A veces
era más piedra que agua, más línea que punto.
¿A dónde
ir así, con ese fardo arrastrándose en la sombra?
La tentación
entonces, tan cerca, lo hacía caer en diminutas gotas.
Lo increíble
estaba en eso mismo, de la gota y el golpe de piedras,
De la
celda en que los ojos aborrecían hasta el ventanuco,
El ácido
por donde el cielo se diluía en las pestañas.
La tentación,
el deseo de borrarse en lodos la cara, tirarse al océano,
Llenarse
la boca de puntos y chorrear brumas
De lo
que habían sido deseos, tentaciones de la carne.
Parar en
el lugar menos pensado:
Obscuridad
plena, aturdante.
Resbalar
o desbaratarse en lodazales.
Pero sin
llanto, sin burdos escupitajos
Ni gemidos
que hicieran creer en lo que era mejor
Dejarlo
irse hasta el olvido.
Sólo así,
solo en el olvido, el agua volvería a ser lo más suave de la vida,
La
piedra, aspereza y dureza de ser en lo más cierto de los días,
Y los
puntos y las líneas y todo el fardo de la sombra, todo,
Se recuperaría
ajeno al reloj de todos los instantes.
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