La mosca
en el techo, iluminada por la luz de una lámpara. Abajo de ésta, sobre la
mesa-escritorio, una Holy Bible, quieta para ser recogida por el habitante de
este cuarto de hotel...
Penumbra.
Calor. Aire de horas apretado entre la alfombra rojinegra y los muros
avainillados.
Afuera
el rumor de los motores hace pensar en el mar, sobre todo –es probable- en quienes
llevan atorados varios minutos en uno de los nudos viales –cada día menos
útiles para los flujos de los coches altatecnologizados que desde la ventana se
alcanzan a ver como una serpiente variopinta bajo este cielo pardo.
Pero del
lado de acá, se puede escuchar como en un suave recuerdo las frescas cuerdas de
una obra de Arvo Pärt.
La tentación
de escribir es fuerte.
Sale la
máquina de su estuche de tela. Se abre como una mariposa negra en el silencio
de la luz anaranjada. Brilla la pantalla. Aparece una página blanca sobre un
fondo azul claro.
La música
de Arvo Pärt es más poderosa que las ideas que puedan ser puestas en la
página electrónica.
Esperar.
Conviene esperar a que suene o se pinte con intensidad la imagen, la idea
inicial del texto posible.
Esperar,
es todo lo que se necesita para entrar en el otro mundo de las palabras.
La mosca
en el techo, iluminada por la luz de una lámpara. Abajo de ésta, sobre la
mesa-escritorio, una Holy Bible, quieta para ser recogida por el habitante de
este cuarto de hotel barato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por asomarte a este blog de instantes