Buscar este blog

viernes, 16 de noviembre de 2012

Espejos











El nombre del restaurante importa menos que los espejos en que se podían ver los comensales mientras comían platillos caros y buenos vinos. También, los platillos que comían Amador Brefantas y sus amigos importan menos que lo que sucedió en uno de los espejos. Era de noche y cenaban celebrando algo que tampoco importa decirlo en esta historia casi increíble.

            -Estaba con la copa levantada cuando vi en el espejo a otro levantando la copa y llevándola a los labios al mismo tiempo que yo lo hacía –confesó Amador a su mujer, mientras sacaba los brazos de la camisa.

            Esmeralda vio a Brefantas desde la cama y desde la empañada ventana del sueño que se resistía a abrirse a la otra realidad, y permaneció así, sin estar segura de estar mirando a su esposo adentro de un sueño o adentro de la otra realidad donde Amador Brefantas había estado y desde la cual llegaba a confesarle un extraño acontecimiento.

            -No estaba ebrio como para aceptar que había sido una alucinación alcohólica. Tampoco se trataba de la refracción y de sus leyes físicas. Lo cierto es que quien había levantado la copa al mismo tiempo que yo, era otro, por increíble que parezca.

Colgó la camisa en el respaldo de la silla, y a continuación volvió a decir:

-Sin otro afán que despejar la duda en que de pronto me sentí atrapado, abandoné la copa en la mesa y… qué fue lo que vi, que otra vez el otro había hecho exactamente lo mismo. Te juro que el otro tenía precisamente todos mis rasgos; excepto, que vestía con otras ropas. Por lo tanto, nada tienen que ver aquí las leyes de la refracción ni mucho menos los efectos del alcohol. Era otro el que hacía exactamente lo mismo que yo; al mismo tiempo y con el mismo ritmo.

            Después de haberse sacado los pantalones, se sentó Amador en el filo de la cama y se quitó los calcetines. Mientras tanto, Esmeralda comenzó a tallar los ojos para deshacerse de las luces que se le habían incrustado en el reciente sueño.

            -Pensarás que me estoy volviendo loco…

            -Espera, por favor –interrumpió Esmeralda a su esposo, y terminó diciendo-: No he escuchado nada de lo que dijiste, y no quiero hacerlo por ahora. Estoy muy cansada como para continuar despierta y oyendo, además, una historia como tal. Mañana es domingo y podrás contarla toda entera mientras desayunamos. Buenas noches.  

            Otro día en la mañana, Esmeralda abrió los ojos y buscó el cuerpo de su esposo. No estaba. Se levantó entonces con la creencia de que se lo encontraría sentado en el jardín, fumando y bebiendo una taza de café. Tampoco estaba.

            Se dirigió a la cocina para usar el teléfono y marcar al celular de Amador Brefantas; pero en ese momento comenzó a sonar el timbre. Levantó la bocina y escuchó:

            -¡Buenos días, mujer! ¿Te ha dado igual que no fuera Amador a casa o qué? –era la esposa de uno de los amigos con quien había estado cenando Brefantas la noche antes.

            -¡Espera espera…! No entiendo nada. ¿De qué me estás hablando?

            -Que tu esposo está en estos momentos preso por haberle roto la cabeza a otro con una silla.

            -Mientes. Amador Brefantas vino a casa. Aunque estaba un tanto dormida, puedo jurar que estuvo contándome sobre una historia de copas y espejos y no sé qué más. Y yo le dije que estaba muy cansada y que, en fin, él estuvo conmigo en la cama anoche.

            -Pues yo diría que eres tú la que miente –se defendió la esposa del amigo de Amador Brefantas-. Tu esposo no pudo haber regresado a tu casa porque tu esposo, me consta porque yo estaba en la mesa donde cenábamos anoche, de pronto se levantó de la mesa y sin ninguna explicación se dirigió a gritarle a un señor que estaba cenando en una de las otras mesas.

            Después de varios segundos de silencio pardo, como si no hablara para otra persona, Esmeralda dijo: “Todos locos…”

            -¿Qué has dicho? –preguntó la esposa del amigo de Brefantas.

            -Que todos ustedes están locos. Amador estuvo anoche en la cama y me abrazó y lloró en mi pecho porque había vuelto a ver su otro yo. Yo lo calmé y se durmió. Pero ahora que he despertado descubro que Brefantas ha salido de la casa.

            -Yo diría, entonces, que la loca eres tú, querida. Tú no pudiste abrazar más que a un fantasma. Amador está preso y es por esto que te estoy llamando, porque me ha pedido Jorge que lo hiciera.

            Hubo otro silencio, un poco más largo y más gris. Más frío.

            -¿Dónde debo ir a buscarlo? –interrogó Esmeralda.

            La esposa de Jorge le dio la información, y entonces Esmeralda colgó la bocina y permaneció varios minutos atrapada como adentro de un viscoso sueño. Le parecía increíble todo eso que acababa de escuchar. Nunca había visto a Brefantas con intenciones de golpear a nadie. Pero lo más increíble no era esto, sino el hecho de que ella podía asegurar que había estado toda la noche abrazada a él. Que él se había soltado llorando porque había vuelto a aparecer su otro yo, que estaba aterrado por todo lo que seguiría después, que lo había escuchado decir que la necesitaba más que nunca, que/ “No… no puede ser cierto que Amador Brefantas esté en estos momentos preso. Todo esto no es más que una pesadilla. Despertaré y estará Brefantas a mi lado, en la cama, un poco más tranquilo”.

            En efecto, a partir de entonces, Esmeralda comenzó a vivir una pesadilla. Sus días y sus noches los iría atravesando con el enorme vacío que había hecho posible la ausencia de Amador Brefantas, a quien nunca más volvería a ver, porque nunca más nadie le pudo decir dónde podía encontrarlo.

Hasta sus amigos se negaron a hablar con ella.

“Increíble. Todos locos”, no dejaba de decirse a sí misma, cada noche, después de marcar el teléfono y de no recibir respuesta.
             





No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por asomarte a este blog de instantes

No había espacio

quería sonar como a eco de palabras sueltas como a sensaciones que se intensifican y  desaparecen  en el infinito tiempo no había espacio ni...