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sábado, 2 de marzo de 2013

Chiflador de auroras











Ni yo mismo sé si existo
Bartolomeu  Axieu

El cuento era quitar el árbol a la manzana. Romper bien hasta su raíz la sombra de todos esos rostros preclaros que se insinuaban predecibles en cada breve historia. De no hacerlo así, el monto de los fraudes continuaría hasta ser imposible escapar a los círculos viciosos en que estaban sometidos los relatos y otras fantasías por el mercadeo. Sería increíble, pero no imposible, que lo mismo le ocurriera a la poesía. A como iba pintándose todo...
No hay ni qué advertir más sobre este modo de conducción pagada a priori. De aquí, tal vez, resultan explicables todos esos anti géneros, anti-logos y anti-poetas navegantes, que sobre mares de caosmosis no habían dejado de aparecer cada tanto tiempo y que, al término de millones de estremecimientos y de gritos y desgarraduras,  acabarían siendo perfectamente asimilados –y tragados- por los magos de la sensación publicitaria. Todo lo opuesto a los ácratas envueltos por el canto de los grillos, de quienes ni en su casa reparan sobre su existencia diaria.
Sin duda, todo iba por el rumbo ajeno y contrario al que hacían las luciérnagas; pero no siempre, es cierto.
)))))) Y así la lluvia más aterradora podría ser deseada con sólo ver el auto y la muchacha que esperaba, casi desnuda, detrás de una ventana en casona a campo abierto.
)))))) Y así el viaje era preferible a la permanencia eterna, aunque dicho viaje no llevara necesariamente a pensar y mucho menos implicara oler el rezago de algunos cuerpos macerados por insustanciales periplos hechos en horas de insuficiencia renal, o bien, ya por marchitaciones provocadas con hastío.
)))))) Y así proseguiría el recuento de lo perfectamente evitable y, sin prisas, olvidable en jarrones con flores decadentes en su plástico y demás efectos de manidos historiones.
)))))) Y entonces, ya sin otra vez ni más lugares habientes, con el pulso entero de los alacranes, hundiría el aguijón e inyectaría el veneno necesario para matar al gusano servil de otra fruta atraída por el deseo.
Pero todo esto estaba aún en la cabeza del desconocido chiflador de auroras. La muerte cierta de aquel árbol de manzanas, entonces, continuaría estando en la dimensión de lo imposible, mas no por esto, increíble e inesperado. Apogónico finale.
El gusto continuaría, de veras, aún entre el re-  de lo ya experimentado y el anti- que invocaba porvenires. Esto lo creía así el chiflador de auroras.





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