El dolor
de la memoria asoma.
Sobre todo
al otro día en que uno amanece
con
los labios secos y las manos frías.
Asoma pegado
a la ventana de los ojos,
y pareciera
que no hubiera alma.
Donde
antes hubo tiempo suficiente,
asoma con
sus dedos temblorosos y palpa.
Ambos párpados
se adhieren a la ardorosa espuma
del dolor
y suena un hueso de niño.
Un hueso
de niño que choca contra algo enorme,
y cae
y se levanta y vuelve a correr
hasta
dolerle las rodillas.
El dolor
de la memoria permanece.
Permanece
la espuma, la ardorosa espuma
y los
ojos se abren y se cierran bajo
la
gris mañana en que los párpados,
aparentemente
sin alma,
en que los labios secos y las manos
y el
dolor del niño y las rodillas…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por asomarte a este blog de instantes