No era
más cierto ni más seguro hablar de yo que de tú. Tanto yo como tú formaban
parte del cúmulo de sombras arrinconadas y que había que sacar a la luz de las
lámparas. Esto es, había que hacerlas vivir al ritmo de horas nocturnas, haciéndolas
meter el cuerpo en cuestiones que durante el día era casi imposible tratar con
el tono y la fuerza de los pianísimos.
En el
día los rugidos de los motores aéreos y terrestres inhibían para tratar nada con
las sombras. En los días todo aparece en abundancia de imágenes que enceguece;
son días en que el deseo de infinitud se apodera de la eternidad en que
descansa el vacío, y no hay nada que no aparezca investido de posibilidad. Pero
lo cierto es que esa abundancia de imágenes en que todo parecía posible de ser adquirido,
se desvanecía irremediablemente en la imposibilidad de poseerlo.
No había yo ni tú. Entre nosotros sólo había materia reventada por tantas formas y
colores. La sombra de nosotros se hacía apenas con la realidad de algo que se anunciaba mediante
matices y bajo otras formas. Y por algo que ni ellos (yo ni tú) imaginaban en el
momento en que estaba ocurriendo esa explosión de formas y colores, ya en otro
momento y a orillas de la luz de las nocturnas lámparas aparecería –a pesar de
nosotros- una cuestión impremeditada: ¿No será mejor hacer aparecer todo en
las imágenes pero como si fuera algo imposible de alcanzar en ese todo, para
así, entonces, convocar a todas las energías que harán posible (((pensar))) en
alcanzar lo imposible?
Ya se
ve con esto cómo los ángulos desaparecerían del cuerpo ensombrecido. En su
lugar, más que ver, llegaría la sensación de escuchar la inasible suavidad de
ese pianísimo. Magnífico momento en que el tacto y el oído se volverían, una
vez más, como gotas de un mismo cuerpo iluminado en la ausencia de yo y de tú.
Te ves
en el agua, pero prefieres buscarte en los espejos. A veces también lo intentas
en el vidrio de las vitrinas. Sabes que al verte allí reflejada, sobre la
superficie en la que logras obtener el análisis preciso a la velocidad de los
fotógrafos, habrá otros atrás -o a los lados- atendiendo el acto tuyo que ellos
suelen también testimoniar, aunque con otros motivos o para alcanzar otros
fines. Pero tú, a diferencia de la mayoría, al buscarte en la imagen constatas
la existencia de la realidad más íntima y porosa que hay por encima de los
ojos.
Tus ojos,
del tamaño de la admiración.
Lo que seguiría a continuación podría
ser el tejido invisible de las miradas y de los pensamientos. Cada mirada un
instante, cada pensamiento un destello fugaz. El cuadro íntegro sería entonces
el resultado de múltiples instantes que hicieron y deshicieron la configuración
presente de las emociones. Quizás lo más exacto sería hablar de un film, en vez
de “el cuadro”. En el film las repeticiones conformarían los distintos
instantes dentro de un movimiento hecho con interiores atrapados por el
presente que asegura / garantiza sobre todo eso que ha ido pasando alrededor y
adentro de tu cuerpo. De no ocurrir esto así, el cuadro sería el presente de la
realidad externa, presente irrepetible por cuanto que carecería de movimiento;
pero en cambio, las emociones fluirían en cascadas fulgurantes, sin más tiempo
que el instante de la desconfiguración, y de esto no habría nadie para asegurarlo
o para dar garantía de que así ocurrió efectivamente, tras haberte visto en la
imagen de tu cuerpo.
Te ves. Eres visible. Aunque no
siempre eres vista por todos los que supones se hallan alrededor tuyo. Cuando
te percatas de esta otra realidad, la fractura que se te hace en el invisible
cuerpo te llena de dolor. Encegueces. Son momentos en que vas ciega a todas
partes, pero lo disimulas bien. Nadie nota tus dolencias ni la espesa tristeza
que corre por tus venas. Por el contrario, todos ven y admiran el cuerpo en que
te has vuelto una estrella.
¿Pero
debo acaso nombrarte aquí, en este instante? Sería tanto como borrar la
distancia, o sería como devolverte al lugar de las marquesinas y de los
créditos. Mejor es que permanezcas allá lejos como estrella, lo suficientemente lejos, aunque visible en la belleza de tu cuerpo.
¿Qué
sería quién? Ya por adverbios o adjetivos o sustantivación mayúscula. ¿El que
teniendo riquezas llega a pobreza extrema por aquello de haberse dedicado toda
la vida a hacer obras de arte incomprensibles y a publicarlas gastando todo su dinero,
hasta el colmo de morir en la calle como cualquier otra sombra; o aquel otro
que, estando entre los millones de pobres que pueblan la tierra, no se ve
impedido para mantener viva la pasión y crear obras de arte que nadie quiere
publicar, o que nadie tiene oídos para apreciar, y que muere sin jamás haber
recibido un aplauso por sus obras artísticas ni mucho menos una caricia amorosa
por ninguna de las criaturas en quienes se inspiró?
¿Quién
sería qué para no caer del fino filo de la copa que aparenta contener la dicha
o la felicidad de los días?
////// ??????
Morir de frío, como tantos otros que
crearon otros días en el silencio de las noches, o también, que hicieron nacer
otras noches entre la ruidosa sucesión de los días.
//////
??????
Estallamiento
de vida en la mente de estos artistas de otros días y de otras
noches.
(((Cinco cadáveres
de niños, de la calle, (de unos diez años de edad) fueron hallados en Bijie (China)
en un contenedor de basura, donde, probablemente para protegerse del frío, se
habían guarecido durante la noche)))
El nombre
del restaurante importa menos que los espejos en que se podían ver los
comensales mientras comían platillos caros y buenos vinos. También, los
platillos que comían Amador Brefantas y sus amigos importan menos que lo que
sucedió en uno de los espejos. Era de noche y cenaban celebrando algo que tampoco
importa decirlo en esta historia casi increíble.
-Estaba con la copa levantada cuando
vi en el espejo a otro levantando la copa y llevándola a los labios al mismo
tiempo que yo lo hacía –confesó Amador a su mujer, mientras sacaba los brazos
de la camisa.
Esmeralda vio a Brefantas desde la
cama y desde la empañada ventana del sueño que se resistía a abrirse a la otra
realidad, y permaneció así, sin estar segura de estar mirando a su esposo
adentro de un sueño o adentro de la otra realidad donde Amador Brefantas había
estado y desde la cual llegaba a confesarle un extraño acontecimiento.
-No estaba ebrio como para aceptar que
había sido una alucinación alcohólica. Tampoco se trataba de la refracción y de
sus leyes físicas. Lo cierto es que quien había levantado la copa al mismo tiempo
que yo, era otro, por increíble que parezca.
Colgó
la camisa en el respaldo de la silla, y a continuación volvió a decir:
-Sin
otro afán que despejar la duda en que de pronto me sentí atrapado, abandoné la
copa en la mesa y… qué fue lo que vi, que otra vez el otro había hecho
exactamente lo mismo. Te juro que el otro tenía precisamente todos mis rasgos;
excepto, que vestía con otras ropas. Por lo tanto, nada tienen que ver aquí las
leyes de la refracción ni mucho menos los efectos del alcohol. Era otro el que hacía
exactamente lo mismo que yo; al mismo tiempo y con el mismo ritmo.
Después de haberse sacado los
pantalones, se sentó Amador en el filo de la cama y se quitó los calcetines. Mientras
tanto, Esmeralda comenzó a tallar los ojos para deshacerse de las luces que se
le habían incrustado en el reciente sueño.
-Pensarás que me estoy volviendo
loco…
-Espera, por favor –interrumpió Esmeralda
a su esposo, y terminó diciendo-: No he escuchado nada de lo que dijiste, y no
quiero hacerlo por ahora. Estoy muy cansada como para continuar despierta y
oyendo, además, una historia como tal. Mañana es domingo y podrás contarla toda
entera mientras desayunamos. Buenas noches.
Otro día en la mañana, Esmeralda
abrió los ojos y buscó el cuerpo de su esposo. No estaba. Se levantó entonces
con la creencia de que se lo encontraría sentado en el jardín, fumando y
bebiendo una taza de café. Tampoco estaba.
Se dirigió a la cocina para usar el
teléfono y marcar al celular de Amador Brefantas; pero en ese momento comenzó a
sonar el timbre. Levantó la bocina y escuchó:
-¡Buenos días, mujer! ¿Te ha dado
igual que no fuera Amador a casa o qué? –era la esposa de uno de los amigos con
quien había estado cenando Brefantas la noche antes.
-¡Espera espera…! No entiendo nada.
¿De qué me estás hablando?
-Que tu esposo está en estos
momentos preso por haberle roto la cabeza a otro con una silla.
-Mientes. Amador Brefantas vino a
casa. Aunque estaba un tanto dormida, puedo jurar que estuvo contándome sobre
una historia de copas y espejos y no sé qué más. Y yo le dije que estaba muy
cansada y que, en fin, él estuvo conmigo en la cama anoche.
-Pues yo diría que eres tú la que
miente –se defendió la esposa del amigo de Amador Brefantas-. Tu esposo no pudo
haber regresado a tu casa porque tu esposo, me consta porque yo estaba en la
mesa donde cenábamos anoche, de pronto se levantó de la mesa y sin ninguna
explicación se dirigió a gritarle a un señor que estaba cenando en una de las
otras mesas.
Después de varios segundos de
silencio pardo, como si no hablara para otra persona, Esmeralda dijo: “Todos
locos…”
-¿Qué has dicho? –preguntó la esposa
del amigo de Brefantas.
-Que todos ustedes están locos. Amador
estuvo anoche en la cama y me abrazó y lloró en mi pecho porque había vuelto a
ver su otro yo. Yo lo calmé y se durmió. Pero ahora que he despertado descubro
que Brefantas ha salido de la casa.
-Yo diría, entonces, que la loca
eres tú, querida. Tú no pudiste abrazar más que a un fantasma. Amador está
preso y es por esto que te estoy llamando, porque me ha pedido Jorge que lo
hiciera.
Hubo otro silencio, un poco más
largo y más gris. Más frío.
-¿Dónde debo ir a buscarlo? –interrogó
Esmeralda.
La esposa de Jorge le dio la
información, y entonces Esmeralda colgó la bocina y permaneció varios minutos
atrapada como adentro de un viscoso sueño. Le parecía increíble todo eso que
acababa de escuchar. Nunca había visto a Brefantas con intenciones de golpear a
nadie. Pero lo más increíble no era esto, sino el hecho de que ella podía
asegurar que había estado toda la noche abrazada a él. Que él se había soltado
llorando porque había vuelto a aparecer su otro yo, que estaba aterrado por
todo lo que seguiría después, que lo había escuchado decir que la necesitaba
más que nunca, que/ “No… no puede ser cierto que Amador Brefantas esté en estos
momentos preso. Todo esto no es más que una pesadilla. Despertaré y estará
Brefantas a mi lado, en la cama, un poco más tranquilo”.
En efecto, a partir de entonces,
Esmeralda comenzó a vivir una pesadilla. Sus días y sus noches los iría
atravesando con el enorme vacío que había hecho posible la ausencia de Amador
Brefantas, a quien nunca más volvería a ver, porque nunca más nadie le pudo
decir dónde podía encontrarlo.
Hasta sus amigos se negaron a hablar con ella.
“Increíble. Todos locos”, no dejaba de decirse a sí misma,
cada noche, después de marcar el teléfono y de no recibir respuesta.
Todo parece
estar en orden. La mañana está fría. Adentro de los oídos cae con fuerza la voz
de Berth Hart. Sobre la pantalla del ordenador hay una silueta que baila a
orillas del mundo. Sobre todo si se trata de un orden conseguido en la
verticalidad del dibujo, que se logra con los perfiles claros que da la flotación
de viajar mediante rutas claras y bien conocidas. Borges: Que otros se jacten
de las obras que han escrito, que yo… etcétera. Pero si el dibujo se torna
garabato y no se abandona ya a las flotaciones sistemáticas de la costumbre, y, con rotunda decisión, se obstina alguien en trazar a contra corriente sus impulsos,
puede ocurrir una presión que llevará a afrontar los extremos peligrosos, hasta
el colmo de no tener ya, quizás, fuerzas para vencer el espanto que acontece
cuando se llega a palpar –con toda la imaginación- eso que se hace con base en
lo desconocido.
Lo desconocido.
No la pregunta de la
ciencia ni de la filosofía.
Lo desconocido.
Tampoco como
consciencia de saber que no se sabe.
Lo desconocido.
Lo que no se sabe ni
se espera nunca conocer.
Lo desconocido.
Burla suprema que se
hace eco.
Quien mira el dibujo desde arriba y palpa
gradualmente las estelas que suceden en torno al cuerpo trazado, es probable
que llegue a experimentar el caos que hay latiendo por debajo de cada punto. Es
como si todo el tiempo se mantuviera asomado ese personaje frente a los ojos de
quien vive con toda la muerte en las células.
La idea de Borges
vuelve a sonar ((((ahora citada bajo los efectos de una memoria revuelta con los choros
de un viejo blues)))): Que otros se jacten de las obras que han escrito, que yo me
ennorgullezco de los libros que he leído. A contrabote la idea parece honesta y
llena de una seriedad escalofriante. Es la sentencia de un hombre enciclopédico,
poseedor de riquezas bibliográficas; dicha con una contundencia que desarma
veleidades y que robustece, indudablemente, el principio de la propiedad –intelectual y de otra
especie. Pero ahora en que todo acontece con entropías alucinatorias dentro de
la esfera de cibernética babelia, ponerse a recitar con ese tono de frac y nobel imaginario,
llevaría a querer viajar de ride -con
el dedo levantado al cielo en la pista de algún aeropuerto.
La mañana se ha ennegrecido. El viejo blues ha dejado de cimbrar las paredes mentales. El sueño y la
sed ahora luchan adentro del cuerpo. Nadie sabe a qué horas terminarán las desgracias
de casi todo el mundo. Después de enunciar esto, hasta Borges carece de
sentido.
El
niño Juan creció; al igual que su amiga, la Güera Catalina. El juego que hacían
con sus cuerpos durante aquellas tardes ha quedado bajo los escombros de un
tiempo ajeno. Ya la madre que dormía mientras ellos se descubrían en cada zona
del cuerpo a orillas de un lavadero enlamado, ha envejecido tanto, se ha
vuelto tan olvidadiza y tan llena de ella misma con su silencio. Ellos también
han envejecido, pero no tanto como la madre que esperaban a que durmiera para
ir al patio a jugar y satisfacer la curiosidad. Su pueril erotismo.
¡Cuántas
sensaciones habrán padecido! ¡Cuántas gotas de risa debieron caer en el verde
pavimento de aquel patio rodeado por paredes blancas y no muy altas! ¡Cuántas tardes han pasado desde entonces!
Ahora
están en otro espacio. Viven con otra edad y ya no juegan con el cuerpo, tal vez. Ahora
la curiosidad radica en saber qué es eso que el cuerpo les expresa durante los
minutos previos –o las horas si el insomnio está presente- a que llegue el
sueño.
Aunque
no se han vuelto todavía olvidadizos como la madre que ahora dormita en el
sillón de pana roja, sí que les resultaría casi imposible trazar los rasgos
firmes que había en ellos como cuando se miraban tan cerca y rozaban con sus
labios todo el aliento de la vida.