Estabas
del otro lado del espejo.
Estabas contemplando el negro de tus ojos,
el futuro que era ya cosa del pasado,
el presente
con su corte umbrío de soledad y
nunca.
Estabas
con los hombros en alto,
la cabeza flotando sobre el pecho.
Los cabellos
negros hacían huecos en la piel.
Ahí fue el lugar o había sido el lugar de
muchos besos,
de muchos temblores y pozos fríos,
negros como la hora última.
Sin levantar
el rostro avanzaste.
Entre
todos esos pedazos de cosas descompuestas,
entre todo ese griterío de dudas,
entre
tanto fragmento encontraste la sombra que te había acompañado
hasta otro día.
Regresaste.
El espejo estaba roto ya.
Roto como toda tú.
Entre las piernas estaba el resto de brumas
resbalando como la sangre de una tarde última.
A veces las cosas que se rompen pueden volver a unirse. Un abrazo :)
ResponderEliminarAsí es, amiga, a veces esto puede suceder.
ResponderEliminarAbrazos