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lunes, 22 de octubre de 2012

La tía Eloísa









Esa mañana escribió en su diario: “Pasé un sueño terrible”. No escribió más que esas cuatro palabras. Pero las escribió de una manera diferente a la escritura de los otros días. La primera palabra la formó con letras de molde y en un tamaño desproporcionado. En cambio, el artículo indefinido era apenas distinguible, era casi una mancha insignificante junto al verbo enorme; por último, “sueño terrible” fueron inscritas ambas palabras con la habitual caligrafía de otros días.
  
          ¿Cómo había sido ese sueño terrible? O ¿cómo hay que interpretar: “pasé un sueño terrible” ? ¿Por qué pasar, y no tener, un sueño terrible? ¿Por qué pasé y no me pasó un sueño…? La respuesta se ha ido con ella. Ella desapareció hace poco más de un mes y no sabemos nada. Absolutamente nada sobre su destino.

Ella es la tía Eloísa, una mujer que trabajó como violonchelista durante algunos años y que dejó de tocar y de interpretar con ese instrumento cuando conoció al que sería su esposo. De esto hace poco más de veinte años. Desde entonces se dedicó a ser esposa y madre de dos hijas; Sara y Lucía, y a callar para el mundo. Se volvió una mujer taciturna e imposible de abordar para otros que no fueran sus hijas. Al parecer, ni su esposo pudo nunca más conseguir diálogo con ella, después que había nacido la segunda hija; Lucía. Fue después del nacimiento de Lucía que la tía Eloísa comenzó a perder peso y a descuidar su apariencia hasta un grado delirante. O sea, desde hace trece años que la tía dejó crecer el pelo hasta los talones, dejó de depilarse en todos los lugares de su enflaquecido y larguirucho cuerpo y, aunque no había dejado de asearse durante los últimos diez años, jamás volvió a utilizar desodorante ni perfume ni gota de maquillaje.

¿Por qué dejó de interesarse en su apariencia? Se dice que porque le fue imposible soportar tantas infidelidades del marido; un pequeño empresario, dueño de una tienda de autos seminuevos y de varios apartamentos amueblados y rentados a estudiantes extranjeros. Pero también se dicen otras cosas más horribles, particularmente sobre ella, de las cuales, contarlas íntegramente, obligaría a escribir una novela de más de trescientas cuartillas.

             En fin, su Diario lo componen quince libretas, en cuyas hojas aparecen breves relatos, ideas metafísicas, poemas de poetas nacionales y extranjeros, dibujos en torno a rostros indefinibles, debajo de los cuales se consignan titulos breves. Suponemos que se trata de los rostros que se le hacían o que le nacían en los sueños, o mejor, en pesadillas. Lo que llama la atención es que no hay un sólo texto sobre música, o al menos, hasta lo que he podido leer en varias de las libretas de ese Diario, no he encontrado ningún comentario o apunte referente a obras musicales ni a compositores. Pero bueno, tal vez se llegue hasta el final de esta historia cuando aparezca la tía Eloísa, o bien, si nunca más vuelve a aparecer, ya estaremos investigando sobre “todas esas cosas horribles” para comenzar a escribir, quizás, la novela de su vida. Como un dato más, me ha dicho mi madre, su hermana, que de continuar viva la tía Eloísa, andará cumpliendo los cincuenta y cinco años de edad en uno de estos días de octubre









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