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jueves, 2 de junio de 2011

Podía ser de tarde


Oyendo el canto de los pájaros -multitud de cantos- y el viento tibio que hacía olas de hojas verdes en la mañana (no era bosque ni era playa), sentado en el patio de la casa, atiborrado de imágenes que los sueños habían dejado, y el cielo gris, y el aroma que dejaban las olas de hojas verdes, el olor del café, el sabor del cigarrillo y los pájaros, el distinto canto de pájaros tan diferentes…
     Una idea. Una imagen. Una sensación de abandono.
     El autobús me había dejado en un crucero de carreteras llenas de tráfico y de vendedores de artesanías y de dulces, ciegos pedigüeños y demás caterva de excluidos. Gritaba y corría gritando detrás del autobús. Una multitud de personas se hizo y me detuvo. Podía ser de tarde.
     El viento no dejaba de hacer olas de hojas verdes. Las nubes viajaban a la velocidad de otros vientos, menos tibios, quizá, mucho más fuertes. Las nubes que hacían pensar en un cielo gris.
     Quería ir a la ciudad, pero no me atrevía a preguntar a nadie sobre la ruta del autobús que debía abordar. Ya no era tarde. Podía ser de noche o de madrugada. Estaba frente a la trompa de un autobús. La luz de los faros era potente e insoportable. Llegué a la puerta, allí estaba parado como un guardia el chofer. Le pregunté el precio del pasaje. El hombre se rió e hizo la seña de que pasara. Subí y fui andando por el angosto corredor hasta localizar un asiento vacío.
     Bebí el café. La mañana se estaba haciendo más y más gris. Los pájaros continuaban cantando. Supuse que entre ellos estaban comunicando algo importante, algo urgente que debían hacer.
     La imagen volvió a aparecer. Estaba arriba, muy arriba de la tierra, muy arriba de las nubes. Era imposible distinguir países o ciudades. Toda ella –la esférica imagen- estaba compuesta de zonas en tonos azules y grisáceos, verdes y negros.
     Me senté en uno de los asientos posteriores, junto a la ventanilla. Recargué la cabeza en el plexiglás y cerré los ojos para pensar. No había adentro de la cabeza más que risas y murmullos que hacían los pasajeros y una sensación de abandono, de tristeza amarga y fría. A los pocos minutos el autobús se puso en marcha y mantuve los ojos cerrados, tratando así de encontrar a alguien que me acompañara y me dijera algo, algo distinto a lo que allí adentro del autobús se hacía.
     Encendí el cigarrillo y medité en las poéticas del zoom. Los pájaros se habían marchado. El viento era menos fuerte. Las olas de hojas verdes habían cedido a un movimiento de verdura impenetrable, pero la tibieza se había convertido en húmedo calor, a pesar de no vivir cerca de ninguna playa o lago.
     Acercamientos graduales o distanciamientos, definición o deformación, calibramiento de imágenes conseguidas por un pulso seguro que actuaba mediante tecnologías ópticas: teleas y microscópicas. Aunque menos expectación que el provocado por la mecánica de muñecas rusas, la poética del zoom debía ser, en cierto sentido, mucho más cruel porque hería en el corazón mismo donde latía la realidad de la vida. Pensé que si buscáramos localizarnos en la Tierra desde las zonas del cosmos en que estaría dispuesta la tecnología del zoom por lentes superpotentes, seríamos nada más que el producto de una delirante imaginación o seríamos poco menos que átomos de existencia probable. En cambio en las muñecas rusas, el descubrimiento era la única realidad que se ocultaba en otras formas semejantes. Realidad descubierta con un simple movimiento de manos.  En definitiva, el zoom podía ser para los cromatismos de la mirada lo que las muñecas rusas eran para el intervalo de una intriga, sonora y auditiva.
     Entré a poner más café y a sacar una libreta para escribir sobre la desaparición de las hormigas y de otros insectos. Podía ser de tarde.
     Sin yo haberme dado cuenta, el autobús se había ido vaciando de pasajeros. El haber estado todo el tiempo con los ojos cerrados buscando a alguien que me acompañara y me hablara de cosas distintas, acabó hundiéndome en la más honda grieta. Fue el chofer quien zarandeó mi cuerpo y obligó a bajarme. Era imposible saber el lugar adonde habíamos llegado.          

1 comentario:

  1. La poética del zoom, excelente aportación. Tus ideas y perspectivas estéticas son originales. Por esperar la compañía, te hundiste en una tremenda grieta, sólo. El caso es que siempre al final quedamos solos. Espera o encuentro, siempre el balance final es la soledad. Sin embargo, la soledad queda aniquilada cuando amamos en verdad porque cuando amamos vivimos en compañía del ser o seres amados. Tal vez desamor y soledad son lo mismo.

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