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sábado, 28 de mayo de 2016

Señales









No soy un ser de razones;
antes bien, soy un ser de sinrazones.
Lezguiebo Znahda


El día se anunciaba en una intersección. Detenido para cruzar la calle, Lucio miró el choque de dos atomóviles. El resultado fue que las bolsas de protección hicieron lo esperado: estallaron contra el rostro de cada uno de los conductores. Enseguida llegaron algunos peatones para asegurarse de que estaban vivos los pasajeros, y mientras los cláxones de ambos autos no dejaban de sonar, tuvo que retirarse uno de los que habían llegado a mirar en el interior de los carros. Extrajo el celular de su chaqueta de cuero y empezó a marcar. Lucio continuó su camino, con el corazón alterado y con la garganta reseca.
            
     A las pocas horas, cuando salía de una tienda donde había comprado un paquete de cigarrillos, y cuando se disponía a encender uno, volvió a escuchar el estruendo de una colisión. Esta vez se trataba de un vehículo del transporte público, que había golpeado contra la parte lateral de una camioneta. Fue tan impactante el golpe, que la camioneta empezó a dar varios giros hasta terminar golpeando contra un poste del tendido eléctrico. Sin quererlo ver, Lucio se percató que se trataba de una mujer la que había venido manejando la camioneta. A los pocos instantes, por una de las ventanillas del vehículo, asomó el rostro de una niña gritando para que ayudaran a su madre: “¡Que se está desangrando”, gritaba la chiquilla. Mientras tanto, el chofer del transporte público se había ido corriendo por una de las calles cercanas. Después de ver todo esto sin quererlo ver, Lucio tiró el cigarrillo adonde estaban otras tantas basuras. Sin pensarlo en absoluto, se retiró a toda prisa, con el pecho lleno de algodones fríos, huyendo de lo que imaginaba había ocurrido con el cuerpo de la madre de la niña. “Dudo que esté viva”, se dijo, casi corriendo para llegar pronto a su casa.
      
      En la noche, mientras descansaba acostado en su cama, escuchaba la cantidad de sirenas que entraba por la ventana de su cuarto. No estaba seguro si se trataba de sirenas de carros de policía que iban a enfrentar a los criminales que pululaban en muchas zonas de la ciudad, o si se trataba de ambulancias que se dirigían a recoger las víctimas de algún accidente o de alguna de las tantas ejecuciones que habían estado sucediendo con  más frecuencia en las últimas semanas.


            Otro día, mientras caminaba por la calle de siempre para dirigirse a su trabajo, Lucio se dio cuenta que había un incendio en una de las tiendas de autoservicio que hay cerca de donde vive. De inmediato sintió que el corazón se le encogía hasta alcanzar el tamaño de una punzada de alacrán. Nada podía hacer para evitar el día que se avisaba, nuevamente, catastrófico.


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