Contaba los cigarrillos que fumaba, y las copas, y
mientras tanto, se iban borrando las nubes.
Contaba los días que no fumaba, y las noches en que
dormía sobrio, mientras tanto, las pesadillas iban acumulando horas de
insomnio, horas en que la muerte era la única realidad segura que abría las
puertas para irse lejos.
Mejor fue que dejara de contar los baches en que se le
rompía la calma, y los días que lo reventaban en todo momento.
Hoy ya no cuenta nada, no toca nada, no habla; se ha abandonado a la suerte de que el cielo permanezca dentro de la cabeza; asomándose entre un montón de abismos, imaginando hasta cuál abismo último estallará por completo.
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Gracias por asomarte a este blog de instantes