Ella
mira, recargada en el filo de la ventana, hacia el cielo manchado de nubes
cárdenas. Él contempla la espalda de ella, los hombros de ella, las piernas de
ella. Ella siente los ojos de él acariciando su espalda. Siente sus manos
apretadas en la madera. Huele el polvillo. El dulce sabor de la madera.
Afuera
las nubes avanzan suavemente. Sin prisa. Sin prisa él coloca las manos en los
hombros de ella. Aprieta con la intensidad en que suena el tempo largo del Concierto
No. 5 de Juan Sebastian Bach.
Con el
terciopelo de la lengua acaricia el cuello de ella, quien se estremece a la par
que trina el teclado. Es Bach el que ha ido dirigiendo las caricias de él en el
cuerpo de ella. Es ella quien corresponde puntualmente cerrando los ojos con el
tempo acorde a lo que se oye y se palpa.
Se
huelen.
Se
saben a piel entera.
Cae
el vestido. Resbalan los tirantes del sostén. Ella gira el cuerpo. Entrega los
labios.
Se
abrazan. Se dejan llevar por la música y el tacto. Avanzan junto con las nubes,
junto con la música. Hasta el inicio de la noche.
Sin prisa.
Sin prisa.
El
cielo truena.
Juan Sebastian Bach continúa.
Buena música y sensualidad al máximo ¡No se puede pedir nada mejor! Un abrazo!
ResponderEliminarEncantado de saberlo así; como un nada mejor.
ResponderEliminarUn abrazo
Algo mejor: más allá de la palabra, la acción misma, el amor a la vida.
ResponderEliminarAsí es, siempre más allá de todo. La vida misma como un más allá siempre.
ResponderEliminarAbrazos