Y cuando hubo abierto el séptimo sello,
siguióse un silencio en el cielo, cosa de media hora.
Apocalípsis
El cielo
se llenó de satélites, de aviones, de cohetes espaciales. La luna empezó a
tener agua y animales que murieron y quedaron como muestra de una idea de vida
universal. Cósmica.
Los libros
se multiplicaron por millones en un solo día, y por millones se contaban
también el número de desahuciados, el número de enfermos, el número de suicidas,
el número de asesinatos.
Los
lenguajes fueron llenándose de polilla y acabaron en el polvo de lagares
arruinados.
Aparecieron
otros cuerpos con otros lenguajes; cuerpos sedientos e insaciables; cuerpos que
ni los océanos podían colmarlos por su tanta sed.
Los seres
humanos se llenaron de pobreza y de enfermedad y de locura. La desesperación
los fue carcomiendo y no hubo crematorio que alcanzara para tanto cuerpo
descompuesto en casas aseguradas por la ambición y la riqueza de unos pocos.
La riqueza
y el poder eran las deidades hacia donde iban los peregrinos flacos, desvaídos,
encantados con la ilusión del sacrificio. Iban a entregar el corazón y la
osamenta para que los dioses del poder y de la fama continuaran siendo
alimentados.
Dioses. Héroes. Sombras en la herrumbre de millones de madrugadas.
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