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domingo, 27 de noviembre de 2011

Las horas de Clara



Estaba Clara en el water, ensimismada, paseando la uña de su dedo pulgar en el filo de la pantaleta, donde acostumbraba entretenerse columbrando ciertas rutas de un porvenir posible. Allí podía estar durante media hora o más, esperando el instante iluminatorio que la sacaría de las dudas con que había entrado a defecar. A veces ocurría que el tiempo no estaba para ser asimilado en toda su transparencia, y entonces Clara salía del cuarto de baño con la sensación de no tener pies o de no tener labios. Sentía como si flotara en un mar de telas suave e imposible de escapar. Toda la realidad para ella, en esos momentos, se hacía presente mediante la nariz y los ojos, y si alguien de su casa le preguntaba dónde había estado escondida, ella no hacía más que levantar los hombros y mirar a su interlocutor en la zona donde estaba la boca, como si en esto encontrara el alivio de saber que, una hora más tarde, ella recuperaría la emoción de tener voz y boca para besar otros labios.


     -¿Por qué no me habías llamado? –preguntó Clara a su novio.
     -He tenido mucho trabajo de la escuela, y además, a papá se le ha metido en la cabeza que sea yo el que diseñe el próximo slogan del nuevo estilo de calcetines que estamos fabricando.
     -¿Y ya lo tienes? –preguntó Clara, recostada en la cama mientras miraba los dibujos estampados en las cortinas de la habitación: unicornios en color magenta que corrían sobre campos amarillentos manchados de café y verde para sugerir árboles; pero sin ningún cielo azul o negro.
     -No. Todavía no. Apenas papá me ha dado el encargo ayer en la noche. ¿Y tú, cómo van las cosas en tu casa?
     -Van como han sido siempre en nuestra casa. Papá trabajando como loco. Mamá divirtiéndose de lo más lindo con sus amigas los viernes, jugando canasta en casa de una de ellas y bebiendo brandy hasta alcanzar la alegría conveniente para olvidar o para no acordarse que tiene marido. Mis hermanos haciendo como que estudian y yo haciendo como que vivo tranquila y contenta con todo, dentro de este estilo de vida irrelevante.
     -Oye, Clara, habrá una fiesta en casa de mi primo Alejandro, ¿quieres ir?
     Clara se levantó de la cama y fue a mirar el jardín que había del otro lado de la ventana. Miró un cardenal volando y desapareciendo a la velocidad de las libélulas. Después de haber percibido el temblor de las ramas de un ciprés, escuchó en el teléfono la voz de su novio:
     -Será este sábado. Será una fiesta de amigos y amigas. No habrá papás ni mamás ni tíos ni tías ni nadie que pueda quitarnos libertad. ¿Qué me contestas?
     -Sí, sí me gustaría ir. Pero con una condición –se hizo enseguida un paréntesis de suspiros y de sombras rojizas resbalando en fondos negros.
     -¿Cuál? –interrumpió el novio la ensoñadora caída por la que se estaba yendo Clara-. ¿Dime cuál es la condición?
     -Que no acabarás vomitando en mis piernas.
     -¡Por favor, Clara! Aquella vez ocurrió eso por todo lo que comí, mas no por lo que bebí.
    -Yo diría al contrario: que fue por la cantidad de alcohol que bebiste, mas no por lo que masticaste.
     -Bueno, acepto que se me pasaron las copas. Pero vuelvo a preguntarte, ¿voy por ti o no voy por ti?
     -No has respondido a la condición que he puesto –insistió Clara.
     -Si la condición es que te prometa que no beberé ni una gota de ginebra, te contesto que no estoy seguro de cumplirla. Yo no puedo estar en una fiesta sin tomar unos tragos. Además, mal haría en prometer una cosa que de antemano sé que no cumpliré.
     Clara regresó a la cama, se sentó en el filo y vio la imagen que había en el espejo del tocador. Cerró los ojos para no caer en los desequilibrios que se le venían toda vez que enfrentaba la mirada de la muchacha que aparecía en el espejo. Después de varios instantes, desde la pálida oscuridad que se hizo detrás de los párpados, contestó a su novio:
     -No he pedido que no bebas ni una gota de ginebra. Lo que quiero es que me digas que no vomitarás en mi cuerpo. Que cuando ya estés borracho o más que borracho, perdido en tu locura etílica, tendrás la fuerza para sostenerte por ti mismo. Que no seré yo tu pared ni seré tu lavabo para que allí vacíes tus desechos. Es nada más que esto lo que pido que me prometas. ¿Lo harás?
     El novio cayó en un silencio inquietante, del que parecía que no iba a escaparse nunca; pero finalmente dijo, con la voz de quien no ha terminado de cruzar la adolescencia, voz ambigua en la tesitura, rota y zurcida en el nerviosismo:
     -Haré hasta lo imposible, Clara, en no perder piso. Prometo que no haré ningún circo. Te quiero tanto…
     Clara, luego de escuchar esto, sonrió sin despegar los párpados, contenta de mirar lo que adentro de ella se había producido, y sin mostrarse eufórica, aceptó ir a la fiesta.
     Después de apretar la tecla roja del celular, Clara acomodó el cuerpo a lo largo de la cama y se abandonó al mundo de los ensueños, donde podía quedarse el día entero sin que nadie la obligara a salir de allí, como ocurría cuando estaba haciéndolo en el cuarto de baño.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Entre otras cosas



Muchos nombres para indicar la existencia de algo.
Algo seguía allí, no obstante, en esa zona tocada por los diversos nombres.
Muchas formas para representar la existencia de algo.
Algo estaba allí, sin embargo, en esa área sosteniendo la forma en que había sido representado algo.
Alguien dice muchas cosas acerca de algo. Dice que algo es importante, por ejemplo, y en efecto, algo es importante para quien ha dicho tal cosa.
Alguien cuenta una breve historia de algo. La pone de un modo que hace pensar en otras tantas historias. Cuenta por ejemplo que algo estaba sucediendo en la plaza principal de la ciudad, mientras otros, como si nada, pese a estar desplazándose en el lugar donde había estado ocurriendo la historia de algo, ni se dieron cuenta de todo eso que alguien había estado contando alrededor de ellos.
Al tiempo en que alguien contaba esa historia –y otros ni se enteraban de nada- había un corro de formas y colores danzando alrededor de las cosas que se decían de algo.
Pero como en toda historia más o menos similar, no faltaron las voces y los gritos que hicieron posible que algo se perdiera en el mundo de nadie.
Ojalá otros cuenten cosas menos definitivas que hagan posible tocar la fantástica sombra en que algo se dice con tantos nombres, de este modo, quizás, el sinsentido tendrá todas las consecuencias que hasta ahora ha sido valor añejo de los que cuentan las cosas como buenos ciudadanos de la república de las letras.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Apagando miradas



NO ERA CALLE para ojos ni escalera para pies
no estaban flores en balcón
HABÍA CIELO moviéndose con grandes nubes blancas
en amplio y ahumado vidrio de ventanas
NO ESTABAN voces de niños gritando alrededor de esferas anaranjadas
con surcos negros ni había perros ladrando atrás de casas chicas con techos grises
NO HABÍA árboles ni enredaderas ni charcos de agua por lluvias
o por señoras lavando en tardes
HABÍA UNA torre dos torres tres torres muchas torres
había rumor de helicópteros todo el tiempo
TODA LA TARDE toda la noche toda la madrugada
había soldados en guerra
HABÍA MAÑANAS con cuerpos tirados en bolsas negras
HABÍA CABEZAS metidas en hieleras blancas sobre parques y avenidas
había periódicos hablando de muertos importantes en esquinas y otros cubos
HABÍA FERIAS de libros premios internacionales adentro de edificios modernos
alfombras rojas y actrices y actores contentos en teatros de mucha fama y esplendor
HABÍA VIDA ALEGRE aplaudiendo en el silencio inmortal de los cuerpos de cartón piedra
había risa de bocas llenas de color
llanto de otras noches
tantos destazamientos
tantos deseos de matar a todos
tantas torres tantos helicópteros
TANTOS GRITOS de fuego y piedras y explosiones
NO HABÍA campo de fútbol ni pelota ni muchachos corriendo
ni muchachas caminando guapas creyendo estar en pasarelas
NO HABÍA señoras platicando acodadas en barandales blancos
HABÍA patrullas militares y hombres armados hasta los huesos
había NO HABÍA
no había
HABÍA
UN NIÑO solo atrás de un vidrio sucio de ventana rota
una moneda junto a latas de cerveza a media tarde
UNA LOCA apretando la muñeca como a su hija
había no había en fin otra carretera OTRAS MUERTES
de noche de madrugada de mañana de día de tarde
olor a sangre OLOR A MIEDO olor a muerte olor a mierda
una hora un secuestro dos horas MÁS SECUESTROS
tres horas más muertos cuatro horas más secuestros
un día y otro día y más días y
había
no había
no había más corazones contentos
había
llanto
silencio
ANGUSTIA
no había no había NO HABÍA CALLE PARA SEGUIR VIVIENDO
había
no había
HABÍA MUERTE A TODAS HORAS
a todas horas a todas horas a todas horas muerte
no había vida no
no había no
había muerte solo muerte solo muerte había
nada más que muerte
pero YA NO FLORES DE OBSIDIANA
ya no caballeros águila
ya no chillar de dardos ni escudos abriéndose como flores
ERA OTRA MUERTE la muerte de estos días
otros corazones en otras torres
otras torres para otro cielo
OTRAS ÁGUILAS OTROS TIGRES
sólo helicópteros  en vez de luna
sólo silencio apretando gargantas
y una astilla de fuego apagando miradas
CON TODA LA AUSENCIA DE CANTOS Y FLORES
apagando miradas
MIRADAS APAGADAS

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Adentro de un sueño


Hubo un día en que durmió y ya no salió del sueño.
     Fue su padre quien primero se dio cuenta que no estaba o no parecía ser el mismo que antes. Un día, durante el desayuno, le había preguntado una cosa tan simple como las que se acostumbra decir a diario.
     Pero el muchacho, quien estaba adentro de un sueño, lo que hizo fue ponerse a saltar cual si fuera un canguro.
     Otro día, poco antes de oscurecer, su padre le gritó que dejara de hacer el loco, que le dijera de una vez por todas qué estaba sucediendo.
     El muchacho se levantó de la mesa y se tiró al suelo, y como un gusano comenzó a arrastrarse hacia su habitación.
     Madre e hijas, contrarias a la actitud del padre, soltaron la carcajada y se pusieron a perseguir al muchacho como si se tratara de una víbora a la que hubiera que estar vigilando y cuidando para que no pasara a ninguna de las habitaciones.
     Apenas había entrado en el cuarto, el muchacho cobró la posición de los vertebrados y se echó a aullar como un lobo. Fue en ese momento que las mujeres dejaron de reírse y se miraron las unas a las otras como preguntando: “¿Qué está pasando con mi hermano; qué está pasando con mi hijo?”
     Regresaron a la mesa, serias y consternadas por lo que acababan de ver y escuchar.
     Papá preguntó a mamá:
     -¿Habrá usado droga y por eso se ha vuelto así?
     La madre no dijo nada. Fue una de las hijas quien habló.
     Dijo:
     -Más bien creo que los libros que lee lo han trastornado.
     -Es una tontería creer eso –reaccionó la madre.
     -Y entonces ¿qué piensas tú que es? –cuestionó papá.
     -No lo sé. Pero lo que sí sé es que hay que llevarlo mañana mismo a con el psiquiatra.
     Después de llegar a esa conclusión, continuaron cenando en silencio y sin buscarse la cara.
     Mientras tanto, en el cuarto del muchacho, la vida proseguía adentro de un sueño.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Gestos



En el vacío la escritura que el silencio
descansa. Voz de una palabra en varios gestos:
ritmos de luz y polvo
de eso que surge por una renuncia
y por el sinuoso deseo de encontrarse lejos.

Lóbregos pensamientos que se abisman hasta lo
insoportable. Casualidad de rotos zapatos que lo llevan a un paso
intranquilo de romper la idea. La idea que lo sacaría del pozo
hasta quedar sin ganas de emprender la fuga
en la quieta mañana de otro día.

En el vacío la escritura que el silencio
insoportable. Lóbregos pensamientos que se abisman hasta los
ritmos de luz y polvo. Casualidad los rotos zapatos que lo llevan a un paso
por el sinuoso deseo de encontrarse en todo.
Voz de una palabra en varios gestos:
hasta quedar sin ganas de emprender la fuga.

Intranquilo de romper la idea que lo lleva a un paso
insoportable. En la quieta mañana de otro día:
ritmos de luz y polvo. Voz de una palabra en varios gestos:
la escritura que el silencio descansa de eso
que surge por una renuncia hasta quedar sin ganas
por el sinuoso deseo de encontrarse lejos.

Voz de una palabra:
Gestos de escrituras distantes.
Silencio:
ritmos de luz y polvo.
Sinuoso deseo de encontrarse lejos.

lunes, 7 de noviembre de 2011

El viejo



Estábamos equivocados. No lo supimos hasta que apareció el viejo. Es verdad que hicimos cosas en el acierto, pero la mayoría de ellas fueron hechas en el error de pensar que sabíamos qué era lo que estábamos haciendo. El viejo entró en nuestra vida como agua que moja y refresca el cuerpo que ha estado expuesto, durante dieciocho horas, a un sol sin nubes ni sombra.
     -¿Desde cuándo viven así, en estas condiciones de muerte? –preguntó el viejo.
     -Desde hace mucho tiempo –respondió uno de nosotros.
     El viejo cabeceó tras escuchar la respuesta y se puso a mirarnos, enseguida, directamente a los ojos, como si al mirarnos así fuera posible localizar o encontrar el error que había adentro de nuestra cabeza. Luego, mientras rascaba una oreja del tamaño de una pera, volvió a decirnos:
     -¿Pueden imaginar los años que tengo de estar vivo?
     -Sí –afirmamos con la testa, temerosos de que si decíamos lo contrario, el viejo sacaría un cuerno de chivo y nos mataría sin remordimiento alguno.
     -¿Cuántos imaginan, entonces, que tengo?
     Pasó un tiempo destrozado apenas por toses breves, nerviosas, que sucedieron aquí y allá. Finalmente uno de nosotros dijo:
     -Ochenta.
     -No. Tengo noventa y nueve años, y no dudo que viviré otros muchos años más.
     Después de aclarar la edad que tenía encima, el viejo comenzó a contarnos la historia de su vida. Pero antes de empezar, nos hizo jurar que jamás saldría de nuestros corazones, es decir, que no la diríamos a nadie ni la olvidaríamos nunca.
     Fueron poco más de seis meses –cada noche un capítulo- los que tardó en contarnos el viejo, gran parte de su vida. Durante todo este tiempo nos enseñó a ver las cosas de otra manera. Nos enseñó a conducir el cuerpo de acuerdo con las formas que en cada día se mostraban.
     -Es falso que los días son iguales –nos aseguró el viejo, un lunes por la tarde-. Los días que la vida ofrece no son los días que el hombre cuenta en sus historias. Los días con historia son apenas instantes exagerados por la palabra, mostrados con el ropaje de quienes hacen todo a la medida y gusto de algunos soberanos. Si somos atentos, son los tales personajes siervos de soberanos indiferentes y esclavos de historias que acaban aprisionadas en bibliotecas. No. La vida es mucho más que soberanos indiferentes, mucho más que historias bien vestidas con palabras al gusto de voraces paladares, mucho más que bibliotecas y que mercadeo industrial.  
     Antes de llegar la noche en esa tarde de lunes, el viejo se preparó  para hacer su paseo crepuscular, sabiendo que a su regreso estaríamos todos acomodados y dispuestos a continuar escuchando un capítulo más de su historia.
     Fue imposible no meditar en lo que acababa de decirnos el viejo. Con su arenga había dejado en nosotros el malestar de no poder tragar otra historia. Nos preguntábamos sobre el sentido que había puesto en sus palabras al referirse a los contadores de historias como a “siervos de soberanos indiferentes”.
     -¿Qué es entonces él? ¿Qué es él para sí mismo cuando está contando un capítulo de su vida? ¿Estará insinuando que somos nosotros, entonces, un puñado de orejas indiferentes?
     -En absoluto. Lo qué ha querido enseñarnos es que debemos aprender a distinguir lo que las palabras dicen –y que no dicen nunca lo que realmente ocurrió en la vida de quien las usa- y la vida en que se ofrecen, puesto que, al parecer, no siempre o casi nunca están en una relación auténtica respecto de los hechos que dicen contar.
     -Yo más bien creo que el viejo, en ese momento en que nos decía todo eso, estaba molesto con la existencia de las palabras. En no pocas ocasiones he podido ver que el viejo quisiera decirlo todo en un parpadeo. Pero hay otras veces en que, por el contario, el viejo quisiera utilizar todas las palabras de la lengua para hacernos comprender el misterio de ser cuerpo y pensamiento, de ser memoria y destrucción, de ser olvido y creación.
     Estábamos en pleno debate sobre otras tantas cosas que el viejo nos había enseñado y que hasta entonces no habíamos notado el cúmulo de contradicciones que surgía toda vez que relacionábamos distintos momentos de su discurso con los distintos capítulos de su vida, cuando apareció y nos dijo, sin alterar la voz ni abrir los ojos como lo haría un ser poseído por la furia; nos habló como si fuera a contarnos un chiste, con su sonrisa de niño viejo:
     -Era de esperar que esto sucedería –nos advirtió, riendose con suavidad-. De continuar pensando así, acabarán adentro de ustedes con lo más fantástico que hay en el ser humano: el desconocimiento de vivir con el extrañamiento de los amorosos. Si ustedes se obstinan en analizar lo que digo con todo lo que cuento que he vivido, acabarán despreciándome con todo el odio que ha sido capaz de enseñarles el soberano al que ustedes sirven desde hace tanto tiempo.
     Después de asegurarnos que acabaríamos odiando hasta nuestra propia vida, el viejo se acomodó en el lugar sobre el que contaría –sin nosotros saberlo- el último capítulo de su historia. A diferencia de los capítulos anteriores, éste nos llevó a escucharlo hasta muy entrada la madrugada. Al finalizar el relato, el viejo pidió que le ragaláramos un vaso de leche tibia: “Cuando se ha hablado durante tantas horas sin descanso, no hay nada mejor que beber un vaso de leche tibia”. Después de esto, el viejo se fue y desapareció para siempre de nuestros ojos.
     Han pasado varios años. Desde entonces hablamos entre nosotros apenas justo lo necesario. Hemos asimilado y apreciado los alimentos que nos da la vida, por sobre la gran cantidad de cosas que el soberano buscó imponernos desde siempre. Hemos aprendido a vivir en la lentitud de los instantes, en el descanso de las horas y en las enseñanzas de los sueños que viviremos por muchos años -si no tantos como los que dijo el viejo que viviría, sí los suficientes para estar contentos hasta el último sueño. 

viernes, 4 de noviembre de 2011

Edu Barbero. Poemas visuales

Ya puestos en el fondo amplio de los sábados y domingos, tal vez hasta cansados del mismo canto de botellas exprimido hasta horas de madrugada, viene entonces Edu y nos hace más ligero el equipaje de los pensamientos y las emociones.

(((Dejo esto que encontré, luego de haber peleado a muerte con el loco que llevo adentro de los ojos. Ojalá disfruten esta propuesta estética tanto como nadie:


sin pies y sin manos



como un perfecto desconocido
–aun para él mismo
soltó el verbo enigmático
junto a varios locos por la noche
 -sueño robado en piedras
con ojos de agua como testigos
afligido solo en su sombra
silabario de horas muertas
escanciadas con mortal aliento
destripó su vocal cabeza
el loco poeta de los dioses ebrios
en la dimensión sideral
por la nada alimentado solo
el silencio en cortos circuitos
descompuso el cuerpo de sus creencias
hasta convertirlo en polvo de luciérnaga

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va otra vez el labio a reventar el vidrio
de una copa empañada por el uso
para imaginar que es otro vino
o con la esperanza de besar
otro mundo

¿hay dónde esconder el miedo?
¿hay dónde tirar el odio?
¿hay dónde escribir olvido?
nada que hacer
sin pies
y sin manos para robar más fuego

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martes, 1 de noviembre de 2011

Diluidas formas



Por cuestiones de horario y de circunstancias ajenas al deseo, el pecho podía llenarse de sentimientos, que al paso de los segundos, terminaban borrándose en medio de un charco de sopa en la mesa o en el fondo de una grieta, donde la misma grieta había servido como tumba de una mosca atrapada por la araña y otra mosca que se había ido a otro techo.
     No había juego que perder, ni que ganar.
     No había campanas ni campanarios ni gallos al amanecer.
     Todo era cuestión de un antes distribuido a capricho de seres que se movían detrás de cada cosa, detrás de cada sombra expulsada por los cuerpos que se negaban a aparecer en el mismo espacio por el que se hacían presentes el timbrazo en una puerta, la sirena de ambulancias quitando calma en el vecindario, el ladrar de muchos perros y el corazón de un niño enfermo que alucinaba en su cuna.
     Ya no había canción de lunas.
     Ya no había noche para descansar.
     Ya no había tiempo que medir.
     Colmado el aborrecimiento de empujar la misma puerta para salir a la misma calle, sólo quedaba el cielo para hundir las manos en los bolsillos y echarse a vagar con la esperanza de no regresar nunca al mismo patio.
     No había itinerarios que aseguraran el regreso.
     No había instrucciones que perder ni que olvidar.
     ¿Qué había entonces que esperar?
     ¿Qué había entonces que creer?
     Ya no había mosca en la tumba-grieta ni formas que se diluyeran en el horror de tantas muertes juntas.
     Estaba, es cierto, otra araña llenando de destellos el delicado trozo de una mariposa negra.




No había espacio

quería sonar como a eco de palabras sueltas como a sensaciones que se intensifican y  desaparecen  en el infinito tiempo no había espacio ni...