Estaba
con los audífonos puestos y los ojos cerrados ante el ordenador. Estaba escuchando música de Mauricio Kagel cuando dos hombres entraron por la puerta trasera del jardín. Hacía
poco que había caído la tarde en la garganta de los dioses. Hora propicia en
que el artista meditaba y se preparaba para las siguientes horas de creación.
Nada sabía, desde luego, de lo que estaba ocurriendo atrás de su cabeza. Allí estaban los dos hombres en el estudio. Ambos jóvenes. Ambos con fuertes deseos de hacer algo único e irrepetible. Uno de ellos tenía un revólver y el otro un cuchillo de hoja ancha, negruzca, como de carnicero. Ambos sonreían. Ambos esperaban el instante; el instante último en que el poeta dejaría de escuchar la última nota de Mauricio Kagel.
Nada sabía, desde luego, de lo que estaba ocurriendo atrás de su cabeza. Allí estaban los dos hombres en el estudio. Ambos jóvenes. Ambos con fuertes deseos de hacer algo único e irrepetible. Uno de ellos tenía un revólver y el otro un cuchillo de hoja ancha, negruzca, como de carnicero. Ambos sonreían. Ambos esperaban el instante; el instante último en que el poeta dejaría de escuchar la última nota de Mauricio Kagel.
Bastante sugerente esa tensión suspensiva.
ResponderEliminarCómo pasan las cosas, cuando colocamos los auriculares y abrimos los ojos al que desde otro lado lee.
Me ha generado una exquista angustia.
Saludos
Me ha dado miedo, excelente microrelato. La música acompaña a cada una de tus palabras. Un abrazo!
ResponderEliminarGracias, amigos, por expresar lo que les produjo el breve relato.
ResponderEliminarUn abrazo a ambos
Muy inquietante. Lo he leído con la música de fondo y reconozco que me ha inquietado bastante.
ResponderEliminarUn abrazo.
La posibilidad, Blanca, que late entre el pensar y el hacer, es algo que me interesa indagar estéticamente. Por este rumbo llegarán, quizás, las siguientes propuestas.
ResponderEliminarUn abrazo
Excelente Bocanegra. Que el ruido ensordecedor siga afuera, mientras tanto...
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