De un lado a otro, la caída
fracturaba el límite.
Podía caer en el lado que
buscaba,
y podía creer que lo había
encontrado.
Así estaría, pensando y
creyendo que estaba allí.
O bien, se divertía
cambiando el acento a las palabras.
Hacía de las graves,
esdrújulas, o agudas;
de las agudas, esdrújulas. Y
luego ya no estaba seguro
de nada.
¡Dénada!
¿De nadá?
¿De nadá?
Era divertido acabar con la
lengua llena de hiatos.
Podridá
de faltas,
y sínembargo llena, enterá
en horrisonós y cacofónias
desde luego.
Luego desdé- ese ínstante:
y sínembargo llena, enterá
en horrisonós y cacofónias
desde luego.
Luego desdé- ese ínstante:
Era seguro que vendrían
locas pinturas,
sueños mudos, y besaría
labios
con la misma facilidad en
que desbaratan
nubes los montes.
Y otra vez de nuevo,
a encontrarse buscando
en todos lados.
Entodós
El cieló
Al adó.
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