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jueves, 28 de abril de 2011

Nada sería mejor

Nada sería mejor que no hacer algo durante meses. Estar bajo la fuerza del oleaje del hacer todos los días, cansa. Mejor sería dejarse llevar por las aguas de otro océano. ¿Por qué tendría que hacer siempre del mismo modo, a la misma hora y con el mismo gesto de los autómatas? ¿Por qué no renunciar a la roca de los griegos, al pan de los judíos y a la lengua de los médicos? Hay días en que el sol evapora hasta la sangre y la luna... la luna... Habrá que imaginar el peso de la angustia que deviene cuando en la madrugada surge la cifra, la tarea no acabada, la fecha fatal en que asoman las pulcrísimas uñas del doctor, las paredes llenas de letreros que punzan en el hígado, el desvelo por cosas que al otro día poseen el peso de una oruga, y el sueño que nomás no vuelve a llevarnos de los párpados a otra tierra. Entonces por la ventana aparece la luna, la luna que también da muestras de un hastío amoratado y desbordante de tristeza. Nada sería mejor que renunciar a la muerte de hacer lo mismo todos los días.

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