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martes, 10 de mayo de 2011

Al final de la tarde

No viendo más que entre cosas, como si en ellas el sol también, o como si un fuego de lava, a orillas de ventanas de piedra, de escayola, detrás de otras gafas, cayendo de vez en vez en un pozo de madera, en un liso muro donde luego la sombra, el paso de otras figuras, yendo así, desalentado, durmiendo con la cara del sentenciado a cadena perpetua, quieto frente al vapor suave, delicioso, del té anaranjado sobre una silla vieja, recuperando un sueño, abriendo los ojos a otras realidades, un soplo, un trago lento, el sabor, el intenso olor del romero, de vuelta a la silla, al sabor del té, enredarse en otra idea, un cosquilleo en el rincón izquierdo de la napia, apretar los labios para que el estornudo no, pero antes depositar la taza en el plato transparente sobre la mesita bermellón, descansar el brazo en el filo de la silla, ver otra vez el pozo de madera, sentirse un tantito asquil, un tantito molusco, y al final de la tarde preguntar: ¿Vivir es un verbo?

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