Era
enorme la ola.
Enorme.
Era la bocanada primera de un tsunami.
Enorme.
Era la bocanada primera de un tsunami.
Más
acá, muy acá, la hormiga laboraba sin sentir nada.
Nada sabía de que allá venía la enorme ola.
Nada sabía de que allá venía la enorme ola.
Después
apareció el pánico.
Todo se volvió pandemonium.
Gritos. Muchos gritos.
Y entre
tanto pánico, cantidad de olores ahogaban la mente.
Una
hora:
INCONTABLES MUERTOS Y DESAPARECIDOS.
Otro
día:
pequeñas historias de sobrevivientes.
pequeñas historias de sobrevivientes.
Años
después vendría el recuerdo de aquella hormiga que
laboraba sin sentir nada.
laboraba sin sentir nada.
Pero
los gritos, y también el mar cargado de olores, jamás
abandonarían el cuerpo que ahora yacía tirado sobre el viejo
catre de lona verde.
abandonarían el cuerpo que ahora yacía tirado sobre el viejo
catre de lona verde.
Los
gritos, para evitarlos -o casi acallarlos-, el hombre
llevaba puestos unos audífonos en los que escuchaba,
desde hacía meses, conciertos para piano y orquesta de
distintos compositores.
llevaba puestos unos audífonos en los que escuchaba,
desde hacía meses, conciertos para piano y orquesta de
distintos compositores.
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