Adverbios ya no había que
se acomodaran al tiempo de cualquier deseo.
No había limpieza ni claridad en los instantes de atraer un poco,
solo un poco,
de secreta historia.
Secreto.
Hasta esta palabra se
hizo imposible de ser cierta.
El secreto se había vuelto
enemigo del misterio.
Ocurrió entonces que los
labios se convirtieron en volcán de insolencias.
Como un sapo muerto de
tormenta se hizo el corazón.
Ni jaculatorias ni
oraciones hubo para enterrar al sapo.
Sin adverbios y sin
deseos:
¿Para qué soplar al sol?
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