Ni yo
mismo sé si existo
Bartolomeu
Axieu
El
cuento era quitar el árbol a la manzana. Romper bien hasta su raíz la sombra de
todos esos rostros preclaros que se insinuaban predecibles en cada breve
historia. De no hacerlo así, el monto de los fraudes continuaría hasta ser imposible
escapar a los círculos viciosos en que estaban sometidos los relatos y otras
fantasías por el mercadeo. Sería increíble, pero no imposible, que lo mismo le
ocurriera a la poesía. A como iba pintándose todo...
No hay
ni qué advertir más sobre este modo de conducción pagada a priori. De aquí, tal
vez, resultan explicables todos esos anti géneros, anti-logos y anti-poetas
navegantes, que sobre mares de caosmosis no habían dejado de aparecer cada tanto
tiempo y que, al término de millones de estremecimientos y de gritos y
desgarraduras, acabarían siendo perfectamente asimilados –y tragados- por los magos de
la sensación publicitaria. Todo lo opuesto a los ácratas envueltos por el canto
de los grillos, de quienes ni en su casa reparan sobre su existencia diaria.
Sin
duda, todo iba por el rumbo ajeno y contrario al que hacían las luciérnagas;
pero no siempre, es cierto.
))))))
Y así la lluvia más aterradora podría ser deseada con sólo ver el auto y la
muchacha que esperaba, casi desnuda, detrás de una ventana en casona a campo
abierto.
))))))
Y así el viaje era preferible a la permanencia eterna, aunque dicho viaje no
llevara necesariamente a pensar y mucho menos implicara oler el rezago de
algunos cuerpos macerados por insustanciales periplos hechos en horas de insuficiencia
renal, o bien, ya por marchitaciones provocadas con hastío.
))))))
Y así proseguiría el recuento de lo perfectamente evitable y, sin prisas, olvidable
en jarrones con flores decadentes en su plástico y demás efectos de manidos
historiones.
))))))
Y entonces, ya sin otra vez ni más lugares habientes, con el pulso entero de
los alacranes, hundiría el aguijón e inyectaría el veneno necesario para matar
al gusano servil de otra fruta atraída por el deseo.
Pero
todo esto estaba aún en la cabeza del desconocido chiflador de auroras. La
muerte cierta de aquel árbol de manzanas, entonces, continuaría estando en la
dimensión de lo imposible, mas no por esto, increíble e inesperado. Apogónico finale.
El gusto
continuaría, de veras, aún entre el re-
de lo ya experimentado y el anti- que invocaba porvenires. Esto lo
creía así el chiflador de auroras.
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