para P G B
Me parece
que fue a los once años que comenzaste a existir. Fue con una bata tinta que
entraste al mundo por primera vez. El Negro Celis los quería a todos
uniformados, y tú no fuiste la excepción. De hecho, tu existencia cobró más
fuerza, cuando el Negro Celis te bautizó con el nombre de Tarzán. Tú nada
sabías de Burroughs ni de nadie más importante que tú. Eras tan importante que
todo el día llevabas puesta la bata tinta; hasta para dormir la llevabas. Y tu
madre no podía decirte que te la quitaras porque bien sabía que de esa bata
dependía tu existencia.
Ahora tu madre ha muerto, y del
Negro Celis sólo supiste que se llamaba Francisco, que era hermano de una
familia que tenía varias fábricas de calzado. Tú eras el embarrador de punteras
y taloneras cuando te dieron la bata tinta, y luego fuiste el pespuntador de
chinelas, y ya cuando ibas a ser el “maistro” de sección, te fuiste a otra
parte. Soñabas con ser músico de rock o de blues (Hendrix y BB King eran tus
ángeles de la guarda), y por eso te fuiste de mojado hasta Nueva York, y luego
bajaste y te deslizaste hasta llegar a San Francisco. Pero el whisky y la
ginebra te pusieron a ver otro mundo que el que habías soñado. Estuviste en
prisión varios meses –casi dos años-, y hasta que te exprimieron, o mejor,
hasta que hicieron que pagaras tu falta, te devolvieron por el lado de Tijuana.
Ahora ya no sabes ni dónde está el
sur ni el oriente. Todo lo más que te habita en el cerebro son ritmos y nubes donde
permanecen tus pensamientos flotando (todo el día) como hojas quebradizas.
Ya no hay bata tinta ni Tarzán que te devuelva la dicha de existir. Las ilusiones
se te perdieron o te abandonaron hace mucho tiempo. Vivir se te ha vuelto un
terreno lleno de arenas movedizas. Te aterra estornudar, por temor a hundirte
todavía más, pero al mismo tiempo quisieras que se abriera la tierra debajo de
tus pies.
Sin dedos
para pulsar el bajo y sin dientes para comer la torta, para qué diablos seguir
echando sombra a las cosas. Ahora ni te imaginas que eres parte de una
estadística, ni te imaginas que eres parte de los números que cuentan la
cantidad de topos que sobreviven en los agujeros, bajo los puentes, o también
junto a basurales, en la frontera norte. Lo único que sabes es silbar con el
magín –pues sin dientes no hay modo de lograrlo-, pero hasta esto se te está volviendo
cada vez más indeseable.
Ahora sólo esperas a que llegue la noche para
escurrirte por allí y tragar lo que puedes conseguir en las calles. Para la
estadística eres topo, para ti mismo, no eres más que un perro hurgando en las bolsas de desperdicios.
Sé es cronopio o no se es. ¿Verdad? Buen relato, sentido...un trazo
ResponderEliminarQuerida mia, gracias por el ser que me das con tu lectura.
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