Lo quería
todo. Rápido.
Y siempre
el primero.
A todas
horas el primero.
Vivía con
la lengua de fuera.
Vivía con
los ojos llenos de ansias.
En el
otro lado el ritmo era otro.
Otros,
también, eran los tiempos.
Nada llevaba
necesariamente
A buscar
la medalla del otro lado.
Con el
punto y aparte se podía alcanzar
La calma
temprano,
Muy
temprano en la mañana.
Aparecía
el viejo: el mismo que lo quería todo.
Por todas
partes se paseaba con el descapotable rojo.
En la
noche paseaba en carro negro, grande,
Y buscaba
entrar en todas partes con la sonrisa.
Quienes
lo veían se hacían los sordos, y ciegos,
Y se
hundían como trapos en la noche.
Del otro
lado el viaje iba con rumbo a ninguna parte.
Había barrancos
ásperos, es cierto,
Por los
que se podía alcanzar el no lugar,
Es decir,
el acallamiento y la desmemoria.
Y esto
era bueno, como el hecho mismo
De que
no hubiera alguien.
) ) ) ) ) ) ) ) ) ) ) ) )
Era real
el descontrol que acontecía entonces:
La pérdida
de lo que nunca iba a ser
Flotaba
sobre tantos cuerpos.
Para esa
hora y ese día: el viejo habría muerto
En lo
más hondo de la madrugada.
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Intrigante paradoja: un viejo que lo quiere todo.
ResponderEliminarAsí parece. Se trata, quizás, de un viejo lobo de mar. Alguien insaciable que, al final de cuentas, acaba estando solo, muerto en lo más hondo de la madrugada. Me extendería en un largo ensayo para tratar sobre todo este texto que tú encuentras dentro de una "intrigante paradoja"; pero prefiero dejarlo así, en el vuelo en que ocurren ciertas flotaciones propias de la creación poética.
ResponderEliminarUn abrazo