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lunes, 5 de diciembre de 2011

Interminable fiesta



Casi dioses, olvidados ante los manteles blancos de una interminable fiesta. Dentro de todos los olvidados había el coro de las voces ejecutando imágenes que hacían de la fiesta el carnaval supremo. De una parte a otra la iluminación era una especie de acumulación de cortinas que mediaban con sus transparentes luces de color, hasta el extremo de invitar al roce discreto en todos esos cuerpos que paseaban concentrados en su piel.
     Todo estaba al punto preciso de la exquisitez. Un parpadeo era como el aleteo de mariposas adheridas al hueco en que las miradas se buscaban ansiosas, imposibilitadas para esconder los deseos que las mostraban rutilantes. Un abrir de labios era el sueño en que los casi dioses murmuraban el delicioso encanto del humedecido beso que bien habría sido llevado hasta el extasis. El  zumbar de telas, por las manos que se pronunciaban prontas al delirio, no hacía sino apuntalar, o mejor, asegurar todavía más el gozo que inundaba la interminable fiesta. Y el coro que no dejaba de entonar las oscuras letras de iluminados poetas, apenas si fijaba su interés más allá de lo que expresaban las gargantas. El canto, entonces, era el gran temblor que se iba sobre racimos de cabezas que flotaban por la magia de las luces. Canto inolvidable para quienes untaban el deseo a la esperanza de yacer próximos, murmurando todo el esplendor a ritmo de su sangre.
     Cuento breve el que se pronunció, finalmente, a esa hora en que nadie estaba para comprenderlo sin caer en los falsos escenarios de otras tramas. Un trago: una imagen; un soplo: un recuerdo. En las diástoles como en las sístoles quedaría siempre el sabor amargo y áspero de lo que se había ido por el rumbo incierto de quienes estaban condenados a olvidar los casi dioses. Con ellos se harían otras historias mucho más efímeras, pero no menos ciertas que el canto del coro y las letras oscuras de los iluminados poetas caídos en el abandono. Así, pues, todo había sido expuesto para ser desbaratado por la fascinación. Cada cuerpo se haría según la suma de miradas recortadas por los dividendos que el pensamiento incurría con su razonamientos, sin olvidar, desde luego, la pasión a que habían llegado todos aquellos cuerpos concentrados en su piel. En el bullicioso silencio de su piel. Racimos que habían sido logrados por el entramado de incontables renuncias. Después de esto, lo que seguiría estaba en la clave de alcanzar todos los desdibujamientos por los que ningún dios se salvaría. Así, tras haberlo previsto, la fiesta llegaría plenamente a expandirse con todas sus consecuencias.

4 comentarios:

  1. "Un parpadeo era como el aleteo de mariposas adheridas al hueco en que las miradas se buscaban ansiosas...El canto, entonces, era el gran temblor que se iba sobre racimos de cabezas que flotaban por la magia de las luces..." Me has hecho temblar. Un abrazo y un suspiro...

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  2. i-La que canta con Lobos, gracias por el temblor que me has dado a saber.

    Con todo el temblor de estos brazos va mi saludo y mi alegría.

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  3. Escribes: "Todo estaba al punto preciso de la exquisitez".
    Lo mismo puede decirse del texto (y de casi todos los que escribes).

    Un abrazo

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  4. Estimado Carlos, el texto es una composición en la que el lector juega un papel muy importante. Tú como lector, haces que el texto acabe siendo de una u otra manera. Gracias por tus palabras, y continuemos sensibilizando los espacios virtuales en que se mueve este nuevo mundo.

    Abrazos

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Gracias por asomarte a este blog de instantes

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