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jueves, 29 de septiembre de 2011

Enhebros



He vuelto a padecer la prisa de los únicos,
El roce de las sombras lleno de asco,
La tristeza de caminar con el pulso quebrado
Y una voz, y otra voz, sin canto ambas
Ni acompañamiento.

He vuelto a pensar a orillas de lo verdadero,
En el punto y aparte de una sentencia injusta,
En el corazón mismo de tantas muertes
E incontables miserias,
Y no veo, no palpo, no escucho el secreto
Que a diario cruelmente nos amenaza.

Hoy es 2045 después de una masacre,
Hoy hace más de cien años que nació la oveja negra
Que sería el padre de mi padre.
Hoy todo está guardado en una sola memoria
No hay riesgo de que el ser vuelva a aparecer
Entre las columnas vertebrales del mundo.

Hoy he vuelto a sentir la presencia de mi abuelo,
El olor de los barcos en que se fue a recorrer su vida,
La risa de mi abuela y su tos de diez mil cigarros
Mojados por las horas de la espera callada,
Fumando hasta el olvido en madrugadas enteras.

Hoy ha venido la hermana de mi madre
A preguntar por el día que murió el abuelo,
Ha sido un día de asesinatos en carreteras,
De periodistas descabezados en México,
De horror anegando las ciudades y las bocas,
Y no hay matemática que precise tantas tragedias.

Hoy he vuelto a padecer la angustia,
El peso de los absurdos en las piernas,
La estupidez de creer en lo imposible,
Y no sé ya si estoy adentro de una pesadilla
O si es locura vivir como vivo a diario.

Hoy prefiero olvidar lo que mañana se hará.
Cerraré puertas y ventanas,
Tiraré el cuerpo en las sucias sábanas
De los domingos negros
Y dormiré hasta el último día:
Sin sueños.


martes, 27 de septiembre de 2011

Nadie en la noche


Un lado de abanico en una mano
Temblando vaporosa en su tarde.
Un ojo enrojecido sobre un pañuelo
Amarillo estilando sombra
Junto a un charco de sangre y de vino.

Murió de tarde el muchacho
Murió lejos de estar contento
Cayó como una camisa en la calle
Fresca de sudor y de miedo.

No hubo nadie en la noche
No hubo nadie que preguntara:
De dónde llegó el muchacho
A dónde se dirigía a esas horas
Para terminar así, sobre un charco
De sangre y de vino.
No hubo nadie en la noche
Nadie que preguntara nada.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Sin ofrendas



No había espacio para el no
Ni tiempo para soltarlo de repente.
Demasiado mundo estaba oyendo
El rumor de los cuerpos en la superficie
Demasiado cielo se iba oscureciendo
Para detener la tormenta
que sin falta alcanzaría a cubrirlo todo.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Montado en una bicicleta



Freud te habría mandado a pasear en bicicleta. Es decir, te habría puesto en la zona de sus desprecios. Y tú, que tienes el sentimiento templado como las mejores armas de los guerreros, en caso de que así hubiera ocurrido la sentencia en contra tuya, habrías montado la bicicleta y te habrías puesto a pedalear muy quitado de la pena. Muestra de ello, sería que en el viaje te irías silbando la tonada de una cancionilla aborrecida por el Maestro.
    Está por demás explicar nada en el modo de contemplar y corregir las rutas que los personajes hacen. La invención es cosa privada, aunque hay quienes se obstinan en hacerla pasar por cosa pública. Es esto lo que a ti te llevó a pensar en rutas espirálicas –en ascenso y en descenso, sobre todo para evitar las asociaciones escatológicas que sólo conducen a patios colmados con cachivaches que ni al dueño de la casa le importan.
     Digamos, pues, que reconociendo la manera en que se hacían significativas las acciones en el cerebro de la mente estética de un ciclista como tú, caíste en la cuenta de que lo mejor era proceder con un gotero de punta fina para dar la justa dosis al ojo que atrapa, en instantáneas, la realidad que en verdad merece ser notada, anotada y distribuida por los ritmos que esas gotas harían al desplazarse sobre el espacio que algunos han llamado el no-lugar.
     En otra época habrías dicho que se trataba de hacer saber sobre la no existencia de los personajes que salen de bocas oraculares, pero hoy, desde que has estado entreteniéndote con los razonamientos de Ulrich en El hombre sin atributos, has preferido dejar la idea –del devenir personaje en historia- a salvo de supersticiones y de razonamientos inútiles.
     Bastante es frotar el ojo contra la pantalla del ordenador como para que por añadidura pongamos agujas en la zona más sensible del cuerpo. En definitiva, no hay nada más aborrecible que te pongan a oler las deposiciones que escapan diariamente de las bocas telenoveleras y demás bazofia. Ante la tentación de caer ante algo como eso –mercadeo sentimental hasta la náusea-, mejor sería cortarnos la lengua y dársela a tragar a las bestias que merodean todo el tiempo a la sombra de los peores sueños o pesadillas como las que con frecuencia te despiertan y no hay palo para quitártelas (esas bestias de formas lábiles y caprichosas) de encima.
     Regresando al punto de la sentencia que Freud te habría impuesto -ahora sí en el después de las espirales recorridas con anterioridad - luego de que tú le hubieras dicho que no habías conocido madre para enamorarte de ella, ni padre como para declararle la guerra (((¿Cómo podría hacerlo un niño expósito y amamantado en las corriosas ubres de los orfanatorios por los que transcurrió tu vida hasta los dieciocho años?))). Lo cierto es que el Maestro, tras encender el tabaco y sin miramientos por todo eso que le habías confesado, escupió en tu cara la sentencia de que te fueras a pasear en bicicleta. Al principio te sentiste defraudado porque el malestar de tu cultura era un bulto que te atosigaba hasta en lo sueños, y el Maestro no había escuchado o no había querido interpretar los palimpsestos en que tu loca existencia se construía y se destruía a diario. Y es que no había mayor ofensa para el Maestro que negar la existencia de mamá y papá como personajes axiales para comprender el desarrollo sano e insano del infante. Aceptar esto –como bien lo observaron Guattari y Deleuze- era tanto como aceptar que Edipo bien se podía largar al bote de los desperdicios. Aceptar esto –lo has considerado tú- sería tanto como que el psicoanalista renunciara a la gallina de los huevos de oro. No hay psicoanálisis sin historia familiar, algo más o menos así han apuntado Deleuze y Guattari en El Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia.
     En un primer momento no habrías comprendido por qué Freud te habría mandado a pasear en bicicleta. Fue luego de conocer los testimonios de su hijo, que entenderías que no había nada en el mundo que más odiara Freud que las bicicletas. No obstante, sin conocer tú las profundas raíces en que se afirmaba la sentencia del Maestro, viste como una buena idea hacerte ciclista vesperal. Compraste una bicicleta Made in China y todas las tardes te has dedicado a pasear y a pensar –desde hace meses- en las rutas de los personajes que aparecen en tu maltrecho subconsciente, que es decir en tu imposibilidad interna para integrarte con toda normalidad en el mundo que tus ojos miran con subrepticio pavor. De aquí proviene todo esto que ni los mejores sueños te han permitido experimentar: el instante de ser y desaparecer en cada pedaleo.

martes, 20 de septiembre de 2011

Atisbos


I
En un punto del camino
apareció la insinuación de algo
impensable.
Apenas era el atisbo
de una mueca borrosa
en la madrugada.
Hacerla cierta, es decir,
hacerla pronunciable en las justas
sílabas de eso que temblaba:
fue imposible.

II
Qué lentos vamos a vivir la eterna muerte.
Qué obsesión de esperar y dibujar y vaciar
En la piel de las orugas lo mejor de siempre.
Qué absurdo pensar en que todo fue cierto
Sabiendo que, al final de cuentas, se perdería
todo, absurdamente todo
.

III
No me preguntes qué día es hoy.
No me quieras engañar
con tu tiempo de ternuras
o con tu risa de no me importa nada.
Hoy no tengo hambre ni sueño
ni piernas para saltar al otro lado
de la mentira y del soliloquio.
Hoy ya no sé adonde vamos
ni a qué horas nos esperan
aquéllos que indicaron el sitio.
Se olvida todo tan de repente
tan de repente y sin orillas
para encontrar el rastro.

IV
Ayer era un solo de arpegios rasguñando
en los párpados. Desplazaban color en las pestañas
y era emocionante desconocer los sonidos en que iban
las figuras destrozándose entre muchas formas
de silencio y de palabras en la tarde inoportunas.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Así vamos



Opalino cielo en la mañana: 7: 45.
Alirio Díaz toca en la guitarra el Adagio del Concierto de Aranjuez.
Al otro lado del parabrisas: un río de carros.
La imagen del cielo está para quitar el tedio. La música de Joaquín Rodrigo está para conducir el pensamiento por las calles de Madrid o Granada, aunque el cuerpo está en Texas y no hay nadie para distraer tanta nostalgia que de pronto emana, espumosa, por todo el equeleto en que se nutren los gusanos de la vida.
Mientras el caletre se consume en remolinos alimentados por el recuerdo de breves estancias en La Alhambra y El Escorial, el río de carros fluye multicolor y se desmadra por las rampas que indican salidas numeradas en cada milla: 35 Interestatal de Norte a Sur. No es ya el Big Sur que vieron los ojos de Kerouak. En un parpadeo desaparece la biblioteca real y se impone el mausoleo de varios mármoles. Allí están, en El Escorial, los huesos de varios reyes, rodeados por un boato inolvidable. En otro momento de otro día, casi de tarde, las fuentes y sus cristalinas aguas mojan las pupilas al salir sin prisas, embelesados, a uno de los patios de aquel alcázar alzado en magnífica montaña, soberbio a todas horas. Después de todo el encanto, como por arte de magia vemos todavía la paloma aquella que tiembla en la rama de aquel roble aturdido con polvillos pardos.
En un segundo la vida frota el medular encomio de la sonrisa pasajera: señal inequivoca de cómo acontece lo cierto en huecos de inefable materia añeja.
Frente a los ojos la piedra celestial del ópalo se espolvorea sobre luz tenue, como la luz que se hace en caribeño escampe: luz verde-azul, palpable en su dorada transparencia. Sin embargo, estamos a tres millas de llegar al corazón de Austin, bastante lejos de La Habana y de Puerto Rico.
Del Allegro Gentile ni nos dimos cuenta cómo sonó ni cuándo terminó en la guitarra pulsada por Alirio Díaz. Fue todo tan río subterráneo en los laberintos del recuerdo y de un presente acallado por aletazos del futuro inmediato que exigía mayores atenciones. Fue todo tan a salto de sabores y palpitaciones provocadas por los apenas y los casi, presentidos en aquella hora de aquella tarde crepuscular cuando un perfil de muchacha –tal vez sevillana- nos hizo imaginar el paraíso y las caricias de Eros, pero acabó todo en burla y desconcierto, en cansancio de piernas embriagadas, en horror por la noche que no dejaba ver nada, absolutamente nada, después de haber bebido copas de diferentes vinos en tascas con olor a madera y tabaco saturadas. 
Ahora la claridad estaba a orilla de los párpados, pero no la alegría de aquellos años en que vivir era acabar ahíto de experiencias. Ahora estaba allá afuera el semáforo en rojo: 8:30 a.m. Ya no había cielo sino árboles y edificios altos. Alirio Díaz se había ido al fondo de la otra realidad, a la que se podía acceder en otro instante a través de un CD y un botón.
Vamos por la 15 Street rumbo al Oeste de Austin. El cuerpo va débil, somnoliento, oyendo apenas el rumor que hacen los coches al otro lado de las ventanillas. Es viernes. Así vamos, llenos de imposibles fugas, detenidos en los entretelones de vagos sueños que nos salvan de caer muertos de fastidio. Así vamos, inventando breves historias que nos ayudan a sobrellevar las adherencias que nos impone la realidad y el sinsentido de estar sin estar en parte alguna. Así vamos.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Perderlo todo en un instante


Perdí el nombre de mi boca
En dos aguas revueltas
Por el dolor y la locura.
Perdí una historia de esperanzas
En el aliento de una gruta
Visitada por los asnos y las cucarachas.
No podía hablar en un cuerpo
Dividido por la angustia
Empapado por la pena
Roto y enfermo de tristeza.
No podía ir con la sombra yerta
Apretándome los pies y la garganta
Y con un corazón… un corazón
Seco y abierto para nada.
Perdí el hilo del tejido
En que se alimentaban mis sueños
Para hacer y deshacer zozobras
O para urdir la idea del otro día
En que la ilusión se me iba.
Perdí todo lo que estaba sonando
En los escenarios de mi mente
No muy lejos de donde habían puesto
Mis manos todo lo que hallaban
Para seguir
Para continuar pulsando
Entre gotas de alegría
Una palabra dulce
O menos amarga que la sensación
De perderlo todo en un instante. 

martes, 13 de septiembre de 2011

Entre infinitivos


Y pensar que no había rábano.
El mundo era, antes que Aquello,
una gota de Algo que resbalaba
cayendo
sobre un abismo profundo
de infinita negrura.
(((NO / NO HABRÁ CONTINUACIÓN DE OTRO GÉNESIS)))
Y saber que no había forma
de encontrar una manzana
-ni piel de durazno en los labios-
para iniciar el cuento de las divisiones
y de las ramas como libros para siempre.
(((NO / NO MÁS RECORDATORIOS AL INFIERNO DE LOS OTROS)))
Y ahora, después de turismo espacial y lenguas muertas,
ha iniciado el apocalipsis,
las guerras cibernéticas,
la era posthumana
y el etcétera de las bibliotecas
conservando cromatismos que se mueren
a la sombra de un párpado enorme.
(((NO / NO EXHIBIR EL PLAÑIDERO VUELO DE LAS GOLONDRINAS)))
A la vuelta de otro orden
-ajeno a los vaticinios de las puercas verdades-
un gozne de puerta vieja ha caído,
un muro también
y han muerto millones de abejas
a pesar de tanta verde conciencia.
(((NO / NO ATRAER CONCLUSIONES ABSOLUTAS)))
Sirenas sonarán sirenas
-ya se oyen los estallidos de las naves-
en los ignotos océanos de la noche y
de la desmemoria.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Todo a destiempo


Lluvia. Todo el día lluvia.
En la noche truenos, relámpagos, viento que hacía vibrarlo todo.
En el carro la música se hacía con el Estudio No. 1 de Heitor Villalobos.
Después otra música: el viento agitando el carro, el parabrisas lleno de relámpagos.
Después entró el asco en mi cuerpo. El cansancio de todo el día estar trabajando. Llegué a casa y la lluvia quedó afuera.
Adentro todo estaba en completo silencio.
Mientras quitaba los calcetines (((también llenos de asco y de tristeza)))
el rumor de la tormenta se escuchaba al otro lado de las puertas, y
en mi cabeza tronaban otras palabras:
Nada a tiempo.
Todo desligado.
Nada quieto.
Todo yéndose al lugar de lo desconocido.


NB: Este texto es parte de un texto mayor, llamado La noche de los días (inédito)

jueves, 8 de septiembre de 2011

Ensoñaciones



I
Una furgoneta blanca en la noche,
una inmensa nube a lo lejos,
más allá de ella
un mar quieto, espeso:
sinfonía de aromas para tu aliento.

II
Tierra y bosque, contrapunto de luciérnagas,
incontables miradas sobre troncos,
pulpa de emoción, cielo abierto,
bocas como abrazos que te llevan.

III
Cantos en boca de niños
con hormigas rojas pululando
a la sombra de hojas y guijarros.
Delirante pensamiento
entre abismos de libélulas
y un eco siempre de pasos
que atraviesan multitudes
de cuerpos que levitan
desnudos sobre océanos
quietos
transparentes.

IV
Al despertar
un trozo de sueño queda
suspendido en la ventana
por donde el sol y una mariposa
tiemblan.

martes, 6 de septiembre de 2011

Silencio


Piso redondo en mármol blanco. Altas paredes circulares de mármol negro envuelven el piso blanco, redondo. El espacio está perfectamente iluminado. Arriba cuelga una lámpara enorme, esférica, purpúrea. Pareciera el ojo ensangrentado de Polifemo al mediodía. En el centro del piso hay una rústica silla negra, donde está sentado un viejo enjuto, moreno, de cabellos grises, lacios, muy largos. Sus ropas son de color negro y tiene puestas unas sandalias de cuero.También muestra una barba gris, espesa y desordenada hasta la mitad del pecho. El viejo mira detrás de unas gafas redondas de cristales anaranjados. Son sus ojos dos manchas oscuras que tiemblan en la quietud de ese espacio marmóreo.
     ¿En qué piensa el viejo? ¿Qué miran sus ojos a través del anaranjado cristal de sus antiparras?
     Nada se oye, ni su respiración. 

sábado, 3 de septiembre de 2011

Entre el gordo y Sandra

 
Era un gordo en quien pensaba. Olía a palomitas con mantequilla derretida. Su respiración era gruesa, pausada y como llena de hilazas que raspaban en filos de cartones. Tras de beber dos grandes vasos de gaseosa, lo que siguió fue una fila de regüeldos separados por dos o tres segundos. Si mi neurosis no me engaña, el número de eructos alcanzó la cifra exacta de los cincuenta en menos de un minuto, cada cual en su respectiva línea de prolongación y volumen. El hedor que en cada uno de éstos escapaba, era como para echar un frasco entero de agua de colonia y abandonar el sitio.

     La presencia de este personaje continuaba mientras leía La muerte de Virgilio o, también, mientras escuchaba la música ambiental en el teléfono, a la espera de que al otro lado de la línea respondieran (Servicio al cliente) a mi reclamo. Después de saber que era inútil continuar esperando en el teléfono donde no dejaba de sonar la misma melodía edulcorada y empalagosa, sumándose a todo esto la imagen del personaje de marras, quien, ajeno a mis desajustes emocionales, de pronto se había puesto a sonreír ante algo que habían visto sus ojillos de viejo hamster, hundidos bajo dos cejas que parecían pintadas, digo, después de toda esta mescolanza, apreté la tecla roja para cancelar la incomunicación y enseguida me puse a rasguñar sobre una costra de puré que había en el terciopelo del sofá. Esta simple actividad permitió quitar la costra pero no deshacerme de la presencia del personaje que, conforme transcurría el tiempo, se iba haciendo más y más insoportable.
     -¿A quién maldices? –apareció de pronto Sandra, detenida frente a mí-. ¿A quién le has dicho todas esas majaderías?
     Pero entonces yo, mirando hacia la punta de sus sandalias donde asomaban unos dedos limpios y un poco deformes, dije:
     -Me harta que ofrezcan un servicio y que no lo cumplan. He llamado treinta veces a la tienda donde compramos el refrigerador y nomás me han dejado con la bocina sonando a pasteles.
     -¿Ya revisaste el depósito del toilet de arriba? Toda la noche estuvo tirándose el agua –advirtió Sandra, conminativa, con la mano izquierda frotándose en la humedad de sus cabellos.
     Para su sorpresa –y hasta para mi sorpresa, también-, se me escapó una risotada, y todo porque el marrano gordo soltó un eructo más estruendoso que los que Pantagruel echaba en el mundo. Desde luego que no iba a decirle a Sandra sobre la presencia del personaje que me venía acompañando desde hacía varias semanas.
     Luego entonces, intentanto evitar tormentas, expliqué:
     -Perdón. Es que recordé un estúpido chiste, sabes. Y… sí, ya revisé el excusado pero nada puedo hacer. El mecanismo que hay en él me produce… no sé, mucho miedo y, no sé, hasta me hace sentir ridículo. Lo cierto es que no es como los baños de antes, que bastaba aflojar o apretar rondanas para quitar o poner un simple flotador. Ahora son flotadores que se activan a fuerza de mecanismos diseñados por ingenieros que cuidan muy bien su trabajo, sabes.
     -¡Qué rollero eres, Julio! No veo qué tenga que ver el trabajo de ingenieros con la revisión tuya en el toilet de arriba, y mucho menos con tus dudas para nombrar esa sensación que te ha hecho sentir ridículo.
     -Es cuestión de sintonías, querida –me defendí diciendo-. Lo que ocurre es que tú andas en fa mayor y yo ando en si bemol. Estás tan fresca y lozana. Tan recién salida de la tina. Pero yo, que me siento más sucio que una calle de burdel y con una pesadilla que para qué te cuento. Lo que sí te digo es que en estos momentos me cuecen los compañones aquellos que, se supone, dan servicio al cliente y no es verdad. Me parece que todo es puro cuento derretido en grasa, que no es cierto que hay servicio al cliente y sí violencia psicológica (pura psicología experimental) dirigida ex-profeso a imbéciles que disfrutan del maltrato y de mermeladas sin pan y sin café.
     -Pero me parece que lo que decías antes –atajó Sandra-, en absoluto tenía que ver con servicio al cliente. Oí que maldecías a un gordo que no sé qué y que sabe cuánto y que maldita la hora... -terminó disparando como ametralladora sobre mi testuz, que estaba hacia abajo y a merced de sus estocadas, pues de pronto me había interesado en descubrir más costras de puré o de tomate en el sofá.
     Pero antes de aclarar nada, tal cual, en verdadero punto y aparte, me asaltó el gordo aplastando mis hombros con su manazas, y dijo, con el más pútrido aliento de un medieval enfermo del hígado: “Yo a esta chica no le haría ni poquito caso. Mira que insultarte en lo más íntimo de tu fuero interno”.
     -¡Tú calla! –solté la orden para el gordo; pero quien la acabó escuchando fue Sandra.
     -¿Cómo dices? –preguntó ella al tiempo que ponía las manos sobre las caderas.
   -Perdón –dije mientras miraba sus ojos, en los que descubrí tanto desprecio y burla, y continué justificando lo injustificable-. Ya estaba haciéndose otro chiste en mi cholla y fue así que, para mí mismo, dije lo que escuchaste.
     -O sea que además de rollero, ahora vas que vuelas para loco, ¿eh? –sentenció Sandra.
     -Mejor será que me ponga a buscar un plomero –dije.
    -De acuerdo. Mejor es que hagas algo productivo y no que te la pases maltratando a tus fantasmas –y tras de decir esto, desapareció Sandra de mi vista.
     Al poco rato me puse a marcar el teléfono para contactarme con un plomero, pero el gordo se había puesto mal, verdaderamente mal. Estaba vomitando los kilos de palomitas con mantequilla y los litros de gaseosa. Ver tal desahogo en plena tarde, me obligó a salir de casa y echarme a andar por toda la ciudad hasta que el asco y la desesperación me abandonaran. Ya en la noche, probablemente, otras pesadillas acontecerían junto a Sandra o lejos de Sandra.

No había espacio

quería sonar como a eco de palabras sueltas como a sensaciones que se intensifican y  desaparecen  en el infinito tiempo no había espacio ni...