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jueves, 13 de octubre de 2011

Suelto de la cabeza



Dijo que estaba suelto de la cabeza. Precisamente desde aquella mañana en que la puerta del carro le había aplastado el dedo gordo de la mano izquierda, desde entonces, su vida ha girado en la noche de sus días, es decir que se ha dedicado nada más que a ver y sentir cómo la uña crece y crece “haciendo una comezón que no se me va ni rascándome con navajas”.
     Días después, cuando todavía estaba con el dedo hecho un hongo negro, lo despidieron de su trabajo (Biblioteca Pública del Estado). El pretexto fue que con una mano así no se podía ser eficiente (bibliotecario). Pero lo cierto fue que se aprovecharon de la situación para deshacerse de él. Nada extraño. En estos tiempos en que nada se hace ni permanece conforme a los más elementales derechos. Nada raro, cuando todo se ha vuelto materia de mercado, cuando todo el valor de vivir se ha dejado a los caprichos de la especulación financiera, cuando todo lo que huele a humano ha sido dejado a la intemperie, al abandono, cuando todo lo que parecía ser inamovible (el derecho a vivir y a dejar vivir) ha sido tirado como si de algo inservible se tratara. Cuando algo como esto ha venido ocurriendo en la mayor parte del mundo, si no es que en todo el mundo, entonces, era previsible que a él lo echaran al bote de los desempleados.    
     -No puedo hacer otra cosa, Sonia –me dijo, hace tanto tiempo-, que pensar en el accidente que me ha puesto así; sin ganas de salir ni a comprar cigarros a la esquina. Luego está esta comezón que ya no me deja ni fumar tranquilamente como en otras noches. Y el cordón que han puesto tan arriba para quienes no tenemos fuerzas ni edad para saltar a coger la zanahoria del trabajo. Imposible hacer otra cosa que sobar y sobar el seso y limpiarlo cada dos o tres minutos, pues cada dos o tres minutos surgen las inmundicias propias del coraje y del rencor, o aparece la viscosidad en que yacen atrapados los inolvidables momentos que ahora, a la distancia, se antoja que fueron momentos de felicidad o, al menos, de suave alegría.
     Después de decir esto, más por impotencia que por desilusión, le dije:
     -Por mí, puedes pudrirte en tu sábana. Por mí, puedes hacer de tus días un cementerio.
     Finalmente, nada más que para hacerlo enojar, terminé gritándole:
     -Pero que te quede claro: yo no voy a responder por todos los gastos de la casa. Yo no voy a ser tu seguro de desempleo por el que podrás seguir fumando y bebiendo café a todas horas. Yo no seré indefinidamente la que trabaje y cocine para que tú sigas en tus contemplaciones, en tus divagaciones o, como has dicho, para que sigas “limpiando el seso”.
     Todo lo contrario a lo que yo esperaba; no se defendió, no se enojó, no gritó, no apretó los dientes. Lo que hizo fue doblar las rodillas y esconder la cabeza bajo la sábana.
     Tuve que dejar la pieza e irme a dormir en el cuarto de los niños.
     Desde entonces resulta imposible estar junto a él. No duerme. No hace más que estar de pie durante horas, mirando por la ventana hacia los otros edificios. O bien, se la pasa sentado, contemplando el dedo de la mano izquierda. Durante la noche, apenas si duerme una hora. Se levanta y se pone a rondar el departamento. Todo el espacio –alrededor suyo- se llena de una energía intolerable. De seguir así, acabará enloqueciendo, si no es que ya lo está.
     Hace días que no he querido ni verlo. Apenas si ha comido lo que le he dejado en el refrigerador. Quizás sea mejor llevar a los niños con la tía Rosa, para que jueguen allá con sus primos y vivan allá el tiempo que sea necesario. Pero es difícil que lo haga. Lo único que haría es hacer más honda la brecha. No tengo ningún derecho en tratar de separar a los niños de su padre. Tampoco quiero causar lástima a nadie. La cuestión, sin embargo, es saber si él aún se acuerda que tiene hijos. Se lo preguntaría si tuviera fuerzas para desbaratar la rabia que me entra cuando miro su sombra ambulando por la sala. ¿Qué hacer? ¿Qué puedo hacer para no estar más en la situación en que nos encontramos? Maldita la hora en que lo despidieron. Maldita la hora en que se apachurró el dedo. Maldita la hora en que me dijo que estaba suelto de la cabeza.

6 comentarios:

  1. ¡Qué triste historia! Me imagino que es el ADN de la cultura global actual, ese choque que se està viviendo densa y dolorosamente en muchos hogares.

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  2. Bocanegra, por qué será que tus textos siempre me recuerdan a otros de grandes escritores? Al comienzo del texto me han venido al pensamiento los cuentos de Chejov, hay algo de drama ruso en tu texto. Muy bien construido, como siempre.

    Muy sintomático, como dice Patricia, de una cultura cuyo mal endémico es el capitalismo.
    Besos mil

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  3. Triste es el mundo que nos ha tocado vivir,Patricia, en medio de tanta espectacularidad. Vivimos frente a una sociedad del espectáculo, que se distribuye en gran parte del planeta -lo han dicho varios sociologos, filósofos y analistas de la"hipermodernidad". De aquí que lo sucedido al personaje huela a "hipermodernidad", es decir, donde el hombre ya no sirve ni como fuerza de explotación. Su valor está por debajo de cualquier máquina o mascota.

    Abrazos
















































    Miette, mis lecturas -como seguramente son las tuyas- están en la línea de los clásicos, sin dejar de lado las vanguardias y otros movimientos estético literarios del siglo XX, y hoy también del XXI. De hecho, me considero más un lector que un escritor.

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  4. Gracias,Miette, por tus alentadoras palabras. Innegable: escribir conlleva la historia particular del leer. En lo que escribo está y estará el mundo de mis lecturas como el de las experiencias que vivo en el mundo. Imposible dejar de leer a los clásicos, es el caso de Chejov y de otros rusos que tanto me han impresionado.

    Abrazos

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  5. Entiendo a este hombre "suelto de la cabeza". Entiendo que cuando uno pierde algo importante se sienta justamente así: como si todo lo demás hubiera dejado de interesarle.
    Muy bien escrito, Bocanegra.
    Buen día.

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  6. En efecto, Blanca. Estar suelto de la cabeza es como estar lejos de uno mismo, demasiado lejos.

    Saludos

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