El
niño Juan creció; al igual que su amiga, la Güera Catalina. El juego que hacían
con sus cuerpos durante aquellas tardes ha quedado bajo los escombros de un
tiempo ajeno. Ya la madre que dormía mientras ellos se descubrían en cada zona
del cuerpo a orillas de un lavadero enlamado, ha envejecido tanto, se ha
vuelto tan olvidadiza y tan llena de ella misma con su silencio.
Ellos también han envejecido, pero no tanto como la madre que esperaban a que durmiera para ir al patio a jugar y satisfacer la curiosidad. Su pueril erotismo.
Ellos también han envejecido, pero no tanto como la madre que esperaban a que durmiera para ir al patio a jugar y satisfacer la curiosidad. Su pueril erotismo.
¡Cuántas
sensaciones habrán padecido! ¡Cuántas gotas de risa debieron caer en el verde
pavimento de aquel patio rodeado por paredes blancas y no muy altas! ¡Cuántas tardes han pasado desde entonces!
Ahora
están en otro espacio. Viven con otra edad y ya no juegan con el cuerpo, tal vez. Ahora
la curiosidad radica en saber qué es eso que el cuerpo les expresa durante los
minutos previos –o las horas si el insomnio está presente- a que llegue el
sueño.
Aunque
no se han vuelto todavía olvidadizos como la madre que ahora dormita en el
sillón de pana roja, sí que les resultaría casi imposible trazar los rasgos
firmes que había en ellos como cuando se miraban tan cerca y rozaban con sus
labios todo el aliento de la vida.
"Como cuando se miraban tan cerca y rozaban con sus labios todo el aliento de la vida". Una bonita entrada y un final absolutamente redondo, Bocanegra.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Blanca, por el subrayado y el comentario que has dado a esta entrada.
ResponderEliminarUn abrazo