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domingo, 22 de mayo de 2011

¿Un impostor?

Apenas has entrado en la estética, una mujer que está detrás de un mueble de madera blanca, sobre el cual se muestra el monitor de una computadora y un tarjetero desde donde se ofrecen los datos de las y los estilistas que alli laboran, te dice: "May I help you?"

     Con voz y señas, mascando el inglés con el que te expresas, le dices que quieres corte de cabello. Entonces ella te pregunta tu número de teléfono. Miras sus ojos -verdes con pequeños rayos amarillentos de bordes negros- y buscas, sin prisas, entre tantas cifras que debes mantener en la memoria, el número y las palabras en inglés para expresarlo. Se lo dices con cierta duda. Son tantas las cifras que debes mantener en los archivos de la mente (celular, teléfono de casa, número domiciliario, código postal, varios otros NIPS y un largo etcétera en el que aparecerían direcciones electrónicas, palabras clave...) Después de pronunciarlo en tu inglés hispanomexicano, la mujer sonríe y mira en la pantalla de la computadora. Dice un nombre. Tú niegas con la cabeza. Ella pide, entonces, que repitas el número. Tras de decírselo, ella aclara que ha cometido un error. Corrige y, otra vez, mira a la pantalla y pronuncia un nombre. Esta vez tú asientes. Vuelve a sonreír y dice algo que tú interpretas como: "En seguida te llamamos". Después de ver cómo se le borra la sonrisa de su cara, miras adonde están los otros clientes que esperan con revistas abiertas a que los llamen. Antes de ir a sentarte junto la puerta de salida, te diriges a una de las mesas en la que hay un montón de revistas esparcido. La mayoría trata sobre cuestiones de moda y glamour; hay también sobre deporte y salud, sobre dietas... Recoges la revista en que aparece una chica de ensueño. Supones que en sus páginas interiores habrán de aparecer otros cuerpos y otras caras de ensueño.

     Te acomodas en un silloncito negro, al lado de donde está una pareja de orientales que hablan en su idioma. Sus voces son como varias cuerdas timbrando en cuerpos de bambú; suaves, graves y en ciertos momentos con finales agudos en que queda suspendida-así lo supones- alguna idea que el otro o la otra continuará o dejará extraviada por algún tiempo. Más allá está una muchacha hablando en su blackberry. Habla mientras camina hacia el muro de cristal que separa el adentro del afuera del local, dibuja en el vidrio alguna letra o alguna otra figura y regresa al centro de la sala, desde donde busca llamar la atención de todos los que esperamos a que nos nombren. La pareja de orientales, ambos de edad indefinible, hablan sin elevar la voz. Es su diálogo más un murmurar que un hablar. En cambio la muchacha americana, con fuerte acento tejano, no habla, más bien grita y suelta estruendosas risotadas que acaban, una y otra vez, con varios "Oh my godness! Oh that is so great!" Además de oírla decir esto cada tres o cuatro segundos,  no dejas de observar lo que hacen unos niños que juegan en el suelo, a los pies de su madre, quien está leyendo con mucho interés un libro de Chopra, bastante ajena de todo lo que sucede alrededro suyo. "He aquí el melting pot", te dices, al tiempo que sigues los pasos de la chica que no deja de gritar "Oh my godness! That is so great!"

     Vuelves a poner los ojos en las fotos que hay en la revista, a veces buscas leer algo, pero de inmediato renuncias. El ronronear de las voces orientales empapadas por la voz de la muchacha, el zumbido de las máquinas que están cortando los cabellos de las cabezas que en el fondo se muestran sobre capas negras de plástico, los niños que se ríen, que dicen cosas que no te interesa entender y tu propio cansancio, impiden que puedas mantenerte leyendo. Además, en absoluto te importa saber sobre lo que le gusta o no le gusta a la señora de la fotografía que aparece en la pagina donde te has quedado ojeando la revista.

     Estabas a punto de entrar rotundamente en un sueño, cuando escuchaste tu nombre. Dudaste de que fuera cierto lo que habías escuchado, por eso te mantuviste quieto, con la mirada perdida entre las cabezas que había allá, del otro lado de la mujer que estaba malpronunciando tu nombre. "I am", dijiste en un hilo de voz mientras te dirigías hacia donde estaba la mujer.

     "Have a seat", dijo ella. Te sentaste en el amplio sillón giratorio y esperaste a que la mujer pusiera la capa negra de plástico alrededor de tu cuello. Tras abrochar el plástico en tu nuca, la mujer dijo algo que no entendiste. Pediste que te lo repitiera. No hubo necesidad. Sin mediar palabra quitó las gafas de tu cara y las dejó en la repisa blanca, junto a botellas de diferente tamaño y color, arriba de las cuales miraste borrosamente las cosas que se reflejaban en el espejo.

     Con la intención de aclarar de la mejor manera el corte de cabello que querías, tuviste que cerrar los ojos; pero también los cerraste para no ver la cara de esa mujer, que por contraste a todo lo que habías estado mirando en la revista, hizo que te sintieras incómodo. De lejos su cara podía ser agradable, pero el tenerla tan cerca de tus ojos, fue como encontrarte, de pronto, ante una mujer de carne y hueso, con todo el olor de sus ropas mezclándose con su aliento ajado y cebollento.

     "I got it", expresó ella, después que dijiste el número de navaja y de exponerle una vez más con los ojos cerrados la relación distributiva (((largo / corto))) en que querías que apareciera el cabello sobre la mollera.
   
     -Where are you from? -te preguntó, luego de dejar la máquina para continuar cortando el cabello con tijeras.

     Tal vez porque había vuelto el sueño a tu mente, lo que respondiste fue algo que ni tú esperabas decir.

     -From Brasil -dijiste, y al instante se te llenó la cara de calor.

     -Really!

     -Yes -aseguraste, ya sin tener más escapatoria que continuar con tu mentira.

     -What city?

     -Sao Paulo -aventuraste.

     -I know Rio du Janeiro -gritó la mujer, pegando su cuerpo en tu hombro derecho.

     -So good -fue lo que se te ocurrió decir.

     Después de decir eso, apretaste las manos bajo la capa negra de plástico. Si hubieras tenido las uñas largas y filosas, de inmediato habrían sangrado tus manos. La mujer debió sentir la tensión en que se hallaba todo tu cuerpo o tal vez descubrió que estabas mintiendo, pues no tenías nada del acento brasileiro y por eso dijo, como para desbaratar la nube de vapor que había comenzado a hacerse alrededor de uno y otro:

     -Do you want a candy?

     -Yes I do -contestaste.

     La mujer hundió la mano en el bolsillo de la bata y extrajo una barra de chocolate. La trozó y te entregó una parte. Aunque sus dedos no tocaron el dulce, te dio desconfianza meterlo a la boca. Dijiste:

     -Oh, I´m sorry. I don´t feel so good. I will take later.

     -That´s OK. Not problem.

     Después de decir esto, la mujer terminó de arreglar tu cabello en menos de tres minutos.

     -Ready! -exclamó ella.

     Enseguida mojó un lienzo gris con loción y lo paseó suavemente por tu nuca. Esto hizo que recuperaras la calma. Después, adivinando tu pensamiento, la mujer te devolvió las gafas y pudiste ver bien el reflejo de tu cabeza en el espejo. Actuaste con el gesto de quien está verdaderamente interesado en cuidar de su imagen.

     Mientras tanto, la mujer esperaba detrás de tus hombros a que dieras la última palabra. Al mirar claramente su rostro reflejado en el espejo, tuviste ganas de decirle que lo querías más corto. No dijiste nada de inmediato, pero como si hasta ese entonces hubieras recordado que habías tenido un diálogo con esa mujer, se te ocurrió preguntarle:

     - And you, where are you from?

     -From Denver. Do you know there?

     -No.

    -Well... -externó ella-: What do you think about the cut?

    -I like it -reaccionaste, sintiendo la frescura en tu testa.

     -Very good, Sir -dijo ella, quitando la capa después de haber cepillado el plástico negro.

     Te levantaste y fuiste detrás de ella, quien te llevó adonde estaba la mujer que te había recibido.

     -How much? -preguntaste automáticamente.

     Te dijo la cantidad y tú, para corroborar que habías entendido claramente, leíste en la pantalla de la máquina registradora; entregaste entonces la tarjeta y esperaste a que la mujer terminara el proceso. Mientras tanto, miraste hacia donde estaban los clientes esperando a que los nombraran; sentados en los silloncitos negros de piel sintética, con las revistas abiertas. Acabaste reconociendo que ya no estaban la pareja de los orientales ni la muchacha que había estado gritando. Tampoco estaban la mujer que había estado leyendo a Chopra ni los hijos de ella. Ninguno hablaba.

     Antes de abandonar el local, para tu sorpresa, escuchaste decir tu nombre. Nadie se levantó. Saliste y de inmediato comenzaste a sentir de nuevo los calores de junio adentro del cuerpo. Llegaste adonde habías dejado estacionado el coche. Al encender el motor se te vino a la cabeza la idea de que habías utilizado el lugar de otro, o mejor, que te habías hecho pasar por el nombre de otro. " Was I behalf on? Imposible", dijiste, poniendo en movimiento el coche. "Estoy seguro de haber escuchado mi nombre cuando estaba sentado. Aunque, debo admitir que estaba más dormido que despierto".

     Ya en la carretera volviste a reflexionar: "¿De quién sería, entonces, el nombre que pronunció la mujer antes de que abandonara el local? No tengo dudas de que fue mi nombre el que pronunció: Marcelou... Ahora si que no estaba somnoliento ni nada. Pero... ¿Acaso he sido un impostor? ¡Bah, qué importancia puede tener una u otra cosa! Ahora estoy aquí, despejado de la cabeza, con mucha hambre y cansancio". Encendiste el radio y fuiste escuchando música americana de los años sesenta y setenta.

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