No soy un ser de
razones;
antes bien, soy un
ser de sinrazones.
Lezguiebo Znahda
El día
se anunciaba en una intersección. Detenido para cruzar la calle, Lucio miró el
choque de dos atomóviles. El resultado fue que las bolsas de protección
hicieron lo esperado: estallaron contra el rostro de cada uno de los
conductores. Enseguida llegaron algunos peatones para asegurarse de que estaban
vivos los pasajeros, y mientras los cláxones de ambos autos no dejaban de
sonar, tuvo que retirarse uno de los que habían llegado a mirar en el interior
de los carros. Extrajo el celular de su chaqueta de cuero y empezó a marcar. Lucio
continuó su camino, con el corazón alterado y con la garganta reseca.
A las pocas horas, cuando salía de
una tienda donde había comprado un paquete de cigarrillos, y cuando se disponía
a encender uno, volvió a escuchar el estruendo de una colisión. Esta vez se
trataba de un vehículo del transporte público, que había golpeado contra la
parte lateral de una camioneta. Fue tan impactante el golpe, que la camioneta
empezó a dar varios giros hasta terminar golpeando contra un poste del tendido
eléctrico. Sin quererlo ver, Lucio se percató que se trataba de una mujer la
que había venido manejando la camioneta. A los pocos instantes, por una de las
ventanillas del vehículo, asomó el rostro de una niña gritando para que
ayudaran a su madre: “¡Que se está desangrando”, gritaba la chiquilla. Mientras
tanto, el chofer del transporte público se había ido corriendo por una de las
calles cercanas. Después de ver todo esto sin quererlo ver, Lucio tiró el
cigarrillo adonde estaban otras tantas basuras. Sin pensarlo en absoluto, se retiró
a toda prisa, con el pecho lleno de algodones fríos, huyendo de lo que imaginaba
había ocurrido con el cuerpo de la madre de la niña. “Dudo que esté viva”, se
dijo, casi corriendo para llegar pronto a su casa.
En la noche, mientras descansaba
acostado en su cama, escuchaba la cantidad de sirenas que entraba por la
ventana de su cuarto. No estaba seguro si se trataba de sirenas de carros de
policía que iban a enfrentar a los criminales que pululaban en muchas zonas de
la ciudad, o si se trataba de ambulancias que se dirigían a recoger las
víctimas de algún accidente o de alguna de las tantas ejecuciones que habían
estado sucediendo con más frecuencia en
las últimas semanas.
Otro día, mientras caminaba por la
calle de siempre para dirigirse a su trabajo, Lucio se dio cuenta que había un
incendio en una de las tiendas de autoservicio que hay cerca de donde vive. De inmediato
sintió que el corazón se le encogía hasta alcanzar el tamaño de una punzada de
alacrán. Nada podía hacer para evitar el día que se avisaba, nuevamente,
catastrófico.
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