Había
sido el calor, tal vez, o el cansancio acumulado de tantas horas de trabajo y de
noctambulismo constante y sonante. O también, junto con todo esto, había sido
el efecto de los ocho caballitos de tequila añejo; lo cierto es que, cuando Efraín
se autonombró “el cronista de las cosas desaparecidas”, yo andaba cultivando
orquídeas y corriendo con los pies desnudos en una playa del caribe, sintiendo
lo fresco de una tarde que era otra tarde distinta, muy distinta y distante de
la que estábamos viviendo los amigos a esas horas.
De regreso
a la reunión, en el apartamento de Esteban, con los pies calzados y barriendo
lentamente con los ojos el imperfecto ruedo de caras enrojecidas que se movían
hacia atrás, hacia adelante, hacia los lados, me fui a
contemplar el cuadro que había exactamente encima de la cabeza de Roberto. Era un
óleo en que se representaba un atardecer y un lago, alrededor del cual había
unos bultos que daban la impresión de ser montes y una pequeña barca. Era una barca
flotando y sin tripulantes.
Tal vez
a causa del calor o por las voces que se encimaban, o por los otros caballitos
de tequila que había continuado bebiendo, fue así que me vi adentro de esa
barca, con otros compañeros viajando hacia alguna parte difícil de saber. El aire
olía diferente. Había frescura y silencios prolongados, y una paz que era el
colmo de la dicha.
Pero
como todo lo que se parece a la dicha inefable, de pronto la realidad de esta
otra tarde fue quitando frescura al aire; el silencio había desaparecido
completamente, haciendo imposible que la dicha continuara siendo dicha. Las risas
que sacudían el cuerpo de los amigos, los interminables chistes que contaba Carlos, todo
esto y el calor que no lograban expulsar los abanicos ni el aire acondicionado,
provocaron que me sintiera atrapado. No tenía ojos para alcanzar la barca, ni
fuerzas para correr en una playa del caribe, ni pensamiento para introducirme
en los oceanos del silencio.
Antes
de hundirme definitivamente en los remolinos de la ebriedad, recuerdo que pensé
en la barca en que había estado oyendo el chapoteo del agua del lago contra el
casco de madera y líquen, y las risas de los amigos como un coro, y el silencio
espeso, seco, lleno de olvido y desapariciones.
Preciosa la música, una de mis favoritas. La historia muy melancólica, no sé porqué me has recordado a "el viejo y el mar" de
ResponderEliminarHemingway. Besos!