Lo que te estoy escribiendo no es para leer;
es para ser.
Clarice Lispector
Hay
escritores que narran sobre lo que más aprecian, sobre lo que más les apasiona,
sobre lo que más admiran. Hay otros, por el contrario, que escriben sobre lo
que más odian, sobre lo que más desprecian, sobre lo que más ira les provoca.
Están también los que hacen literatura a partir de lo que narraron unos u otros
de los escritores antes señalados. Son ellos unos narradores inhibidos, temerosos,
muchas de las veces carentes de personalidad narrativa y, por supuesto, muy
respetuosos de la gramática y hasta de un cierto “lenguaje literario”. El mundo
del mercado editorial está lleno de todos ellos.
Hay, desde luego, los escritores que
viven y narran en mares de tristeza o de nostalgia, los que juegan a atrapar la
eternidad y la trascendencia, los que piensan que después de ellos, habrá muy
pocos, y antes de ellos, nadie. Son escritores de páginas trabajadas en las
montañas de la megalomanía. Hay también, desde luego, los escritores que
compusieron sus textos teniendo en su origen la locura.
Están
las escritoras. En ellas es otra la historia. O mejor, entre muchas de ellas
podrían establecerse diversos posicionamientos. Por sus obras no podría
hablarse únicamente de fobias o de filias, sino de algo más profundo, algo que
se esconde en la superficie de sus estructuras sintácticas, en las cuales se
expresan los signos figurados de una mirada crítica en una aparente normalidad
textual.
En
no pocos casos, para ingresar a los códigos de la literatura escrita por
mujeres, habrá que quitarnos las gafas de la tradición y de los cánones
literarios.
Claro,
están también las escritoras que se acomodan mejor a la continuidad de los
cánones. De alguna manera, son escritoras que quieren consolidarse como modelos
de escritura o que se obsesionan por asegurarse un lugar en las categorías
diseñadas por los críticos y los historiadores de la literatura.
Con
muy pocas dudas, expreso que el escribir presenta la marca de un origen social.
Los escritores y las escritoras no escriben sólo y nada más para sacudir
consciencias, sino que lo hacen también con el afán de conformar y consolidar
maneras de pensar y de sentir.
Con
todo lo que ha venido ocurriendo en los últimos años, resulta innegable que las
mujeres están exponiendo y haciendo valer su voluntad de poder. Que cada vez
haya una mayor presencia de escritoras en el mundo editorial, significa que
estamos ante las puertas de una mirada cuya comprensión resulta, en ciertos
casos, muy diferente de la que los escritores venían introduciendo en sus
tramas.
Pensar
no tiene que ser privativo de un único género; sentir tampoco ha de ser reducido
a una manera de ser genérica. Pensar y sentir son los dos grandes complejos
epistemológicos que en el ser humano concurren; tanto en hombres como en
mujeres.
No ganamos nada con explicarlo
porque la explicación exige otra explicación que exigiría otra explicación y
que se abriría otra vez al misterio (Clarice Lispector: Agua viva).
Jugar
con el lenguaje de la vida –más allá de toda explicación- sería tanto como
cobrar consciencia de lo que somos en el texto social, así sea esta consciencia
una mano por la que se escapa el agua, y de la cual nos queda nada más que la
mojadura de eso que se resiste a ser apresado.
En
literatura, la vida es mojadura de palabras.
La existencia en la modernidad
se caracteriza por una disolución cada vez más dramática de la experiencia,
agravada a cada paso por una radical devastación de la experiencia
(Florencia Garramuño: “La opacidad de lo real”)
Por
lo que parece, y a partir de considerar todas las mediaciones electrónicas que
nos contienen y nos mantienen ocupados la mayor parte de los días, cada vez se torna
más difícil comprender qué es eso a lo que llamamos “experiencia”. Es tanto lo
que acontece en las pantallas electrónicas que, la realidad inmediata que nos
circunda, se nos ha vuelto extrañamente irreal, tan irreal como nosotros ante
nosotros mismos.
Si
en otras épocas “la experiencia” era una condición existencial para comprender
las formas de hacer literatura, hoy, con tal devastación de la experiencia, ¿cómo
es que acontece el fenómeno literario?
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