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jueves, 6 de abril de 2023

Difícil de representar y de imaginar

 


Esencialmente: soy un animal. El lenguaje en el que me asimilo, apenas si protege la apariencia del cuerpo en el que vivo.

Duermo todo el tiempo que puedo.

Como nada más que lo necesario.

No sé qué espero, ni sé si espero algo.

Vivo en los golpes del corazón. Sueño que me desparramo como el agua en un desierto nocturno, presintiendo cómo el aire y el sol mágicamente hacen que desaparezca.

Siempre me han fascinado más las desapariciones que las apariciones permanentes.

La permanencia es un estado que envenena. No concibo la vida como una sensación permanente. Es por esto mismo que duermo todo el tiempo que puedo, para desaparecer en las fugas incontenibles de los sueños, y para convencerme, también, de que la vida es algo más que estar despierto.

Preferiría no explicar nunca más nada.

Sentir cómo voy arrugándome y llenándose de ceniza los cabellos, será el punto exacto en que palparé la fugacidad de los instantes.

Vivir explicando cada idea que me ocurre, sólo me llevaría a padecer náuseas, a consecuencia de untar la lengua en argumentaciones falaces y cadavéricas.

Mejor que ahorcar los canales por donde fluyen las imágenes de lo incomprensible, tirarme en los cauces de lo inefable.

El ser humano es la invención de un ideal: difícil de imaginar y de representármelo en su esencia.

En mi caso: soy un animal. Extraño entre otros seres.





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