Con
infinitivos, las cuerdas de los días aseguran que vamos sostenidos. Despertar,
en medio de la madrugada con los sueños resbalando al otro lado de la realidad
sombría, es como palpar el aire que entra y escapa de las narinas.
Respirar.
Vivir.
Vivir.
Respirar.
Como
un mantra para expulsar todo eso que nos aterra en la frecuencia de los días.
Como un mantra que nos ayuda a escapar de las incontables mentiras con que
quieren gobernarnos. Como un mantra que nos permitiera decir, junto con Tanja,
en Tea-Bag, de Henning Mankell:
“¿dónde puedo encontrar una vida que me lleve lejos de todo lo que detesto?”
Crear
y conocer.
Conocer
y crear.
La vida es todo. La muerte es nada.
Entre una y otra vamos transitando a ciegas, tocando con los ojos las
superficies que en sueños se nos aparecen y nos descubren, mientras va
desvelándose el pensamiento por el que llegamos a la conclusión de que estamos
aquí, en esta ciudad de disparos y desapariciones, de sequía y campañas de personas
hipócritas.
Luego
de asegurarnos de que los demás nos ven y nos escuchan. Luego de saber -o de
sospechar- que no siempre cuando nos ven nos escuchan, o también, que no
siempre cuando nos escuchan nos ven; luego de palpar esto que llevamos en los
bolsillos, junto con las otras cosas que son también nuestros secretos, caemos
en el entendido de que la pandemia nos tiene en las zonas de los aprendizajes
continuos. Permanentes.
Todo
el tiempo permanecemos atentos a los recientes datos. ¿Cuántas vacunas llegaron?
¿Dónde estarán los otros centros de vacunación? ¿Cuál vacuna es menos riesgosa?
¿En cuál semáforo estamos? ¿Hemos entrado ya a la tercera ola? Todas estas,
preguntas impensables hace veinticuatro meses.
Estornudamos
con el cubre bocas bien puesto. Sacamos el oxímetro. Leemos los niveles de
saturación porcentual de oxígeno en la sangre. Lo guardamos en el cajón y
seguimos navegando en los mares de la virtualidad informativa. Hay otros datos.
Dicen. Siempre hay otros datos. La post verdad nos ha puesto a navegar en
océanos de relatividad e incertidumbre.
Relatividad
e incertidumbre: dos cuerdas que nos aprietan cuando revisamos algunos
encabezados de notas periodísticas. Y no obstante, la certeza también nos
oprime, al comprender que no hay vuelta a la página de esta historia, al
establecer que son notas que todos los días se repiten en torno a la realidad
por la que transitamos con la cara medio cubierta.
Es
este otro texto, otro libro al que leyeron e interpretaron los hermeneutas
sapienciales de antes del Siglo XVI. En esta otra semiosfera, entre la que nos
encontramos inmersos, hallamos también el hipertexto por el que no dejamos de
extraviarnos en selvas y bosques y laberintos de signos de diversa especie. Al
mismo tiempo, está el otro texto en la quietud de las páginas, aguantando las
fuerzas de los signos vitales. Ejemplo de esto último, está el siguiente pasaje
en el que reconocemos la permanencia de un fenómeno que no ha dejado que le
demos vuelta a la página:
Los países pueden ser como
depredadores hambrientos con mil bocas. Nos engullen cuando el hambre es
demasiado grande y nos vomitan cuando ya no somos necesarios (enTea-Bag).
Páginas
más adelante, también nos encontramos ante este otro fragmento, que dice: Está tan extendido que los que no existen
son más auténticos que los que se niegan a abandonar su identidad.
¿Identidad?
¿Qué nos identifica en estos días de angustia e incertidumbre? ¿Con quiénes nos
identificamos? ¿En cuál zona abandonamos la cuerda que nos aproximó a otras cuerdas?
¿En verdad nos seguimos manteniendo cuerdos ante tantas amenazas? Quien pasea a
nuestro lado, ese desconocido de ciudad amenazada: ¿lo aceptamos nada más que como
nuestro prójimo, o en realidad lo colocamos del lado peligroso de los enemigos?
Correr.
Caminar. Deambular. Vigilar. Ver. Imaginar. Vivir. Respirar. Pensar. Sentir…
Los días en infinitivos. Cuerdas a las que nos agarramos. Cuestionamientos que
se nos cruzan como sombras en plena mañana. Sin respuesta, a veces. Inciertos,
como fantasmas nos vamos desbaratando en los instantes que nos llueven, y
presentimos que nunca nada es para siempre, que esto que ahora estamos viviendo
era impensable, inefable, inimaginable en épocas anteriores.
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