La
bicicleta estaba allá
apretada
a la sombra del tronco añoso
enorme
en su quietud de espera.
Para
experimentar la levedad de las mariposas,
que
iban y venían,
no fue
un viento fuerte el que actuó
recordando
el día aquél en que se marchó flotando,
hasta
el río,
sobre
el camino de piedras.
No fue
ese viento pero sí la bicicleta aquella
en que
sintió el roce de la vida entre los labios,
y se
alegró de no ser piedra
ni
tronco ni sabino,
y ni
mucho menos,
huella.
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