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domingo, 12 de junio de 2011

Ojo de agua



¿Sabías papá, que alguna vez hubo
en el sistema solar ciento y un planetas?

En otras épocas los dioses cenaban a un costado de las voces que había a la luz de la lumbre o de rústicos candelabros. Eran voces que tardaban en responder. El pedazo de carne y de agua pura aumentaban el gozo de decir lo que se había descubierto en los ojos del gamo o en el salibeo que la vaca echaba en las puntas del verde pasto. Todavía no había aquello de ultrasonidos y rayos x punzando en las membranas interiores de los cuerpos ni había el medicamento que quitara las migrañas. No había observatorios cósmicos ni museos de la ciencia. No había todo eso pero existían gigantes que amenazaban todo el tiempo detrás de los frondosos montes. Guarecerse en cuevas era cosa del pasado.
     El niño era apenas la sombra de un pensamiento en la tierra de los dioses. El niño tocó con sus dedos la película de una imagen que en él jamás se borraría. El agua estaba para verse en ella y para guardarla adentro de los cuerpos durante días enteros. El cielo y las nubes poseían el sueño que los océanos hacían desde el profundo desconocimiento de la abisal existencia.
    Cuando el niño creció y se convirtió en el sacerdote del pueblo que lo había visto nacer, una noche en que su madre estaba en manos de la muerte, experimentó que la tierra -el mundo entero- era la cabeza de un dios dormido. Su madre, amortajada y acompañada por el fuego de las antorchas, era la evidencia del minúsculo sueño que moría en las comisuras del dios que hablaba esa noche.
     Como ella y como todo lo que ves, escuchó el sacerdote, es cuerpo leve acomodado en los rincones de mi mente. Tu voz es voz que escapa al igual que el vuelo de las aves. Tu voz no es más  -no puede ser- ni menos que esa ala de mariposa negra que ha emanado de los ojos de tu madre. Clara señal que te regalo para que me sigas.
     Otro día el sacerdote abandonó el pueblo y se fue a hablar con los pensamientos de dios en el lugar más apartado. Sabía que allá estaría en una de las zonas más profundas de la mente divina. Allá perfeccionaría la imagen que de niño había conseguido en el ojo de agua. Allá descubriría otra película del cosmos en que se comunicaban los dioses.
     El pueblo desapareció y en su lugar crecieron árboles en cuyas frondas las nubes se rasgan. Allí las mariposas negras despiertan en la noche y llenan el silencio de murmuraciones. Las pocas piedras que quedaron de aquella época en que las voces eran acompañadas por los dioses, son ahora pensamientos muertos, ojos cerrados para la vida de los sapos y de otras alimañas.     

4 comentarios:

  1. Desde luego tu pluma estaba inspirada, wow, muy profundo.

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  2. Gracias, Daniel. A veces llegan las palabras necesarias para decir lo que el espíritu colma.

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  3. Hermoso, sencillo, vi una percepción tan intima del mundo que me costo olvidarme de la mía para comprender esta. Me encantó!!!
    Cuando la inspiración llega hay que abrazarla, lo has hecho en este fragmento de palabras :)

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  4. Gracias, Yarit. Así ocurre, en mi caso, en el mundo de las palabras. Puedo pasar de lo ruin a lo excelso y de lo excelso a lo más bajo.

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Gracias por asomarte a este blog de instantes

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