Palabra que desbarataba los apogeos de una milenaria creencia.

            No hay en absoluto inevitabilidad cuando se está dispuesto a contemplar lo que está sucediendo (Marshall McLuhan: El medio es el masaje).

            ¿Qué está sucediendo? ¿Qué nos está sucediendo? Como en matemáticas, habría que ponerle a la misma pregunta el número exponencial (n) equivalente a la cantidad de habitantes afectados por la pregunta: ¿Qué está sucediendo? ¿Qué nos está sucediendo?

            Un cuento de terror. O también una novela negra. Un cuento cuya anécdota admitía todas las variaciones del acto sanguinario. O también, mundo reticulado con las tramas de la crueldad; del asesinato y del horror de encontrarse en el lugar equivocado. Sospechoso de ser; de ser como lo que pensaba uno del otro.

            La palabra sensación calaba, cortaba fibras nerviosas, ahogaba el cuerpo, llenaba la mente de rayos eléctricos. Yacía el pensamiento sobre las puntas heladas de una madrugada dispersa en bolsas negras; bolsas que prolongarían la ansiedad de un enigma de vida y de muerte: ¿De quién serán los restos de este cadáver? ¿De quién serán los restos? ¿Quién fue éste, antes de haber sido convertido en restos?

            ¿Existirá un ser indiferente a los relatos que dan sentido a la trama del mundo? (Douglas Coupland)

            El mundo. ¿Dónde vives? ¿Qué se produce alrededor tuyo? ¿Cómo son esos ruidos, esas voces, esos gritos?

Otra vez apestaba a bosque quemado.

Otra vez no había agua.

Otra vez se había ido la luz.

Otra vez habían interrumpido el internet.

¿Qué está sucediendo? ¿Qué nos está sucediendo?

Las comunidades pobres de todo el mundo están enviando repetidamente un mensaje claro y urgente: "Moriremos antes de hambre que de COVID-19". Combinada con los conflictos en curso, la espiral de desigualdad y la escalada de la crisis climática, la pandemia ha sacudido los cimientos [de] un sistema alimentario ya de por si deficiente, dejando a millones de personas al borde de la inanición (ver https://www.oxfam.org/es/el-mundo-al-borde-de-una-pandemia-de-hambre-el-coronavirus-amenaza-con-sumir-millones-de-personas).

El mundo. Oscuro. Callado. Suena el teléfono celular. ¿Dónde está? ¿Dónde lo dejé? Suena el teléfono celular. Tropiezas con la pata de la silla. Alcanzas a contestar. Contestas luego de identificar el nombre en la pantalla. Escuchas la pregunta:

¿Supiste lo que sucedió?

¿Qué sucedió? Reaccionas con otra pregunta.

Antes de escuchar todo el relato, padeces la sensación. Es la palabra sensación que te acompaña desde hace años, desde que te topaste por primera vez con la imagen de la muerte. La muerte, el mundo de la muerte; el mundo de la santa muerte.

Mataron a los tres hermanos. Escuchaste decir por teléfono. Los mataron y los dejaron tirados. Con mensaje pegado al cuerpo.

En la calle sueltan el grito. Oyes el grito. El grito queda suspendido como el silencio que se te queda atorado en el pecho.   

¿De qué me estás hablando? Volviste a reaccionar, con la sensación de no estar despierto.

De los hermanos de San Andrés.

Silencio. Frío cósmico. Puñalada en el occipucio. La palabra sensación se anida en las retinas.

Creo que estoy enfermo. Le dices al otro. Pero el otro sigue hablando. Sigue contando otra historia. Echas la cabeza hacia atrás del sillón donde te encuentras. Enfermo.

Otra voz. Otro contexto. Otra tragedia. Otros dioses creando en el inconsciente otras imágenes de terror: “un fangoso río de gatos muertos […] una cabra muerta, moscas que zumban ilesas […]

… un pederasta escandinavo quemado por el sol

… soldados ahogados y enredados a las correas de sus armas” (Douglas Coupland: Generación A).

Apagas el teléfono. Esperas, tirado en el largo, viejo sillón, a que llegue la madrugada. La palabra sensación zumba y te aprieta. Zumba y te aprieta. Hasta el más tierno cartílago.

¿Qué nos está sucediendo?


martes, 15 de junio de 2021

Los días en infinitivos

 

 

Con infinitivos, las cuerdas de los días aseguran que vamos sostenidos. Despertar, en medio de la madrugada con los sueños resbalando al otro lado de la realidad sombría, es como palpar el aire que entra y escapa de las narinas.

Respirar. Vivir.

Vivir. Respirar.

Como un mantra para expulsar todo eso que nos aterra en la frecuencia de los días. Como un mantra que nos ayuda a escapar de las incontables mentiras con que quieren gobernarnos. Como un mantra que nos permitiera decir, junto con Tanja, en Tea-Bag, de Henning Mankell: “¿dónde puedo encontrar una vida que me lleve lejos de todo lo que detesto?”

Crear y conocer.

Conocer y crear.

            La vida es todo. La muerte es nada. Entre una y otra vamos transitando a ciegas, tocando con los ojos las superficies que en sueños se nos aparecen y nos descubren, mientras va desvelándose el pensamiento por el que llegamos a la conclusión de que estamos aquí, en esta ciudad de disparos y desapariciones, de sequía y campañas de personas hipócritas.

Luego de asegurarnos de que los demás nos ven y nos escuchan. Luego de saber -o de sospechar- que no siempre cuando nos ven nos escuchan, o también, que no siempre cuando nos escuchan nos ven; luego de palpar esto que llevamos en los bolsillos, junto con las otras cosas que son también nuestros secretos, caemos en el entendido de que la pandemia nos tiene en las zonas de los aprendizajes continuos. Permanentes.

Todo el tiempo permanecemos atentos a los recientes datos. ¿Cuántas vacunas llegaron? ¿Dónde estarán los otros centros de vacunación? ¿Cuál vacuna es menos riesgosa? ¿En cuál semáforo estamos? ¿Hemos entrado ya a la tercera ola? Todas estas, preguntas impensables hace veinticuatro meses.

Estornudamos con el cubre bocas bien puesto. Sacamos el oxímetro. Leemos los niveles de saturación porcentual de oxígeno en la sangre. Lo guardamos en el cajón y seguimos navegando en los mares de la virtualidad informativa. Hay otros datos. Dicen. Siempre hay otros datos. La post verdad nos ha puesto a navegar en océanos de relatividad e incertidumbre.

Relatividad e incertidumbre: dos cuerdas que nos aprietan cuando revisamos algunos encabezados de notas periodísticas. Y no obstante, la certeza también nos oprime, al comprender que no hay vuelta a la página de esta historia, al establecer que son notas que todos los días se repiten en torno a la realidad por la que transitamos con la cara medio cubierta.

Es este otro texto, otro libro al que leyeron e interpretaron los hermeneutas sapienciales de antes del Siglo XVI. En esta otra semiosfera, entre la que nos encontramos inmersos, hallamos también el hipertexto por el que no dejamos de extraviarnos en selvas y bosques y laberintos de signos de diversa especie. Al mismo tiempo, está el otro texto en la quietud de las páginas, aguantando las fuerzas de los signos vitales. Ejemplo de esto último, está el siguiente pasaje en el que reconocemos la permanencia de un fenómeno que no ha dejado que le demos vuelta a la página:

Los países pueden ser como depredadores hambrientos con mil bocas. Nos engullen cuando el hambre es demasiado grande y nos vomitan cuando ya no somos necesarios (enTea-Bag).

Páginas más adelante, también nos encontramos ante este otro fragmento, que dice: Está tan extendido que los que no existen son más auténticos que los que se niegan a abandonar su identidad.

¿Identidad? ¿Qué nos identifica en estos días de angustia e incertidumbre? ¿Con quiénes nos identificamos? ¿En cuál zona abandonamos la cuerda que nos aproximó a otras cuerdas? ¿En verdad nos seguimos manteniendo cuerdos ante tantas amenazas? Quien pasea a nuestro lado, ese desconocido de ciudad amenazada: ¿lo aceptamos nada más que como nuestro prójimo, o en realidad lo colocamos del lado peligroso de los enemigos?

Correr. Caminar. Deambular. Vigilar. Ver. Imaginar. Vivir. Respirar. Pensar. Sentir… Los días en infinitivos. Cuerdas a las que nos agarramos. Cuestionamientos que se nos cruzan como sombras en plena mañana. Sin respuesta, a veces. Inciertos, como fantasmas nos vamos desbaratando en los instantes que nos llueven, y presentimos que nunca nada es para siempre, que esto que ahora estamos viviendo era impensable, inefable, inimaginable en épocas anteriores.

 


sábado, 5 de junio de 2021

La muerte resplandece


 

¿Cómo se despide uno de sí mismo?

Don DeLillo

 

La muerte resplandece y hace posible que algunos difuntos alcancen grados superlativos de humanidad. Pareciera que en la muerte –mejor que en la vida- es cuando la purificación de los vicios ha de ocurrir en quien todavía yace encerrado en el féretro o, también, cuando todavía no han sido entregadas sus cenizas a los deudos que esperan, dolientes en el negro de su silencio, a encontrarse con el recuerdo de otro ser distinto al que públicamente enaltecieron otros, que también lo conocieron.

            A veces no sucede así. A veces la muerte hace lo que mejor sabe hacer: borrar de la faz de la tierra a todos esos cuerpos que durante días y noches pasaron como sombras, y como sombras terminaron hundiéndose en la eterna oscuridad de la muerte. Fueron cuerpos y nada más que cuerpos los que desaparecieron; seres sin historia, seres sin rostro, seres cuyo nombre era idéntico a otro nombre.

            bien bien es un país / donde el olvido donde pesa el olvido / dulcemente sobre mundos sin nombre / allí callamos la cabeza la cabeza es muda / y se sabe no nada se sabe / muere el canto de las bocas muertas / sobre la arena de la playa hizo el viaje / no hay nada que llorar (Samuel Beckett)

            Es mejor a veces que no haya nada que llorar. Es mejor hundirnos en la mudez de la cabeza, sobre todo, cuando no se sabe nada, o se sabe tan poco de ese ser que ha muerto, ese mismo que acaba de morir, ese mismo que acaba de hacerse canto de las bocas muertas. Es preferible el olvido, precisamente allí donde pesa el olvido, allí: en esos mundos sin nombre.

            Irónicamente doloroso: ver y reconocer los quince minutos de fama en que ponen la existencia del difunto, de quien se cuentan cosas increíbles, hechos increíbles, hasta llegan a convertirlo en un ser que vivió y murió de manera increíble. Irónicamente doloroso, porque quienes lo conocimos, quienes lo tratamos con cierta frecuencia, nos asombra saber acerca de eso que había hecho él y que jamás lo imaginamos. ¿Será cierto que hizo eso? Nos lo preguntamos. ¿Será que nosotros conocimos a un ser distinto de aquel que enaltecen aquellos?

            La pregunta es: ¿por qué dicen lo que dicen sobre ese ser, a quien –cuando estuvo vivo- ni siquiera les mereció saludarlo con simpatía? ¿Qué buscan obtener con tales panegíricos? Realmente resulta difícil saberlo con absoluta certeza. La hipocresía no cabe en este sentido. La hipocresía es una función social que ha servido muy bien para vivir y sobrevivir ante circunstancias adversas. La hipocresía es más un asunto de vida que de muerte. Los mejores epitafios no han sido escritos para homenajear a vivos, sino a muertos.

            “No digo que deba uno alegrarse cuando muere una persona, sino que resulta curioso ver casos que demuestran que no tienes por qué entristecerte por ello […] Una persona puede reír o llorar. Siempre que lloras podrías estar riendo […] Los locos saben mejor que nadie cómo hacerlo porque tienen la mente suelta” (Andy Warhol).

            Que alguien muera no tendría por qué ser más importante que su vida. Sus oídos han sido clausurados: nada de lo que digan lo tocará. Sus ojos han sido cerrados: nada de lo que escriban sobre su vida podrá leerlo. Morir no tendría por qué ser la condición para alcanzar los más grandes elogios. Los epitafios fueron una expresión de un mundo que ya desapareció. Fue un mundo en el que la vida y la muerte se conectaban mediante profundas creencias que hoy apenan alcanzan a producir la vibración última de un secular eco murmurado. Hoy un millón o dos millones de muertes por covid acaban siendo olvidados, en un instante, por el poder de imágenes publicitarias. Es este el mundo en el que actualmente nos encontramos, en el que, como afirma Murray en Ruido de fondo, de Don DeLillo: “somos criaturas frágiles rodeadas por un mundo de hechos hostiles. Hechos que amenazan nuestra felicidad y nuestra seguridad”.

            Proclamar la muerte de una persona con invocaciones poéticas o con exaltados panegíricos, puede llevar esa buena intención a un estado de grotescos pensamientos, no ya sobre el muerto, sino sobre todos esos inspirados deudos. Mejor es musitar, con Beckett: sobre la arena de la playa hizo el viaje / no hay nada que llorar.


sábado, 29 de mayo de 2021

El lector en sus soledades

 

 

Por eso hay en mis noches voces en mis huesos […]

visiones de palabras escritas pero que se mueven,

combaten, danzan, manan sangre,

luego las miro andar con muletas, en harapos […]

 

Alejandra Pizarnik

 

Ausencias de lo inmediato. Ausencias. Desaparición de lo mismo. La idea que se esconde en la espesura. Un baldío. Callado. Instantes rutilantes del recuerdo. Silencio. Rumor de personajes a lo lejos. En el barrio viejo no dejan de suceder las toses. El frotar de los grillos en la oscuridad.

Continúa con el corazón helado: el lector en sus pensamientos.

Estar allí.  Sin pensar. Pensar allá. Sin estar. Ir por ningún camino. Entrar en movimiento como quien está perdido en un sueño. Habitar nada más que en el vacío de una incierta realidad. Y a su lado la presencia espiritual. La presencia de no ser y de no estar. Lo verdaderamente cierto era la indefinición que lo comprendía. Era el lector en sus soledades de Covid.

 

Una escritura densa hasta lo intolerable, hasta la asfixia, pero hecha nada más que de vínculos sutiles (Pizarnik).

Las fantasías del hombre. El lector y las voces que lo perturban a esas horas del insomnio. Las voces que lo expulsan de su propio pensamiento. Las voces que le exigen salir –imaginariamente- de su habitación y ambular para ahuyentar el vórtice de murmullos.

Ir hacia ningún lado. Estar con el miedo en la garganta. Caminar sin rumbo. Ir en sentido contrario a la idea de que el mundo es un infierno.

Seres de otro mundo. La idea que jamás regresa. La idea: un laberinto de casas y de árboles. Una mesa y un frutero. Las toses, las toses de los viejos en el barrio. El rumor de árboles mecidos en la madrugada.

El enjambre de voces y el frío. El frío en todo el cuerpo. Hasta en el pensamiento. Las voces lo persiguen y lo desorientan. El frío, que hace que su cuerpo exista de un modo extraño, casi doloroso.

Teme que lo aceche un demonio; es así como se imagina entre tantos pensamientos que lo angustian. De pronto, debe simular que las voces se han callado. Se abandona en el no parpadeo. Piensa. O sueña que está despierto. Es así como logra olvidarse de sí mismo.

La existencia de la madrugada se le impuso como realidad de vida. Historia de un sueño que lo absorbe hasta lo hondo de una angustia. Imposible establecer la medida. Es un sueño recurrente que lo deja sin piernas.

Se detuvo poco antes de llegar a la esquina en que se imaginó. Debió asegurarse que era real el resplandor de los televisores. Miró hacia donde palpitaban las ventanas. En toda esa composición de realidad reconoció un escenario lóbrego.

Recordó a aquel director de orquesta, cuando, expectante ante el abismo que lo separaba del primer acorde orquestal, había escuchado el crujir del celofán, y luego la tos nerviosa del espectador que había sido descubierto por el oído del maestro Luis Ximénez Caballero.

Habían pasado tantos años desde entonces, y aún permanecía la imagen de ese preciso instante en que el director había exigido al público que se abstuviera de comer golosinas.

Buscó en la caja de madera los boletos del teatro; pero una hoja de papel doblada, vieja y rota en sus cantos, lo quitó de seguir buscando. La desdobló y notó que había el siguiente texto: “ese hombre era su propia Prohibición”.

El lector se abismó sobre esa palabra que destacaba en mayúscula. Dudó  que fuera suyo ese pensamiento. Por más que quiso recordar sobre ese breve texto, el cansancio cayó como una loza sobre la memoria. ¿Quién podía ser el autor o la autora de ese enigma? ¿En cuál obra había encontrado dicha idea?

Continuó ambulando para abandonarse en los vericuetos de ese enigma pasible, tan extraño como un verso hermético. “Si yo fuese ese hombre: ¿cuál sería mi propia prohibición?”, se lo preguntó con la palabra punzando en la garganta, helada en sus filos, sin mayúscula. “¿Cómo sería escribir sobre lo que no existe?”, intempestivamente lo golpeó esta otra cuestión. Y como en otras madrugadas, el lector permanecería despierto, abstraído ante la ventana de un barrio viejo.





domingo, 9 de mayo de 2021

Un bosque fresco de noche lenta

 


 

Inaccesible la mujer. Inaccesible la muchacha y la niña.

Inaccesibles el hombre,

el niño y el muchacho.

Realidades de un interior que asoman por rebrillos.

O son espejos que cargan siluetas de tantos años.

Edades que oscilan entre la vigilia y el letargo.

 

Inaccesible la mujer inaccesible.

La muchacha y la niña juegan 

y esperan,

Como juegan y esperan a ser 

el niño y el muchacho.

 

Inaccesible el hombre inaccesible.

Un juego de seres que contemplan 

la incomprensión de ser 

y de estar en alguna parte 

de la realidad.

 

Soterrados y callados 

deambulan por las horas

Entre los días que los esperan 

a tramitar una caricia

Para ella o para él, 

en un bosque fresco de noche lenta.





domingo, 18 de abril de 2021

Muerte y odio




 

Fracasé

Fracasaron

Fracasamos

 

VERDADES A MEDIAS

VERDADES OPACAS

FALSAS VERDADES

 

Fracasé

Fracasaron

Fracasamos

 

RÍOS APESTOSOS

RÍOS SECOS

ISLAS DE PLÁSTICO EN LOS OCÉANOS

 

Fracasamos

 

CADÁVERES FLOTANDO EN MARES ABIERTOS

BARCOS VARADOS CON FANTASMAS MUERTOS DE HAMBRE


Fracasamos


MUCHACHAS DESAPARECIDAS

NIÑOS ENTRENÁNDOSE PARA ASESINAR A OTROS NIÑOS

FAMILIAS SECUESTRADAS

 

Fracasé

Fracasamos

Fracasaron

 

LOS BOSQUES SE ESTÁN QUEMANDO

LOS POZOS DE AGUA SE ESTÁN SECANDO

LA CIUDADES HUELEN A MUERTE Y ODIO

MUERTE Y ODIO

MUERTE Y ODIO

 

Fracasamos

Fracasé

Fracasaron 




miércoles, 24 de marzo de 2021

s i l e n c i o

 



DES

            TRUC

                        CIÓN

 

            SOL

                        AIRE

SI – LEN – CIO         

                        Silencio

Cantos de

                        COLORES

                        Y

                        Aromas

                                                           DES

                                                                       TRUC

                                                                                              CIÓN

 

                        L U N A

                                               O L E A J E S

                                                                                  Rumor de

                                                                                                          Pen sa mien tos en

                                                           LAMADRUGADA

                                                                                                                      S i l e n c i o





No había espacio

quería sonar como a eco de palabras sueltas como a sensaciones que se intensifican y  desaparecen  en el infinito tiempo no había espacio ni...