La
madera negra y los cojines anaranjados, y el viejo sentado entre esos colores
del mueble, el cigarrillo encendido descansando en el cenicero, mirando el humo
que se eleva.
En
el estereofónico, un acetato por el que se oye música de los años 50´s.
La
mujer en la cocina, mientras el viejo rasca la barriga y piensa en resolver el
albur que lo llevará a decidir lo que no hará ese día.
-¡Acércame una cerveza, Claudia!
–gritó el viejo.
-¿¡Por qué no vienes tú y la tomas!?
Entonces el viejo recoge el
cigarrillo y se lo pone entre los labios, con la calma de quien se sabe eterno.
Antes
de atravesar el arco de la cocina, se detiene para quitarse la comezón. Al
verlo allí Claudia, parado con la mano adentro del bóxer, rascando como si
estuviera buscando algo que había muy escondido entre las piernas, le grita:
-Eres
un cochino.
Sin
importarle en absoluto, el viejo avienta la colilla hacia el fregadero y avanza
hasta el refrigerador para sacar la cerveza que le quitará las ansias de estar viviendo
en jueves. Después de beber el primer trago, murmura entre una burbuja de
aliento alcohólico: “Y tú… eres una puta”
-¿Qué
has dicho? –interrogó la mujer.
El
viejo volvió a dar otro trago y regresó, soltando otros tantos regüeldos, al
mismo lugar en el que había estado sentado desde hacía rato. Encendió otro
cigarrillo, lo chupó calmadamente y luego de dejarlo entre las otras bachichas
que había adentro del cenicero negro, fue dejando escapar el humo por los
agujeros de la nariz.
Pero la mujer no aceptó el desplante. Fue hasta donde
estaba el hombre de pronunciado vientre y ojos cacalotes, que sin verla pudo
escuchar lo que ella estaba gritando:
-¡Además
de borracho y cochino, eres un cobarde, un sivergüenza! ¿¡Por qué no me dices lo
que piensas de mí!?
Entonces el
viejo se levanta, agarra la botella de cerveza y con el cigarrillo
estilando a orillas de la boca, sin mediar palabra, le tira tremendo puñetazo.
Pero
la mujer, que ya esperaba esto, esquivó el golpe echando el cuerpo hacia atrás, y en menos de un segundo empujó al viejo e hizo que éste cayera y se golpeara la cabeza contra
el brazo del mueble.
Al
instante comenzó a emanar la sangre, que se fue mezclando con el humo del cigarrillo, los vidrios
de la botella, la cerveza... y el silencio del viejo, quien sin parpadear miraba
hacia los abismos de la nada.
“Ojalá te pudras ahora mismo”, expresó la mujer,
dirigiéndose a continuar lo que había estado haciendo en la cocina.
Cotidiano, no lo que siempre pasa, sino lo que pasa sin importarnos que pase. Así parece la aparente muerte de él y las últimas palabras de Claudia. No obstante, creo que en lo cotidiano de este Hastío se da un paso a lo definitivo e irreversible.
ResponderEliminarUn fuerte abraza, estimado.
Al final de cuentas, creo, todo ocurre dentro de lo cotidiano. LO extraordinario procede de la manera en que se aprecia todo eso que ocurre dentro de lo cotidiano.
ResponderEliminarUn abrazo
Te salió un relato duro, Bocanegra. El desenlace es tremendo.
ResponderEliminarUn abrazo
Qué gusto leerte por esta via, Blanca. En efecto, la vida es dura y temenda, a veces.
ResponderEliminarUn abrazo.