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domingo, 15 de mayo de 2011

Los últimos meses de Marcel

(((¡Este olor, estos olores, esta pestilencia, este fastidio!))) Te das cuenta que el cuerpo / tu cuerpo ha comenzado a transpirar los años que lleva de tirarse a los abismos de las noches y los días. Desde hace algunos meses, cada mañana, el olor a cartones húmedos te despierta, al mismo tiempo que en la garganta miriadas de gusanos van y vienen y producen (((pulular endemoniado))) taludes en los que chorrean ácidos, además de grietas por donde emanan vapores de murientes células, tejidos descompuestos que arrojan sabor a monedas, a moho, a pantanos, a cadaverina, a flores muertas. Sales de la cama y untas la barra de jabón en las axilas, entre las piernas, en el cuello, hasta desbaratarla en los bultos de la carne. Dejas que la olorosa grasa penetre el poral, dejas que el agua escurrra sin manosear, sin tallar, dejas que por un rato desaparezca ese hedor a cartones viejos. No secas el cuerpo. Crees que así la jabonosa agua escurrirá hasta el fondo en que yacen los pantanos malolientes, pútridos, y que allí la pestilencia cederá a los aromas del jabón y el champú. Luego del prolongado aseo, vas al cuarto y echas medio frasco de colonia en las ropas que has dispuesto sobre la cama. Te vistes y esperas, frente al espejo, a que el agua de colonia colme tu cabeza. En la cocina dudas: Qué desayunar, cereal o huevos, quesadillas o pan tostado con mermelada de fresa; café solo, café con leche, té con miel, leche con chocolate. Según sea la acidez que experimentes en el pecho y la garganta, acabas decidiendo el desayuno. Mientras desayunas observas lo que está sucediendo adentro del cuerpo. Masticas, hueles lo que estás tragando. Recuerdas las mujeres que vivieron contigo (((¿cuatro o cinco?))). Ahora ni las prostitutas soportan el hedor que se desprende de tu cuerpo. No hay billete que convenza a la más vieja del burdel para irse contigo a la cama. Estás acabado para los galanteos y el acostón que, en otras épocas, sucedía inevitablemente. Ahora tendría que carecer de olfato la mujer que quiera pasar una hora contigo en la cama. Ahora nada queda de aquel don Juan que viviste hasta los 64. Hace meses, sólo algunos meses que empezaron a deambular las miriadas de gusanos en la garganta, la pestilencia del sobaco. Ahora ni con veinte pastillas de menta podría desaparecer el hedor a flores muertas de tu boca. No hay chicle ni desodorante ni ropa nueva ni loción ni nada que puedan hacer algo contra el muerto que se ha instalado adentro de ti. Estás acabado Marcel, estás acabado.

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