Para Patricia, realidad y ficción en quien vivo
La realidad está presente. Siempre está en presente. Según parece, de lo que podemos hablar es del pasado. Es el pasado la historia que se nos viene a agazapar habitualmente en las líneas del relato. Hablar del futuro sería locura y estupidez.
(((No
hablo ni hablaré nunca de la música. La realidad de ésta pertenece a un mundo en
el que la razón no cabe. Tal vez, cuando las lenguas hayan dejado (de) ser nada
más que instrumentos al servicio del poder y de la comunicación corriente -esto es, que se ostenta fluir sin obstáculos-, hasta
entonces, creo, se podrá contar con las profundidades sonoras de ese otro lenguaje)))
Verdad de perogrullo: la realidad como la ficción son formas que
alguien vive o experimenta mediante el lenguaje. Decir el día por su fecha y
hora no es más real que apuntarlo mediante el juego de las metáforas. En tal
sentido, tampoco es más ficcional hablar de lo extraño que puede ser algo o
alguien mediante el uso de formas convencionales. En pocas palabras, la ficción
y la realidad son formas que las sociedades han instituido y disribuido según
ciertos sistemas de valores atraídos con el lenguaje en que se viven.
En abstracto, la realidad y la
ficción corresponden a una amalgama de formas que se muestran en la expresión
de quien las ha hecho posibles; pero también de quien las ha hecho aceptables.
En consonancia con lo dicho anteriormente: el relato, o sea la historia, es un
hecho consumado y producido en un campo de batalla. Es la guerra de lo posible
(real y ficcional) contra lo imposible (imaginación caótica inexpresada). Está
claro que tanto la realidad como la ficción se hacen con las formas de lo
posible, esto es, con las formas del lenguaje socialmente aceptado y asumido
por las instituciones que las utilizan como medidas de aseguramiento de valores
socioculturales. La distinción entre realidad y ficción, entonces, obedece más
a una cuestión de grados que de certezas; es más un producto de perspectivas
que de hechos independientes y objetivos. Al hablar nos estamos yendo inevitablemente hacia un pasado, y esa realidad de la que hablamos ha dejado de ser la misma en que nos vimos atrapados o atraídos. En consecuencia, el presente de tal relato ha comenzado a ser ficcional.
Las cosas comienzan a complicarse
cuando se quiere hacer pasar como verdad un conjunto de formas cuya realidad es
distinta y distante de las formas del vivir de una sociedad o de un individuo.
Es una complicación que llevaría a analizar minuciosamente el pelaje del león,
esto es, de la sociedad en todas sus raíces y arborescencias. El punto es si
vale la pena arriesgar la frágil cordura que anima a contemplar la
posibilidad de llevar a cabo tal análisis, sabiendo que en ello podrá irse la
vida entera, y que a lo más que llegaríamos es a obtener, tal vez, el borrador de un capítulo
atiborrado de descripciones y de notas al pie de página. Pero la mentira
tampoco escapa de esta red de complicaciones excesivas. La mentira es la otra
forma de la verdad posible; pero de difícil probatura. El calendario es una realidad que se mueve siempre.
Si en
filosofía se fuera el tufo de mis pensamientos, no dudaría en hacerlo con las costuras
de lo interesante, antes que con la tela de lo verdadero o con el simulacro de
la realidad entera. Mi guerra no es con la verdad ni con la mentira ni con
nada que tenga que ver con formas de valor agregado, y mucho menos con formas de control mediático o educativo. En mi caso, los leones
están en otra parte.
Tal vez es por esta clase de
complicaciones que prefiero evitar la presencia de los leones en este promiscuo
Instantario. Aquí sólo es habitual la realidad de la ficción. Aquí la verdad ni
la mentira son formas de interés personal. Es por esto que Instantario viene a
ser la evidencia que desde hace años ha venido punzando en mis carnes: la
disciplina del caos como única vía para descansar de la razón y sus
monstruosidades. Esto explica que la razón de mi sinrazón sea mucho más
vulnerable y frágil que la mariposa del poeta chino, de quien sólo se ha
querido atrapar un sueño, pero no el tiempo entero en que ocurrió el poema.
La conclusión está –si es posible llegar a una conclusión segura- de parte de quien ha leído este trozo cortado con años como instantes.
Profunda y, sobre todo, original poética. Dices que claudicas de la filosofía y, sin embargo, la haces. Qué sugestiva metáfora, ese de evadir indagar en el pelaje del león. Coincido, se arriesga la cordura y el bello vivir cuando se apuesta a hacer silogismos que persiguen otro ismo. Igual me parece fascinante ese medir los años como instantes. ¿Cuántos instantes tienes? es una pregunta que promete odiseas poéticas... Sonrisas :)
ResponderEliminarCuando hago referencia a la filosofía, es sobre todo a aquella que se imparte en las aulas, es decir a la filosofía como materia académica o como curricula de programa académico. Fuera de esto, la filosofía es tan necesaria como la música o como la poesía, y por tanto, no es a tal filosofía a la que estoy claudicando. Por todo lo demás, sólo asiento mi alegría de leer tu comentario.
ResponderEliminarUn abrazo