Cansado
de estar paseando los dedos en lomos de libros, buscando infructuosamente el
volumen que le sacaría el malestar de tantas horas de trabajo diario e inútil,
permaneció el hombre de pie, atento al silencio que escapaba del cuadro que
colgaba allí, a un par de metros de su cara. Desnudo de mujer con tinta china,
podría ser el título del cuadro. O también: Obsesiones oníricas.
“Muchas
horas de trabajo para producir nada importante”; murmuró el hombre mientras la
desesperación y la rabia, luego la tristeza, se habían mantenido paseando por
su nerviosa catadura, al tiempo que leía en silencio el título de los
diferentes libros. “Cuánta pérdida de energía para no llegar a nada. Cuánto presente
expandido sobre la basura de proyectos”; acabó diciendo con los ojos tirados en
el desfigurado tapete que descansaba bajo la mesa de madera.
El
libro se mantendría oculto, a la sombra de lo infranqueable, hasta que sin
pretenderlo aparecería semanas después ante la mirada de ese hombre atiborrado
de tinnitus; quien para ese entonces, probablemente, ya estaría padeciendo la
necesidad de otras ideas, muy distintas a las de esa noche. “La desaparición de
las cosas que importan”... Salieron
estas palabras de sus labios secos: “¿ha de ser para siempre?”
Con
murria, fue a prepararse un café helado y un emparedado de mermelada de durazno.
Mientras untaba la coruscante sustancia en el pan, lo electrizó un nuevo
proyecto de búsqueda terapéutica. Entraría a internet y navegaría en páginas
hipertextuales que lo embriagarían hasta el colmo de la ansiedad. Fue así que
se topó con un ensayo donde se hablaba de realidades fascinantes, increíbles;
ideas en las que la realidad resultaba imposible de aceptar con el gusto de la
razón y de las manidas filiaciones culturales. Se encontró con que los datos
que había para consultar y extraer, estaban registrados en páginas numeradas
cuyas cifras alcanzaban el millón –incluso, hasta varios millones más. Era el
libro del universo, del cosmos, del espacio sideral.
“Hasta
parece una broma”, se dijo el hombre, luego de beber un trago de café helado: “Ha
de tratarse de un ensayista que juega con la realidad de una novela inexistente”.
Lo impredecible aparece como
una condición de inesperada fuerza cognoscitiva;
pensó el hombre, al estar leyendo el ensayo que él suponía producto de una
triquiñuela. Continuó leyendo y meditando con el fresco, artificial sabor del
durazno en la lengua: En esta condición,
el asombro del lector brotaría como la idea vaga de algo que habrá de
convertirse en conocimiento. ¿Conocimiento de qué? De posibles ideas
incomprensibles en un primer momento; de abstracciones que paulatinamente irían
obteniendo la concreción en palabras precisas; morfogénesis de poderosas fuerzas
inconscientes que habrían de capturar el concepto en un instante de
embrujamiento. Concluyó así su
reflexión el cibernauta.
Pinchado
de curiosidad, el hombre escribió en la pantalla del ordenador el nombre del
novelista y el título de la obra tratada en el ensayo. Las ideas que fue
obteniendo en el documento lo condujeron a un estado frenético. No era esta la
primera vez que le sucedía. Las ideas habían alterado su consciencia.
“Necesito
más café helado y más pan con mermelada”; le reclamó al que se encontraba leyendo
en la pantalla.
Se
levantó del sillón y fue a pasearse por los alrededores de la sala, sin ver nada
que no fuera más que la punta de sus añejos mocasines. Entró a la cocina y
preparó el emparedado, sirvió más café del termo que guardaba en el
refrigerador y regresó al espacio de las conmociones indefinidas.
Con el fin de preservar cierta
sensación de misterio, aún no se harán revelaciones concernientes a la persona
que sufrió magulladuras en el antebrazo. Este hecho puede convertirse con toda
seguridad en tema de suspense porque no tiene importancia alguna (Douglas
Adams: Guía del autoestopista galáctico).
Era
como si, al comer y al beber, el cerebro y la mente se proyectaran desde los
campos de energías potenciales hacia un espacio de turbulencias oníricas. La
mermelada y el café terminarían fusionando realidades poderosas. El pensamiento
avanzaría a velocidades insoportables y provocaría que las dolencias musculares
y el entumecimiento fueran la evidencia de un viaje insospechado.
“¿No
te parece perturbador” –musitó el hombre ante la borrosa cara que había en la
pantalla oscura- “saber que habitamos el cerebro de una súper máquina
cibernética llamada Pensamiento Profundo?”
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