Tan lejos el punto inicial de lo que
acabaría pleno.
No quieres ni siquiera imaginar el final de eso que tuvo que ser.
Te acercas y no pones siquiera el ojo
para constatar que es allá a donde ibas.
Como un perro tantas veces apaleado,
giras y giras el cuello hacia uno y otro lado de la calle, asegurándote que
no vendrán más esos pasos tercos que amenazan con destriparte. Cuando ya estás
por alcanzar el sitio en que descansarías varios minutos, se te vuelve soga al
cuello el aire que suena adentro de tu pecho.
Aprietas
los dedos contra las sienes para desbaratar la sensación.
Miras
hacia las puntas de los pies. No hay más que basura y mugre, y unos pequeños
animalitos que van seguros en el espacio de su mundo.
Entras al edificio de puertas corredizas. Ya adentro, experimentas de nueva cuenta el aturdimiento que te
ciega el ahogo durante algunos instantes. El guardia te mira y tú inclinas la
cabeza hacia el hombro izquierdo, y luego de cruzar la sombra del guardia, te
sumas a la cantidad de personas que esperan turno para pagar la mensualidad de
la hipoteca.
Has olvidado levantar la cabeza y
esto ha provocado que todas las personas del banco te observen de una manera
extraña. Tú no estás realmente atento de lo que ellos dicen sobre tu postura,
de hecho, tú estás todavía atendiendo la imagen aquella de los animalitos que
vagaban muy seguros en el espacio de su mundo. Es por esto que de pronto te
sueltas llorando y no hay nadie que te ofrezca un pañuelo. Por el contrario,
todos ellos te miran como a un enfermo a quien se debe aislar, y es así que
todos los cercanos se retiran y te dejan en medio de un pozo circundado por
cabezas y hombros. Hombros y cabezas. Todo alrededor tuyo son hombros y cabezas.
El guardia, imaginando lo peor, vino
entonces hacia ti y te preguntó algo que tú no entendiste. Tras de limpìar la
cara con la manga de tu camisa, devolviste la cabeza a la posición normal y corriste hasta alcanzar la calle.
Como otras tantas veces, buscaste un
parque en donde descansar el cuerpo. Fuiste a sentarte bajo la calma de un
frondoso árbol. Durante varias horas permaneciste allí, soñando con los ojos
abiertos, hasta experimentar la sensación de ser nadie, o mejor aún, de ser
algo completamente invisible.
Esa
mañana escribió en su diario: “Pasé un sueño terrible”. No escribió más que
esas cuatro palabras. Pero las escribió de una manera diferente a la escritura
de los otros días. La primera palabra la formó con letras de molde y en un
tamaño desproporcionado. En cambio, el artículo indefinido era apenas
distinguible, era casi una mancha insignificante junto al verbo enorme; por
último, “sueño terrible” fueron inscritas ambas palabras con la habitual
caligrafía de otros días.
¿Cómo había sido ese sueño terrible?
O ¿cómo hay que interpretar: “pasé un sueño terrible” ? ¿Por qué pasar, y no
tener, un sueño terrible? ¿Por qué pasé y no me pasó un sueño…? La respuesta se
ha ido con ella. Ella desapareció hace poco más de un mes y no sabemos nada. Absolutamente
nada sobre su destino.
Ella
es la tía Eloísa, una mujer que trabajó como violonchelista durante algunos
años y que dejó de tocar y de interpretar con ese instrumento cuando conoció al
que sería su esposo. De esto hace poco más de veinte años. Desde entonces se
dedicó a ser esposa y madre de dos hijas; Sara y Lucía, y a callar para el
mundo. Se volvió una mujer taciturna e imposible de abordar para otros que no
fueran sus hijas. Al parecer, ni su esposo pudo nunca más conseguir diálogo con
ella, después que había nacido la segunda hija; Lucía. Fue después del
nacimiento de Lucía que la tía Eloísa comenzó a perder peso y a descuidar su
apariencia hasta un grado delirante. O sea, desde hace trece años que la tía
dejó crecer el pelo hasta los talones, dejó de depilarse en todos los lugares
de su enflaquecido y larguirucho cuerpo y, aunque no había dejado de asearse
durante los últimos diez años, jamás volvió a utilizar desodorante ni perfume
ni gota de maquillaje.
¿Por
qué dejó de interesarse en su apariencia? Se dice que porque le fue imposible
soportar tantas infidelidades del marido; un pequeño empresario, dueño de una
tienda de autos seminuevos y de varios apartamentos amueblados y rentados a
estudiantes extranjeros. Pero también se dicen otras cosas más horribles,
particularmente sobre ella, de las cuales, contarlas íntegramente, obligaría a
escribir una novela de más de trescientas cuartillas.
En fin, su Diario lo
componen quince libretas, en cuyas hojas aparecen breves relatos, ideas
metafísicas, poemas de poetas nacionales y extranjeros, dibujos en torno a
rostros indefinibles, debajo de los cuales se consignan titulos breves.
Suponemos que se trata de los rostros que se le hacían o que le nacían en los
sueños, o mejor, en pesadillas. Lo que llama la atención es que no hay un sólo texto
sobre música, o al menos, hasta lo que he podido leer en varias de las libretas
de ese Diario, no he encontrado ningún comentario o apunte referente a obras
musicales ni a compositores. Pero bueno, tal vez se llegue hasta el final de
esta historia cuando aparezca la tía Eloísa, o bien, si nunca más vuelve a
aparecer, ya estaremos investigando sobre “todas esas cosas horribles” para comenzar
a escribir, quizás, la novela de su vida. Como un dato más, me ha dicho mi
madre, su hermana, que de continuar viva la tía Eloísa, andará cumpliendo los
cincuenta y cinco años de edad en uno de estos días de octubre
El pensamiento
no dejaba de atrapar la mano en que escribía.
Después
de varias palabras acomodadas, a pesar de tantos estrujamientos y magulladuras,
surgía el bosquejo de una imagen. Era el momento de marcar los contornos de la
imagen y convertirla en idea o en verso, en hecho posible o en pensamiento
obscuro / místico.
Quienes
lo conocieron, jamás imaginaron el silencio en que se miraba escribiendo a
diario.
Murió sin dejar huella. Se llevó toda la arena de las palabras. Supimos
de su existencia sus hijos, pero no de las cajas llenas con cuadernos y hojas
sueltas.
Habrá
tiempo para olvidarlo todo -escribió. Y todo volverá a ser otro tiempo. Incluso
otra memoria de ser.