El nombre
del restaurante importa menos que los espejos en que se podían ver los
comensales mientras comían platillos caros y buenos vinos. También, los
platillos que comían Amador Brefantas y sus amigos importan menos que lo que
sucedió en uno de los espejos. Era de noche y cenaban celebrando algo que tampoco
importa decirlo en esta historia casi increíble.
-Estaba con la copa levantada cuando
vi en el espejo a otro levantando la copa y llevándola a los labios al mismo
tiempo que yo lo hacía –confesó Amador a su mujer, mientras sacaba los brazos
de la camisa.
Esmeralda vio a Brefantas desde la
cama y desde la empañada ventana del sueño que se resistía a abrirse a la otra
realidad, y permaneció así, sin estar segura de estar mirando a su esposo
adentro de un sueño o adentro de la otra realidad donde Amador Brefantas había
estado y desde la cual llegaba a confesarle un extraño acontecimiento.
-No estaba ebrio como para aceptar que
había sido una alucinación alcohólica. Tampoco se trataba de la refracción y de
sus leyes físicas. Lo cierto es que quien había levantado la copa al mismo tiempo
que yo, era otro, por increíble que parezca.
Colgó
la camisa en el respaldo de la silla, y a continuación volvió a decir:
-Sin
otro afán que despejar la duda en que de pronto me sentí atrapado, abandoné la
copa en la mesa y… qué fue lo que vi, que otra vez el otro había hecho
exactamente lo mismo. Te juro que el otro tenía precisamente todos mis rasgos;
excepto, que vestía con otras ropas. Por lo tanto, nada tienen que ver aquí las
leyes de la refracción ni mucho menos los efectos del alcohol. Era otro el que hacía
exactamente lo mismo que yo; al mismo tiempo y con el mismo ritmo.
Después de haberse sacado los
pantalones, se sentó Amador en el filo de la cama y se quitó los calcetines. Mientras
tanto, Esmeralda comenzó a tallar los ojos para deshacerse de las luces que se
le habían incrustado en el reciente sueño.
-Pensarás que me estoy volviendo
loco…
-Espera, por favor –interrumpió Esmeralda
a su esposo, y terminó diciendo-: No he escuchado nada de lo que dijiste, y no
quiero hacerlo por ahora. Estoy muy cansada como para continuar despierta y
oyendo, además, una historia como tal. Mañana es domingo y podrás contarla toda
entera mientras desayunamos. Buenas noches.
Otro día en la mañana, Esmeralda
abrió los ojos y buscó el cuerpo de su esposo. No estaba. Se levantó entonces
con la creencia de que se lo encontraría sentado en el jardín, fumando y
bebiendo una taza de café. Tampoco estaba.
Se dirigió a la cocina para usar el
teléfono y marcar al celular de Amador Brefantas; pero en ese momento comenzó a
sonar el timbre. Levantó la bocina y escuchó:
-¡Buenos días, mujer! ¿Te ha dado
igual que no fuera Amador a casa o qué? –era la esposa de uno de los amigos con
quien había estado cenando Brefantas la noche antes.
-¡Espera espera…! No entiendo nada.
¿De qué me estás hablando?
-Que tu esposo está en estos
momentos preso por haberle roto la cabeza a otro con una silla.
-Mientes. Amador Brefantas vino a
casa. Aunque estaba un tanto dormida, puedo jurar que estuvo contándome sobre
una historia de copas y espejos y no sé qué más. Y yo le dije que estaba muy
cansada y que, en fin, él estuvo conmigo en la cama anoche.
-Pues yo diría que eres tú la que
miente –se defendió la esposa del amigo de Amador Brefantas-. Tu esposo no pudo
haber regresado a tu casa porque tu esposo, me consta porque yo estaba en la
mesa donde cenábamos anoche, de pronto se levantó de la mesa y sin ninguna
explicación se dirigió a gritarle a un señor que estaba cenando en una de las
otras mesas.
Después de varios segundos de
silencio pardo, como si no hablara para otra persona, Esmeralda dijo: “Todos
locos…”
-¿Qué has dicho? –preguntó la esposa
del amigo de Brefantas.
-Que todos ustedes están locos. Amador
estuvo anoche en la cama y me abrazó y lloró en mi pecho porque había vuelto a
ver su otro yo. Yo lo calmé y se durmió. Pero ahora que he despertado descubro
que Brefantas ha salido de la casa.
-Yo diría, entonces, que la loca
eres tú, querida. Tú no pudiste abrazar más que a un fantasma. Amador está
preso y es por esto que te estoy llamando, porque me ha pedido Jorge que lo
hiciera.
Hubo otro silencio, un poco más
largo y más gris. Más frío.
-¿Dónde debo ir a buscarlo? –interrogó
Esmeralda.
La esposa de Jorge le dio la
información, y entonces Esmeralda colgó la bocina y permaneció varios minutos
atrapada como adentro de un viscoso sueño. Le parecía increíble todo eso que
acababa de escuchar. Nunca había visto a Brefantas con intenciones de golpear a
nadie. Pero lo más increíble no era esto, sino el hecho de que ella podía
asegurar que había estado toda la noche abrazada a él. Que él se había soltado
llorando porque había vuelto a aparecer su otro yo, que estaba aterrado por
todo lo que seguiría después, que lo había escuchado decir que la necesitaba
más que nunca, que/ “No… no puede ser cierto que Amador Brefantas esté en estos
momentos preso. Todo esto no es más que una pesadilla. Despertaré y estará
Brefantas a mi lado, en la cama, un poco más tranquilo”.
En efecto, a partir de entonces,
Esmeralda comenzó a vivir una pesadilla. Sus días y sus noches los iría
atravesando con el enorme vacío que había hecho posible la ausencia de Amador
Brefantas, a quien nunca más volvería a ver, porque nunca más nadie le pudo
decir dónde podía encontrarlo.
Hasta sus amigos se negaron a hablar con ella.
“Increíble. Todos locos”, no dejaba de decirse a sí misma,
cada noche, después de marcar el teléfono y de no recibir respuesta.
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