No le gustaba hablar de sí mismo. Hablar de sí mismo habría sido como hacer saber de los límites que en él había, y para él, los límites no eran realidades que le atrajeran. Su mayor fascinación era pensar en lo ilimitado, en el infinito, aunque lo infinito y lo ilimitado lo excluyeran a él mismo de su condición de ser y de estar en el mundo, o mejor, en su condición de saberse existiendo dentro del caosmos de lo ilimitadamente desconocido que era todo: en la vida y en su vida.
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