Antes
de los breves ruidos que nunca han faltado entre movimiento y movimiento en un
concierto, sobre todo antes de un Adagio y después de un Allegro, aparece el vacío
helado entre los dedos, y entre éste, el suave olor de la duela, el olor de las
telas, el olor de las cremas y lociones…
El director
ha callado los ruidos breves de la vida oscura. La puerta ha sido abierta para
el ingreso a la otra realidad. Escucho el rumbo de los dedos sobre el teclado. Veo
estrellas y enormes olas atrapando indefinidos cuerpos. Después no veo nada. Sólo
escucho. Escucho y siento la música que va llevándome a lo desconocido. En un instante
todo mi cuerpo se funde en el espacio de otro tiempo, se integra perfectamente
en el tiempo de otro espacio…
No hay
razones. Cualquier explicación acaba siendo desbaratada por la fuerza de la
música. La inflexión cede al goteo multirrítmico que hace el piano en diálogo
con las cuerdas y la luz, el color, acariciado por las tibias voces de oboes y
clarinetes, y luego son cascadas, son escalofriantes rumores de océanos mecidos
por inmensas manos…
Surge
otra vez el silencio.
Otra
vez esas toses y las gargantas en limpieza. Obsesivas.
Otra
vez algunas sonrisas de mujeres en la penumbra y de hombres ajenos a la vida del
compositor y del artista, que yace concentrado, abismado sobre la existencia
del silencio, y ante el piano que espera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por asomarte a este blog de instantes