-Tú, ¿quién eres? -Preguntó el viejo de cabellos grises y largos, con la mirada de un niño asustado.
La mujer sonrió desde donde estaba parada, a un par de metros del hombre. Contestó con una voz tranquila y sin prisas:
-Soy yo, papá, tu hija.
El hombre, sentado sobre la orilla del colchón, entrecerró los ojos y dirigió la mirada a la cara de la elegante mujer, quien, a su vez, lo miró impasible y con las manos flotando muy cerca de sus pantalones de pana verde:
-¿Quién eres? ¿Dónde estoy? -Insistió el hombre.
La mujer dios varios pasos y se detuvo ante el ventanal iluminado por la tarde; allí permaneció varios segundos, contemplando la quietud de los álamos y el movimiento de los niños que jugaban en el parque.
Después de untar los dedos en la suavidad de su cuello, giró el cuerpo y fue a sentarse junto a su padre.
-¿Estás bien? -preguntó ella, con el mismo tono que utilizan los médicos a sus pacientes.
El hombe cerró los ojos, tal vez para buscarse dentro de sí mismo, y dijo, después de un minuto:
-¿Dónde estoy?
La mujer apretó suavemente la rodilla del viejo; suspiró y se levantó. Antes de retirarse, dio unas palmaditas al hombre y se despidió diciendo:
-Descansa, papá. Descansa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por asomarte a este blog de instantes