Parecía
la historia de nunca acabar.
Una
explicación pedía otra explicación.
El colmo estaba o venía a ser toda esa
ráfaga de ideas que mataba el alma.
Ráfaga de causas y efectos. Arbitrariedad de
los razonamientos hasta el sofocamiento.
A ese
paso enloquecedor de razones, el polvo sabía más que esas bocas llenas de
teorías y de pensamientos indelebles.
Inmortales, los creían sus expositores.
Otros personajes se habrían mordido los labios para no echar el escupitajo.
Lo
agradable era saber que estaba el silencio, y el viento que haría estallar los
globos de colores.
Lo agradable
era colocarse en otra parte, allá donde los principios se asimilan al
comportamiento de las nubes.
Lejos de
la efectividad y el efectismo que han asesinado la sorpresa o el inesperado
azar.
Insistir
sería tanto como querer embotellar el viento.
By Eduardo Iglesias
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